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miércoles, 14 de mayo de 2025

Un mundo nuevo en que brille la alegría y el amor un mundo nuevo de fraternidad y de comunión, no rompamos la red de amor que nos alimenta

 


Un mundo nuevo en que brille la alegría y el amor un mundo nuevo de fraternidad y de comunión, no rompamos la red de amor que nos alimenta

Hechos 1, 15-17. 20-26; Salmo 112;  Juan 15, 9-17

Sabemos que la energía - o si queremos decir la electricidad – necesita unos cauces de comunicación, un transporte, unas redes de la forma que sea para que pueda llegar a todas partes y podamos utilizarla, esté donde esté su fuente. Si se cortan esas redes de comunicación, esas líneas de comunicación no podremos, por ejemplo, tener luz, no podrán funcionar muchas cosas que necesitan de esa energía para poder realizar su función. Sin entrar en cómo fue o cómo no fue hace unos días el territorio peninsular español y portugués se quedó sin energía y todo quedó por así decirlo paralizado. Hay que conservar y cuidar esas redes de distribución para que no nos fallen y llegando a todas partes pueda alegrarse la vida de nuestra sociedad, vamos a decirlo así por expresarlo de alguna manera.

Hoy nos habla Jesús de otras redes de comunicación o de comunión que van a producirnos la verdadera energía que transforme nuestra vida y nuestro mundo y sin la cual no habría vida, todo sería tristeza y muerte. Hoy nos habla Jesús del amor. Tenemos una fuente de ese amor, porque parte de Dios. Ya se nos dirá en otro momento que ‘Dios es amor’. Hoy nos lo expresa Jesús de una forma muy hermosa. En este esto que hoy se nos ha ofrecido que es todo un compendio, comienza diciéndosenos  como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’. Ahí está como en un resumen esa cadena del amor. El amor del Padre, el amor de Jesús y nuestro amor.

Ya nos dirá san Juan que el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que primero nos amó Dios a nosotros. Es la fuente del amor que en Jesús se va a derramar sobre nosotros y que entonces nos hará amar de la misma manera. Por eso es toda la insistencia de Jesús en hablarnos primero de la compasión y de la misericordia de Dios para que así nosotros seamos compasivos y misericordiosos. Es nuestro modelo, es lo que tenemos que plasmar en nuestra vida. Por eso cuando nos habla del mandamiento del amor es El mismo quien se nos pone como modelo. No es ya solo amar como nos amamos a nosotros mismos, lo cual ya sería una hermosa señal de la madurez de nuestro amor, sino amar como El nos amó. Es su mandamiento ‘que os améis los unos a los otros como yo os he amado’.

No es una medida cualquiera. Es la medida más sublime. Es la medida que usa Dios que tanto nos amó que nos envió y nos entregó a su propio Hijo. Es la medida que vemos reflejada en Jesús. Porque ‘nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos’. Y es lo que hizo Jesús, mostrarnos la medida más grande del amor, la que El vivió y la que nos está enseñando a que vivamos nosotros. No podemos andar con mezquindad en nuestro amor poniendo medidas y poniendo límites, haciendo distinciones o esperando a que nos amen para nosotros amar. Es lo tan hermoso que nos dice san Pablo en la carta a los Corintios que tantas veces habremos escuchado y reflexionado. De ahí nace toda esa exquisitez y delicadeza del amor, esa cercanía y ese presencia, esa generosidad y hasta esa radicalidad con que nos vamos a mostrar en nuestro amor.

De ahí en consecuencia también cómo nos vamos a sentir cuando amamos así. Como nos dice hoy nos habla de todo esto para que nuestra alegría sea grande, ‘mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud’, que nos dice. Pero aun nos sentimos distintos en nuestra relación con Dios; no podrá ser la relación distante del que se siente pequeño ante el poderoso, sino que es el gusto y el gozo de sentirse amados y entonces hijos y amigos. ‘Ya no os llamo siervos… a vosotros os llamo amigos’, nos dirá. Pero todo eso se va a traducir además en nuestros frutos, en la forma cómo nos mostramos, en ese nuevo sentido de vida y de relación que va a haber entre todos; nacerá una nueva comunión, un nuevo sentido de vida; nacerá un mundo de fraternidad y de paz, un mundo donde iremos haciendo desaparecer el sufrimiento y todo aquello que nos pudiera distanciar los unos de los otros.

‘No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca’, terminará diciéndonos. ¿Llegaremos entonces a un mundo nuevo? Es el fruto de la energía del amor, no rompamos de ninguna manera esa red que nos une y que nos hace crecer en el amor. No siempre es fácil, pero tenemos que lograrlo. Permanezcamos en su amor y busquemos hacer siempre lo que es su voluntad.

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