Escuchar
para conocer, escuchar para poder seguir, escuchar para poder ser discípulos,
escuchar para poder ser misioneros en medio de nuestro mundo
Hechos 13, 14. 43–52; Salmo 99; Apocalipsis
7, 9. 14b-17; Juan 10, 27-30
A veces damos la impresión que nos lo
sabemos todo, vamos con nuestros prejuicios por delante, con nuestras ideas
preconcebidas, con nuestras apariencias y empleo esta palabra no solo refiriéndome
a nuestras apariencias personales que damos sino que nosotros nos hacemos una
apariencia de la otra persona para juzgarla o para condenarla sin conocerla ni
escucharla. No, si yo la conozco bien, de toda la vida, decimos, pero quizás
nunca nos hemos detenido a hablar con esa persona para saber lo que piensa o
por qué hace las cosas.
Necesitamos escuchar para conocer; y
nos cuesta escuchar, porque ponemos una presintonía en nuestros oídos y no
estamos escuchando a la persona sino escuchándonos a nosotros mismos en las
prevenciones que podamos tener hacia esas personas. Escuchando podemos conocer
y podemos comenzar a establecer una nueva relación, una relación de amistad,
una relación de nueva comunión. Nos aislamos y solo nos escuchamos a nosotros
mismos.
Pero nos sucede en todos los aspectos
de la vida, en nuestras relaciones con las personas que nos rodean, muchas
veces comenzando por la propia familia, pero puede sucedernos en las cosas que
emprendamos que vayamos solo encuadramos en nuestras propias maneras de ver las
cosas, o nos puede suceder en todo lo que es nuestra relación con la sociedad
en la que vivimos; desconocemos cual es el sentir de ese mundo cercano a
nosotros y luego no sabremos responder a los problemas que se presentan.
¿Nos sucederá también en lo que es
nuestra relación con Dios, en nuestra manera de entender lo que significa ser
cristiano, en la tarea que como cristianos tenemos que realizar en nuestro
mundo, en nuestra relación también con la Iglesia? Quizás tendrían que ser
cosas que también nos planteáramos.
Estamos en este ya cuarto domingo de
pascua celebrando el domingo llamado del Buen Pastor, por la imagen que se nos
ofrece en el evangelio en los tres ciclos litúrgicos. Hoy nos dice Jesús en el
evangelio ‘Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen,
y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará
de mi mano’.
Nos propone Jesús la imagen tan
bucólica de las ovejas y de sus pastores. ‘Mis ovejas escuchan mi voz…’
nos dice, ‘y yo las conozco, y ellas me siguen’. Una imagen muy hermosa.
Quizás en nuestra sociedad tan urbana en que vivimos estemos lejos ya de esa
experiencia de las ovejas y de los rebaños en el campo, pero si en nuestra
cultura de hoy estaremos más acostumbrados a tener nuestras mascotas en casa,
unos animalitos que nos hacen compañía, que cuidamos o que ellos también nos
siguen y hasta en cierto modo nos cuidan. ¡Cómo conocen nuestra voz! ¡Como
sienten nuestra cercanía aunque no nos vean cuando llegamos a casa! Son
experiencias que fácilmente muchos podamos tener.
Nos está queriendo hablar Jesús de cómo
hemos de escucharle. Nos llamamos cristianos, sin embargo, y muchas veces no
hemos sabido escucharle, no nos detenemos lo suficiente ante las páginas del
evangelio para conocerle y para aprender a seguirle, no hacemos ese silencio
interior para escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos. ¿En qué hemos
convertido muchas veces eso de ser cristiano? ¿Solamente en una tradición
porque aquí todos somos cristianos, porque mis padres eran cristianos y me
bautizaron y un día quisieron que hiciéramos la primera comunión?
Es cierto que quienes nos acercamos más
a las celebraciones litúrgicas tenemos más la oportunidad de escuchar la
Palabra de Dios; pero eso tenemos que aprender a hacer, escuchar, escuchar de
verdad la Palabra de Dios, que no es solo lo que luego el sacerdote pueda
decirnos o comentarnos en la homilía, que forma parte también, es cierto, de
esa proclamación de la Palabra de Dios, sino en ese necesario silencio interior
que hemos de hacer para escuchar en lo más hondo de nosotros esa Palabra de
Dios.
¿Andaremos muchas veces distraídos,
entretenidos en nuestros pensamientos, atentos a otras cosas que puedan haber
en el entorno de nuestras celebraciones pero no atentos a escuchar lo que allá
en lo más hondo de nosotros mismos el Señor quiera decirnos? Nada tendría que
distraernos en esa proclamación de la Palabra de Dios, en ninguna otra cosa
tendríamos que estar entreteniéndonos. No siempre lo hacemos.
Escuchar para conocer, escuchar para
poder seguir, escuchar para poder ser discípulos, escuchar para poder llenarnos
de Dios, escuchar para descubrir por donde tiene que ir la respuesta de nuestra
vida, nuestro compromiso cristiano, escuchar sin prevenciones o con ideas
preconcebidas, escuchar para poder ser luego misioneros en medio de nuestro
mundo. ¿Si no hemos escuchado qué es lo que luego podemos trasmitir?
No hay comentarios:
Publicar un comentario