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domingo, 11 de mayo de 2025

Escuchar para conocer, escuchar para poder seguir, escuchar para poder ser discípulos, escuchar para poder ser misioneros en medio de nuestro mundo

 


Escuchar para conocer, escuchar para poder seguir, escuchar para poder ser discípulos, escuchar para poder ser misioneros en medio de nuestro mundo

Hechos 13, 14. 43–52; Salmo 99; Apocalipsis 7, 9. 14b-17; Juan 10, 27-30

A veces damos la impresión que nos lo sabemos todo, vamos con nuestros prejuicios por delante, con nuestras ideas preconcebidas, con nuestras apariencias y empleo esta palabra no solo refiriéndome a nuestras apariencias personales que damos sino que nosotros nos hacemos una apariencia de la otra persona para juzgarla o para condenarla sin conocerla ni escucharla. No, si yo la conozco bien, de toda la vida, decimos, pero quizás nunca nos hemos detenido a hablar con esa persona para saber lo que piensa o por qué hace las cosas.

Necesitamos escuchar para conocer; y nos cuesta escuchar, porque ponemos una presintonía en nuestros oídos y no estamos escuchando a la persona sino escuchándonos a nosotros mismos en las prevenciones que podamos tener hacia esas personas. Escuchando podemos conocer y podemos comenzar a establecer una nueva relación, una relación de amistad, una relación de nueva comunión. Nos aislamos y solo nos escuchamos a nosotros mismos.

Pero nos sucede en todos los aspectos de la vida, en nuestras relaciones con las personas que nos rodean, muchas veces comenzando por la propia familia, pero puede sucedernos en las cosas que emprendamos que vayamos solo encuadramos en nuestras propias maneras de ver las cosas, o nos puede suceder en todo lo que es nuestra relación con la sociedad en la que vivimos; desconocemos cual es el sentir de ese mundo cercano a nosotros y luego no sabremos responder a los problemas que se presentan.

¿Nos sucederá también en lo que es nuestra relación con Dios, en nuestra manera de entender lo que significa ser cristiano, en la tarea que como cristianos tenemos que realizar en nuestro mundo, en nuestra relación también con la Iglesia? Quizás tendrían que ser cosas que también nos planteáramos.

Estamos en este ya cuarto domingo de pascua celebrando el domingo llamado del Buen Pastor, por la imagen que se nos ofrece en el evangelio en los tres ciclos litúrgicos. Hoy nos dice Jesús en el evangelio ‘Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano’.

Nos propone Jesús la imagen tan bucólica de las ovejas y de sus pastores. ‘Mis ovejas escuchan mi voz…’ nos dice, ‘y yo las conozco, y ellas me siguen’. Una imagen muy hermosa. Quizás en nuestra sociedad tan urbana en que vivimos estemos lejos ya de esa experiencia de las ovejas y de los rebaños en el campo, pero si en nuestra cultura de hoy estaremos más acostumbrados a tener nuestras mascotas en casa, unos animalitos que nos hacen compañía, que cuidamos o que ellos también nos siguen y hasta en cierto modo nos cuidan. ¡Cómo conocen nuestra voz! ¡Como sienten nuestra cercanía aunque no nos vean cuando llegamos a casa! Son experiencias que fácilmente muchos podamos tener.

Nos está queriendo hablar Jesús de cómo hemos de escucharle. Nos llamamos cristianos, sin embargo, y muchas veces no hemos sabido escucharle, no nos detenemos lo suficiente ante las páginas del evangelio para conocerle y para aprender a seguirle, no hacemos ese silencio interior para escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos. ¿En qué hemos convertido muchas veces eso de ser cristiano? ¿Solamente en una tradición porque aquí todos somos cristianos, porque mis padres eran cristianos y me bautizaron y un día quisieron que hiciéramos la primera comunión?

Es cierto que quienes nos acercamos más a las celebraciones litúrgicas tenemos más la oportunidad de escuchar la Palabra de Dios; pero eso tenemos que aprender a hacer, escuchar, escuchar de verdad la Palabra de Dios, que no es solo lo que luego el sacerdote pueda decirnos o comentarnos en la homilía, que forma parte también, es cierto, de esa proclamación de la Palabra de Dios, sino en ese necesario silencio interior que hemos de hacer para escuchar en lo más hondo de nosotros esa Palabra de Dios.

¿Andaremos muchas veces distraídos, entretenidos en nuestros pensamientos, atentos a otras cosas que puedan haber en el entorno de nuestras celebraciones pero no atentos a escuchar lo que allá en lo más hondo de nosotros mismos el Señor quiera decirnos? Nada tendría que distraernos en esa proclamación de la Palabra de Dios, en ninguna otra cosa tendríamos que estar entreteniéndonos. No siempre lo hacemos.

Escuchar para conocer, escuchar para poder seguir, escuchar para poder ser discípulos, escuchar para poder llenarnos de Dios, escuchar para descubrir por donde tiene que ir la respuesta de nuestra vida, nuestro compromiso cristiano, escuchar sin prevenciones o con ideas preconcebidas, escuchar para poder ser luego misioneros en medio de nuestro mundo. ¿Si no hemos escuchado qué es lo que luego podemos trasmitir?

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