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sábado, 7 de octubre de 2023

Contemplar a María, la amada y agraciada del Señor nos recuerda que también somos bendecidos de Dios con su presencia en nosotros y con nosotros

 


Contemplar a María, la amada y agraciada del Señor nos recuerda que también somos bendecidos de Dios con su presencia en nosotros y con nosotros

Zacarías 2, 14-17; Sal.: Lc 1, 46-55; Lucas 1, 26-38

Qué bien nos sentimos cuando sabemos con certeza que quien nos ama está a nuestro lado. Sentimos seguridad en la vida, nos sentimos con fuerzas para afrontar los caminos que tengamos que recorrer, hay una alegría en el corazón que nos hace ver las cosas de manera distinta, nos sentimos amados y eso nos hace felices. Son experiencias humanas y muy gratificantes, el amor nos da confianza para saber que esa presencia no la vamos a perder, y aunque muchas veces no lo veamos con los ojos esa fe que ponemos en aquel que amamos y que sabemos que nos ama nos da seguridad, aunque siempre podamos tener la tentación de la duda. Si nos faltara esa presencia parecería que la vida se nos derrumbaría.

He querido comenzar con esta experiencia humana que todos habremos vivido de una forma o de otra, porque quiero hablar de otra presencia. De nuevo hemos escuchado el evangelio del relato de la anunciación del Ángel a María en Nazaret. Lo hemos meditado muchas veces pero siempre hay algo nuevo que nos dice, algo en lo que podemos encontrar una nueva noticia de parte de Dios para nosotros.

Quiero fijarme en el saludo del ángel. No es un simple buenos días o buenas tardes como nosotros solemos expresar. Viene de parte de Dios y trae una buena noticia para María que va a ser inicio de más grandes buenas nuevas para toda la humanidad. El saludo viene de parte de Dios, ‘Dios te salve, María’, parece un buen deseo para comenzar pero es que le va a decir algo más y es la forma que nosotros empleamos para repetir las palabras del ángel. Pero el ángel quiso decir algo mucho más hondo porque no es un deseo sino un constatar una realidad; ‘Alégrate, llena de gracia, porque el Señor está contigo’, es realmente lo que le dice el ángel.

Es la llena de gracia, la amada y bendecida de Dios en quien se ha derramado todo el amor de Dios, ha encontrado gracia ante Dios, es la agraciada de Dios ‘porque el Señor está contigo’. Como solemos decir más vale caer en gracia. María le cayó en gracia a Dios, ha encontrado gracia ante de Dios y eso va a significar que para siempre Dios va a estar en María. Con toda seguridad, con toda la seguridad de lo que es el amor de Dios, con toda la seguridad de ese regalo de Dios para siempre.

María será la virgen pura, será la que se siente pequeña aunque reconoce que Dios está realizando obrar grandes y maravillosas en ella y por eso su corazón cantará siempre agradecido al Señor, será la humilde esclava del Señor porque se siente en sus manos y se deja hacer por Dios, será servidora fiel que siempre se pone en camino para estar allí donde la necesitan, para abrir los ojos a las necesidades o los problemas de los demás y la vemos caminando a casa de Isabel o la vemos con los ojos bien abiertos en las bodas de Caná, será la que se deje inundar por el Espíritu de Dios que la hará fecunda para que Dios sea para nosotros siempre Dios con nosotros, y será la que está con el grupo de los discípulos para enseñarles y enseñarnos a abrir nuestro corazón al Espíritu Dios, será la que plante la Palabra de Dios en su corazón de manera que para ella ya no hay otra cosa que cumplir, que realizar esa Palabra del Señor, y la que nos enseñe también a hacer lo que El nos diga, porque siempre nos llevará hasta Jesús.

Si para María fue una realidad que Dios estaba con ella, para nosotros es un deseo y podríamos decir también que un propósito. Con vosotros estoy, hemos cantado muchas veces, también recordando que Jesús nos prometió que estaría con nosotros para siempre hasta el final de los tiempos. Es un regalo que también nos ofrece el Señor y también tendríamos que sentirnos los agraciados del Señor. Sí, Dios también quiere estar con nosotros, quiere regalarnos su presencia, pero quizás no siempre la sabemos apreciar.

Abramos nuestras puertas a Dios, abrámonos a la presencia de Dios que quiere estar en nuestra vida, seamos conscientes de esa presencia que nunca nos falta para que sintamos esa paz y esa seguridad que tanto necesitamos, no echemos en olvido su presencia, no pongámonos obstáculos a su presencia. Decíamos al principio lo bien que nos sentimos cuando sabemos de la presencia junto a nosotros del amigo que nos ama y nos sentimos fortalecidos y no nos sentimos solos, sino con animo para seguir adelante haciendo el camino. Seamos conscientes de que no es una presencia cualquiera, no es la presencia del amigo, es la presencia de Dios en ti. Nada nos puede derrumbar, nada nos puede vencer porque Dios está con nosotros.

Aprendamos de María a abrir nuestro corazón, a plantar su Palabra en nosotros, a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor.


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