¿Nos atreveremos de verdad a ponernos al paso del camino de Jesús?
Nehemías 2,1-8; Sal 136; Lucas 9,57-62
Seguro que en más de una ocasión le hemos dicho a un amigo o a alguien vamos a dar un paseo; no se pretendía llegar a ninguna parte, sino simplemente caminar un rato, pero un paseo que seguramente ha servido para algo más que para estirar las piernas, como se suele decir; ese caminar al paso de alguien tranquilamente hablando ha servido quizás para muchos desahogos, para un hablar con confianza, para algo más que hablar de cosas intrascendentes, porque seguramente la conversación se ha vuelto seria y confidencial a lo largo del paseo; seguramente habremos deseado volvernos a encontrar y quizás ha sido unos de los propósitos que han quedado como conclusión.
Hablando de caminos, de caminos que hacemos juntos, habremos escuchado, no sé si alguien lo habrá experimentado, lo que significa el camino de Santiago. Esos caminos que desde toda Europa atraviesan valles, montañas y llanuras para llegar a la tumba del Apóstol en Compostela. Algunos quizás lo emprenden como camino turístico, pero he tenido la suerte de escuchar confidencias de personas para los que significó mucho hacer ese camino, de silencios y de soledades, de compañías muchas veces encontradas al azar, de expresiones de solidaridad para saber caminar juntos, de encuentros con uno mismo que les han llevado a encontrar la auténtica trascendencia de sus vidas.
En el evangelio escuchamos muchas veces como Jesús y los que lo seguían iban de camino; de camino atravesando pueblos y aldeas de Galilea en ese anuncio del Reino de Dios que les llevará en ocasiones a lugares un tanto lejanos, de camino en sus subidas a Jerusalén en distintas ocasiones, de camino porque con algunos de ellos sube a lo alto de la montaña del Tabor con todo lo que significó ese momento, como tantas veces hemos reflexionado.
Hoy nos habla también el evangelio de que mientras iban de camino... y nos señala tres encuentros, pero nos deja lo que tras esos momentos Jesús va como destilando de su corazón, para que comprendamos de verdad lo que significa ir de camino con El, seguirle. Siguiendo al paso de Jesús surgen ofrecimientos generosos y con buena voluntad, o surgen también invitaciones de Jesus. Es lo que dan los encuentros cuando se trata de conectar el alma.
¿Tras esos momentos de caminar junto al amigo, como antes reflexionabamos, no suele surgir el entusiasmo por la amistad reencontrada y de la que no nos queremos apartar nunca? Vamos a ser buenos amigos, nos decimos, vamos a hacer que esta amistad dure para siempre, aunque en esos momentos no calibramos las dificultades que podamos encontrar para mantener esa amistad. Son los ofrecimientos que le van haciendo aquellos que han venido a caminar con Él.
Pero ahí Jesus nos va dejando lo que son las condiciones, de lo que es la manera de caminar con El. El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, les dice. ¿Buscamos seguridades que nos lo den todo resuelto? El camino hay que hacerlo con la dureza que lleva en sí mismo el camino; ponerse a caminar es arriesgarse, para ponerse a caminar hay que ser consciente de la dureza del camino, ponerse a caminar no es cosa de un momento porque ahora me siento más enfervorizado, ponerse a caminar es mantener el ritmo del camino pero con el deseo de llegar a una meta, ponerse a caminar no es solo contentar al amigo unos momentos sino asumir que ese camino que se emprende es para siempre, ese camino es un sentido de la vida.
Por eso les hablará Jesús también de que dejen que los muertos entierren a sus muertos o que quien emprende el camino y pronto está volviendo la vista atrás añorando lo que antes había sido su vida no es digno de emprender ese camino. Emprender ese camino es una opción seria con la que no podemos estar jugando ahora sí, ahora espera un poco, ahora no. El que no está conmigo desparrama, nos dirá en otra ocasión.
¿Nos atreveremos de verdad a ponernos al paso del camino de Jesús?
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