Hagamos
florecer un poquito más la ternura de nuestro corazón y tendremos un mundo más
humano, porque lo que tenemos que hacer es que resplandezca la misericordia
Éxodo 11,10-12,14; Sal 115; Mateo 12,1-8
Es cierto que como seres humanos que
somos, sujetos a nuestra libertad personal pero con las limitaciones que surgen
de una vida dominada por muchas pasiones y en la que tendríamos la tendencia a
querer imponernos los unos a los otros buscando el dominio y nuestra propia
relevancia sobre los demás, necesitamos de unas normas de convivencia con las
que busquemos siempre el bien común, seamos capaces de armonizar la libertad de
cada uno con el bien y el respeto que hemos de tener hacia los demás. Son las
leyes que con un sentido ético universal que sea aceptado y respetado por todos
nos hemos ido imponiendo en la construcción de nuestra sociedad.
Pero a todo eso hemos de saber ponerle
humanidad, porque no es un cumplimiento estricto, frío y formal lo que va a
facilitar esa armonía y esa unidad de la comunidad, de la sociedad. Algo de esa
humanidad que brota del corazón tendrá que darle color y calor a nuestras
relaciones, porque además no somos unos autómatas ciegos para cumplir unas
normas. En fin de cuentas lo que estamos buscando es el bien de todo ser humano.
Por eso siempre hemos de mirar a la
persona y siempre hemos de tener una mirada de persona. No somos unas máquinas
que funcionen automáticamente. Y cuidado que tenemos el peligro de cuadricular así
nuestra vida y más ahora que con los avances y los medios de los que hoy
disponemos tendemos a esa automatización de todo lo que hacemos. No podemos
olvidar a la persona que vale mucho más que todo eso. No es una tecla o un botón
que pulsemos para que se realicen las cosas.
Qué frialdad encontramos muchas veces
en la tramitación de tantas cosas de la vida. Vamos a resolver algo a un
departamento, necesitamos la atención para un problema, y enfrente de nosotros
parece que no está una persona sino simplemente una máquina. Necesitamos algo
más. Las personas no podemos convertirnos en máquinas y aunque dispongamos de
muchos medios técnicos que tendrían que facilitarnos la vida, quizá por encima
y más allá de todo eso necesitamos una sonrisa de calor humano, una mirada a
los ojos que sean capaces de trasmitirnos un calor y una relación humana.
Hoy Jesús en el evangelio ante una
situación que le plantean algunos fariseos desde sus rigorismos y el
cumplimiento exigente de las leyes, terminará Jesús pidiendo que seamos capaces
de poner humanidad en la vida. Vienen reclamando porque los discípulos se han
atrevido a coger unas espigas mientras van de camino en medio de aquellos
sembrados, pero además lo han hecho en sábado. Aquel gesto de coger unas
espigas, estrujarlas para sacar unos granos que llevarse a la boda, quizás
matando una fatiga en el cansancio del camino, se ha convertido en el trabajo
de la siega que no podría realizarse porque había que guardar el descanso
sabático. Un rigorismo que no mira a la persona, como tantas exigencias que
muchas veces nos imponemos con nuestras normas y reglamentos. ¿Dónde está el
corazón?
Jesús quiere hacerles comprender el sin
sentido de lo que plantean apelando incluso a las Escrituras santas, pero Jesús
lo que quiere es que sepamos poner corazón en la vida y en lo que hacemos. Conectando
con lo que veníamos reflexionando podemos aplicar aquí esta sentencia de Jesús
a esa falta de humanidad con que vivimos tantas veces.
Simplemente vamos tan preocupados por
hacer nuestras cosas, por cumplir quizá con nuestras obligaciones, atentos a
los protocolos que nos imponemos en la vida, que no somos capaces de mirarnos
los unos a los otros, que nos lleva consigo a esa cerrazón del corazón con que
tantas veces vivimos que no sabemos ver ni escuchar el clamor de muchos que
sufren a nuestro lado. Muy preocupados ‘por llegar temprano al templo’, no
miramos a los ojos a los que encontramos a su puerta o con los que nos cruzamos
por la calle, y tantas veces en la vida pasamos de largo.
‘Misericordia quiero, y no sacrificios’, nos está diciendo hoy Jesús. Hagamos florecer un poquito más la ternura de nuestro corazón y tendremos un mundo más humano.
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