Una
buena semilla que Dios planta de mil maneras en nuestro corazón, que hemos de
saber asimilar al tiempo que ser sembradores también para los demás
Isaías 55, 10-11; Sal 64; Romanos 8, 18-23;
Mateo 13, 1-23
Una palabra puede tener muchas y
diferentes resonancias según quien la escuche, porque podemos darle diferentes
significados, o porque la miramos y escuchamos desde diferentes ecos que
llevemos en el corazón; podemos ir precavidos de entrada ante quien nos
pronuncia esa palabra y esa malicia que llevamos en el corazón nos haga
tergiversar esa palabra que se nos dice; experiencia tenemos de cuantos
conflictos se han producido en nuestras relaciones humanas, por esa malicia que
llevábamos como prejuicio y esa interpretación que le dimos a algo que era bueno
en sí. La palabra era buena en si misma, pero nosotros la maleamos y no será ya
para nosotros palabra de sabiduría que nos enriquezca.
Decimos las palabras, decimos los
gestos, decimos cualquier cosa que hagamos que siendo algo bueno sin embargo no
encuentra la misma reacción por quienes nos rodean, nos escuchan, o caminan con
nosotros en la vida. Es también la valoración que nosotros hacemos tantas veces
de lo que nos dicen o hacen junto a nosotros los que nos rodean.
Hoy el evangelio nos está hablando de
momentos de placidez, de sentirnos a gusto disfrutando de cuanto nos rodea. La
escena que nos presenta el evangelio realmente es bucólica; la orilla del lago,
la gente que va y viene, los pescadores que a la vuelta de sus faenas reparan
redes, mantienen en orden las artes de pesca y Jesús allí en medio sentado
entre la gente hablando y comentando, como suele suceder, los acontecimientos
del día.
Pero la palabra de Jesús no será nunca
una palabra superficial que se lleva el viento, la palabra de Jesús tiene la
sabiduría de hacernos pensar, de hacernos reflexionar, de hacer que nos miremos
por dentro, pero también de despertar muchas cosas buenas en nuestros
corazones. Una palabra dicha con sencillez, como quien va desgranando los
granos de una espiga, que no simplemente alimentan a los pajarillos que
revolotean a nuestro lado si cae en el suelo, sino que van siendo alimento para
nuestra vida, despertando nuevas ilusiones de cosas grandes, sembrando
inquietud en nuestras vidas, abriéndonos horizontes y caminos que nos hacen
avanzar hacia una nueva plenitud.
Y nos está hablando de esa riqueza de vida
que encierra la semilla; cuántas nuevas plantas que produzcan nuevos frutos
pueden surgir, qué hermoso alimento y energía para la vida cuando comemos ese
fruto. En misma tiene su valor ¿sabremos apreciar cuanto nos ofrece? ‘La
semilla cayó a tierra y dio fruto’, repetimos en el salmo recordando el meollo
del mensaje.
Hoy nos hablado Jesús de una semilla
que sale el sembrador a sembrar. La parábola, es cierto, nos describe los
diferentes terrenos en que puede caer y del fruto o no fruto que pudiera
producir. Muchas veces en nuestra reflexión hemos hecho mucho hincapié en esa
diferencia de terrenos que nosotros podemos ser; y tenemos que hacerlo también.
Pero me atrevo a decir que el protagonista de la parábola es la semilla y la
riqueza de esa semilla que el sembrador ha salido a sembrar. No era una semilla
estéril, no era una semilla dañada, como en otros momentos Jesús nos dirá en
otras parábolas, era una semilla buena.
Valoremos, pues, esa buena semilla. Es
cierto que es una clara referencia a la Palabra de Dios que se siembra o se ha
de sembrar en los campos de nuestro mundo. Una semilla que está ahí y a su
tiempo producirá su fruto. Una buena semilla que también podemos encontrar en
cuanto de bueno vamos encontrando en la vida, que podemos encontrar en esa
palabra enriquecedora que podemos recibir, que podemos escuchar a los que están
a nuestro lado, y tanto nos puede ayudar.
Una buena semilla en tantos gestos de humanidad
que podemos encontrar en los que nos rodean, una buena semilla en ese buen
testimonio y ejemplo que recibimos de alguien que pasa a nuestro lado, una
buena semilla que podemos encontrar en la generosidad de tantos corazones que
hacen el bien, que tienen una mano para ayudar al que va tambaleante por los
caminos de la vida, en una sonrisa que llena de un nuevo azul el cielo que nos
rodea para desterrar sombras, una buena semilla que podemos encontrar en tantas
cosas si somos capaces de abrir los ojos para ver la bondad y generosidad de
muchos corazones. Una buena semilla, es cierto, que nosotros también podemos ir
sembrando al borde del camino de nuestra vida.
Vamos, pues, a intentar descubrir esas
buenas semillas, porque son también una forma de cómo Dios nos habla. Seamos
capaces de crear en nuestros corazones aquellos momentos de placidez de los que
hablábamos al principio cuando contemplábamos a Jesús junto al lago hablando
con la gente. No vamos a permitir ni que nuestros oídos ni nuestra mirada se
llenen de malicia que malinterpreten esa Palabra de vida que llega a nosotros.
Hagamos ese silencio interior, llenemos de paz y serenidad nuestro corazón y
nos vamos a encontrar con Jesús que desgranará para nosotros esos granos de
semillas que alimenten nuestra vida.
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