Con
sinceridad tendríamos que decirnos a nosotros
mismos, mira qué desagradecido con Dios con tanto que de Dios ha recibido
Éxodo 2,1-15a; Sal 68; Mateo
11,20-24
Mira qué desagradecido, nos atrevemos a
pensar en más de una ocasión cuando no somos correspondidos por alguien al que
quizás en muchas ocasiones habíamos ayudado de alguna manera pero que ahora
parece que se desentiende de todo y todo parece darlo por olvidado. No es que
hagamos las cosas para que nos las agradezcan, eso al menos decimos no sé si
por quedar bien, pero nos gusta que esas personas correspondan de alguna
manera, se acuerden de lo que un día hicimos por ellas y de alguna manera den
una respuesta.
Claro que eso nos es fácil pensarlo de
los demás y quizás somos nosotros en muchas cosas de la vida los que de alguna
manera estamos actuando así. En fin de cuentas en la vida todo nos relaciona a
los unos con los otros y siempre directa o indirectamente siempre estamos
recibiendo algo de los demás. Son cosas que hemos de saber valorar, tener en
cuenta, corresponder de alguna manera, es como iremos haciendo crecer también
nuestras relaciones de amistad y todo lo que es el aprecio que nos hemos de
tener los unos a los otros. Mucho tenemos en la vida que aprender en este
sentido.
El evangelio de hoy nos está hablando
de una queja de Jesús, por llamarlo de alguna manera; una queja hacia algunos
pueblos y ciudades de aquel entorno de Galilea donde Jesús se prodigó más en su
predicación y en sus milagros. Se nos
está refiriendo a algunos pueblos de aquel entorno del lago de Tiberíades, como
eran Betsaida, precisamente la patria de Simón y de Andrés, y otras ciudades
como Corozaín. Mucho había predicado Jesús allí y muchos milagros habría
realizado y sin embargo no daban señales de conversión, no daban señales de
creer en El.
‘Se puso Jesús a
recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor parte de sus milagros,
porque no se habían convertido: ¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!’ Y Jesús les hace la comparación con
Sodoma y Gomorra, aquellas ciudades destruidas por la increencia y la maldad
con fuego del cielo, y también compara con Tiro y con Sidón, dos ciudades de
gentiles, en las tierras de Fenicia junto al mar, dedicadas al comercio sobre
todo pero que eran famosas por su increencia.
Y Jesús ahora les dice
que si en esos sitios se hubieran hecho los milagros que en Corozaín y Betsaida
se han realizado, seguro que hubieran dado señales de conversión. ‘Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras,
hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Pues os
digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a
vosotras… Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, - y está haciendo
referencia ahora a Cafarnaún - habría durado hasta hoy’.
Pero
releamos este pasaje del evangelio no solo pensando en aquellas ciudades y
aquel entorno donde Jesús realizaba el anuncio del Reino de Dios, sino haciendo
referencia a nosotros mismos. Hablábamos al principio de esa actitud desagradecida
con que muchas veces caminos en la vida en nuestras relaciones entre unos y
otros, hagamos ahora referencia a nuestra relación personal con Dios. ¿Cuál es
nuestra respuesta? ¿Seremos en verdad conscientes de cuanto recibimos cada día
de Dios en la misma vida que vivimos y en cuanto nos rodea que tendríamos que
saber descubrir la mano de Dios?
Pensemos
en nuestra vida personal, con nuestra historia, con nuestras luces y con
nuestras sombras, todo lo que ha sido el camino en nuestra vida en lo religioso
y en nuestra fe, en los sacramentos que hemos recibido o la Palabra de Dios que
tantas veces hemos escuchado, en los problemas con que nos hemos ido
encontrando en la vida y cómo tantas veces hemos pedido la ayuda de Dios, en
tantos que Dios ha puesto a nuestro lado y que con su palabra, con su
testimonio y su ejemplo han sido voz de Dios para nuestra vida, en las veces
que nos hemos sentido pecadores y hemos implorado el perdón del Señor, y así
podríamos según pensando en muchas cosas más. ¿Cuál ha sido nuestra respuesta?
¿Qué frutos de vida cristiana estamos manifestando en nuestra vida? ¿Hasta
donde llega nuestro compromiso con la Iglesia?
Mira qué
desagradecido, decíamos al principio pensando en las cosas que vemos en nuestro
entorno en otras persona, pero ¿no tendríamos que decirnos a nosotros mismos,
mira qué desagradecido con Dios con tanto que de Dios ha recibido?
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