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jueves, 15 de abril de 2021

Escuchémosle y plantemos de verdad su palabra en el centro de nuestro corazón.

 


Escuchemos a Jesús y plantemos de verdad su palabra en el centro de nuestro corazón para que alcancemos a tener vida eterna

Hechos de los apóstoles 5, 27-33; Sal 33; Juan 3, 31-36

Aunque nos cueste reconocerlo, seguramente habremos sido recriminados por algún amigo que nos recuerda que él ya nos anunció determinada cosa que iba a suceder, nos previno quizá ante alguna situación dándonos pautas de por donde deberíamos actuar, o nos dio un buen consejo sobre determinadas cosas, actitudes o posturas que habíamos de tener, pero a lo que no le hicimos caso y así nos salieron las cosas. ‘Mira que te lo dije’, nos dice con todo cariño, pero de alguna manera echándonos en cara nuestra poca confianza en su palabra o en su consejo. Algo así nos habrá pasado quizás más de una vez.

De una forma o de otra es de lo que le está hablando Jesús a Nicodemo. Nos dice que el que viene de lo alto nos puede hablar de las cosas de Dios y de alguna manera nos está recordando algo que está muy presente en el evangelio de san Juan que ahora estamos escuchando en este tiempo de pascua; El es la Palabra de Dios, que estaba junto a Dios desde toda la eternidad, Palabra por la que se hicieron todas las cosas, Palabra que es para nosotros luz y camino de salvación, Palabra en la que escuchamos a Dios y las cosas de Dios.

Nos lo sabemos. Repetimos cada vez que la escuchamos en la celebración litúrgica que queremos alabar a Dios que nos regala su Palabra – ‘te alabamos, Señor’ decimos y repetimos cada día cada vez que se nos proclama la Palabra de Dios – pero hay el peligro que sea cosa que digamos simplemente, pero no lo hayamos asumido de verdad en la vida.

‘El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano’. Es Jesús el enviado del Padre que nos habla las palabras de Dios; es Jesús que nos regala su Espíritu, y como son siempre los regalos de Dios de amplitud infinita, ‘no lo da con medida’. Es Jesús el Hijo amado de Dios, su preferido y su elegido y en quien se complace que tiene en su mano todo el poder y la gracia de Dios.

¿Lo escuchamos? ¿Comprendemos y asumimos todo el misterio de Dios que en Jesús se nos manifiesta? ¿Qué valor le damos a su Palabra? Justo es que cuando la escuchamos lo primero que brote de nuestras palabras y de nuestro corazón sea la alabanza al Señor. ‘¡Gloria, y honor, y alabanza a Ti, Señor!’ tenemos que repetir, pero como bien sabemos la alabanza al Señor no son palabras que repetimos, sino la vida que ofrecemos.

¡Qué importante la fe que pongamos en Jesús cuando le escuchamos y cuando queremos seguirle para vivir su misma vida! ‘El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él’. Nos llenamos de vida eterna. Ya nos dirá luego a lo largo del evangelio, por ejemplo, que le comamos para que tengamos vida para siempre, y que todo el que le coma vivirá para siempre y resucitará en el último día. ‘El que me come, vivirá por mí’, nos dirá. Nos pide fe en El. Y tener fe en El es escucharle para vivirle; tener fe en El es seguir sus huellas, caminar su camino, convertirle en la verdad única de nuestra vida. Y nos hablará de resurrección, y nos hablará de vida eterna que es vivir en El para siempre.

Y a eso tantas veces nosotros decimos ‘sí’ con nuestras palabras, con nuestro cántico de alabanza, con nuestra celebración que no es otra cosa que gozarnos en Dios, gozarnos en su Hijo Jesús y llenarnos de vida. Luego, es cierto, andamos con cojeras, porque no siempre lo traducimos a la vida de nuestra vida, no terminamos de impregnar nuestra vida de esa fe que profesamos para que lleguemos a vivir la vida de Jesús.

Nos puede recriminar Jesús, - ‘os lo había dicho’ -, porque nos había hablado palabras de Dios, porque nos había señalado el camino y las actitudes y los valores que habríamos de vivir, porque nos invita a comer en su Palabra y en su Eucaristía para que tengamos vida eterna. Pero en nuestra debilidad seguimos con nuestro pecado, nuestras dudas y nuestros miedos, nuestros apegos y nuestras rutinas, nuestra desconfianza para creer todo lo que nos dice Jesús y nuestra cobardía para tener el valor de arrancarnos de tantas cosas que como rémoras frenan el camino de nuestra vida cristiana de seguimiento de Jesús.

Escuchémosle y plantemos de verdad su palabra en el centro de nuestro corazón.

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