Por
la fuerza del Espíritu nacemos de nuevo para ser hombres nuevos, con un talante
nuevo, un sentido nuevo y profundo, una dignidad nueva que nos eleva y nos hace
hijos de Dios
Hechos de los apóstoles 4, 32-37; Sal 92;
Juan 3, 7b-15
Continuamos con aquel diálogo profundo,
íntimo, entre Nicodemo y Jesús como ya ayer comenzábamos a escuchar. Donde se
van desgranando todo lo que se sale del corazón de Cristo para hablarnos de su
amor pero para irnos señalando también la intensidad de nuestra respuesta que
es una transformación tan grande de nuestra vida que Jesús lo llama ‘nacer
de nuevo’.
Van quedando patentes las dudas y los
vacíos del corazón de Nicodemo, como quedan patentes también los nuestros.
Decía el evangelista al comienzo del relato que Nicodemo había ido de noche a
ver a Jesús; tenemos que decir que es una imagen que quiere expresar mucho más
de la hora del día; la noche es sinónimo de oscuridad, pero es la oscuridad del
corazón a lo que quiere referirse el evangelista. No entendía Nicodemo, lo de volver
a nacer; no terminaba de entender lo que era la acción del Espíritu invisible
para el ojo humano porque es espiritual, pero que se va a manifestar en la transformación
de nuestra vida.
Como nos cuesta entender a nosotros la acción
del Espíritu en nuestra vida; queremos cosas palpables con nuestras manos,
queremos cosas comprobables desde la experiencia humana, no sabemos hablar de
estas cosas en su sentido espiritual y tenemos que valernos de imágenes
materiales tomadas de la misma vida o imágenes que ponemos como ejemplo
explicativo, queremos cosas que se materialicen de tal manera que lo podamos
ver con el sentido de la vista, pero que bien sabemos que no van a ser los ojos
de la cara los que lo podrán descubrir porque es algo mucho más profundo y espiritual.
‘¿Tú eres maestro en Israel, le dice
Jesús, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que
sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro
testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si
os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó
del cielo, el Hijo del hombre’.
Tenemos que hacernos hombres y mujeres
espirituales, hemos de saber crecer interiormente, espiritualmente para que le
demos verdadera profundidad a nuestra vida. Si entramos en la órbita de la fe
tenemos que entrar en un ámbito espiritual. Y solo las personas espirituales podrán
entenderlo, por eso tenemos que saber darle trascendencia a nuestra vida, para
no quedarnos en el ahora, ni quedarnos en el momento presente, ni quedarnos
solo en lo material. Hay que saber afinar esa cuerda de lo espiritual para
poder coger el tono del Espíritu, el tono de Dios. Hay valores que no son
palpables con nuestras manos que son los que nos dan verdadera riqueza
interior, los que harán crecer nuestra espiritualidad.
Son valores no ocasionales sino
permanentes, no de los que buscan ganancias palpables en nuestras cuentas, sino
con los que aprende uno a desprenderse porque será cuando descubramos la
verdadera riqueza; son valores que quizá no están en uso en nuestro entorno, la
mayoría quizá no los tiene en cuenta, pero que serán los que nos harán
encontrar la verdadera grandeza y la más profunda dignidad. Son valores que nos
van a llenar de luz verdadera haciendo saltar por los aires todas las
oscuridades y todo lo que nos lleva a un mundo de tinieblas.
Es lo que en verdad por la fuerza del
Espíritu del Señor nos va a hacer hombres nuevos, con un talante nuevo, con un
sentido nuevo y profundo, con una dignidad nueva que nos eleva porque nos hace
hijos de Dios.
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