Necesitamos
una conversación en profunda intimidad con Jesús como la de Nicodemo que nos
narra hoy el evangelio
Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Sal 2;
Juan 3, 1-8
Una conversación tranquila, en un
ambiente sosegado, nos lleva a hablar con el corazón en la mano y seguro que en
ese ambiente de confidencia van surgiendo muchas cosas que llevamos en el
corazón y que muchas veces no nos atrevemos a hablar con nadie. Se destapa la
intimidad del corazón que muchas veces es más difícil de destapar que las intimidades
corporales y tras una conversación así nos sentimos felices, nos sentimos más
unidos con aquella persona de nuestras confidencias, y parece que ya entramos
en una nueva y distinta familiaridad.
Son deseos que llevamos en el corazón y
que no siempre somos capaces de sacar a flote por un cierto rubor de
manifestarnos como somos y también porque no siempre encontramos el ambiente y
el momento preciso para llegar a esa confidencia e intimidad. Nos hemos ido
llenando de desconfianzas por otra parte que nos van encerrando en nosotros
mismos. Nos cuesta romper esas barreras que nos creamos e interponemos, pero
sabemos que cuando lo logramos nuestra vida se llenará de una claridad distinta
que nos hará conocernos a nosotros mismos un poquito mejor. Pero de alguna manera
lo deseamos y nos sentimos agradecimos cuando encontramos ese tesoro.
E insistido mucho en este aspecto en la
introducción a la reflexión del evangelio de hoy porque encuentro un cierto
paralelismo con ese encuentro de Nicodemo con Jesús, a quien fue a ver de
noche, que nos dice el evangelio, y porque además pienso que es algo importante
y es necesario que soltemos amarras en este aspecto del encuentro en confianza
con los demás.
Efectivamente Nicodemo, un hombre
importante que era miembro del Sanedrín, con cierto prestigio entre los
dirigentes del pueblo de Israel donde se hacía escuchar tenía deseos de conocer
a Jesús. Es el encuentro del que nos habla el evangelio que no tenemos que
pensar que fuera el único. Y en esa intimidad de la conversación salen los
reconocimientos que hacía de Jesús, pero surgen también sus inquietudes a raíz
de lo que Jesús le va diciendo.
Jesús le habla de cómo quien se
encuentra con El y su Palabra es como un
nacer de nuevo porque desde el encuentro con Jesús todo se ve cuestionado de
diferente manera y la vida se ve transformada con nuevas actitudes y nuevos
valores. A Nicodemo le cuesta entender algunas palabras de Jesús porque trata
de hacer una interpretación demasiado al pie de la letra, por eso no entiende
lo de nacer de nuevo si uno es viejo. Eso de nacer de nuevo él se lo toma como
volver al seno materno siendo ya uno viejo. Y es cuando Jesús habla de esa
renovación del Espíritu, que significa nacer del agua y del Espíritu haciendo
referencia al Bautismo.
No vamos a extender con muchas
explicaciones en un texto que habremos meditado ya muchas veces. Comprender la
renovación total en mi vida que significa poner mi fe en Jesús como mi único
salvador. Por algo se nos dice que somos un hombre nuevo, que el hombre viejo
del pecado ha de morir con Cristo para renacer a una vida nueva. Por eso Jesús
nos dirá en alguna ocasión o con El o contra El, no podemos andar a medias. Nos
habla Jesús también de que no nos valen remiendos y que para el vino nuevo
tenemos que utilizar odres nuevos.
Y ahí está el gran error en que caemos
muchos cristianos en nuestra vida cristiana; queremos ir como poniendo parches,
remiendos y no somos capaces de darle un sí a Jesús y a su evangelio con la
totalidad de nuestra vida cristiana. De ahí la mediocridad en que caemos,
siempre vamos a medias, con arreglitos y se necesita ser un hombre nuevo. Es la
radicalidad que nos pide el evangelio y que muchas veces no nos gusta, porque
preferimos seguir con nuestros apegos en lugar de arrancarnos de raíz de ese
mal que se haya metido en nuestras vidas.
¿Podríamos tener nosotros con Jesús una
conversación como la que tuvo Nicodemo y de la que nos habla hoy el evangelio?
Eso tendría que ser nuestra oración.
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