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lunes, 12 de abril de 2021

Necesitamos una conversación en profunda intimidad con Jesús como la de Nicodemo que nos narra hoy el evangelio

 


Necesitamos una conversación en profunda intimidad con Jesús como la de Nicodemo que nos narra hoy el evangelio

Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Sal 2; Juan 3, 1-8

Una conversación tranquila, en un ambiente sosegado, nos lleva a hablar con el corazón en la mano y seguro que en ese ambiente de confidencia van surgiendo muchas cosas que llevamos en el corazón y que muchas veces no nos atrevemos a hablar con nadie. Se destapa la intimidad del corazón que muchas veces es más difícil de destapar que las intimidades corporales y tras una conversación así nos sentimos felices, nos sentimos más unidos con aquella persona de nuestras confidencias, y parece que ya entramos en una nueva y distinta familiaridad.

Son deseos que llevamos en el corazón y que no siempre somos capaces de sacar a flote por un cierto rubor de manifestarnos como somos y también porque no siempre encontramos el ambiente y el momento preciso para llegar a esa confidencia e intimidad. Nos hemos ido llenando de desconfianzas por otra parte que nos van encerrando en nosotros mismos. Nos cuesta romper esas barreras que nos creamos e interponemos, pero sabemos que cuando lo logramos nuestra vida se llenará de una claridad distinta que nos hará conocernos a nosotros mismos un poquito mejor. Pero de alguna manera lo deseamos y nos sentimos agradecimos cuando encontramos ese tesoro.

E insistido mucho en este aspecto en la introducción a la reflexión del evangelio de hoy porque encuentro un cierto paralelismo con ese encuentro de Nicodemo con Jesús, a quien fue a ver de noche, que nos dice el evangelio, y porque además pienso que es algo importante y es necesario que soltemos amarras en este aspecto del encuentro en confianza con los demás.

Efectivamente Nicodemo, un hombre importante que era miembro del Sanedrín, con cierto prestigio entre los dirigentes del pueblo de Israel donde se hacía escuchar tenía deseos de conocer a Jesús. Es el encuentro del que nos habla el evangelio que no tenemos que pensar que fuera el único. Y en esa intimidad de la conversación salen los reconocimientos que hacía de Jesús, pero surgen también sus inquietudes a raíz de lo que Jesús le va diciendo.

Jesús le habla de cómo quien se encuentra con El  y su Palabra es como un nacer de nuevo porque desde el encuentro con Jesús todo se ve cuestionado de diferente manera y la vida se ve transformada con nuevas actitudes y nuevos valores. A Nicodemo le cuesta entender algunas palabras de Jesús porque trata de hacer una interpretación demasiado al pie de la letra, por eso no entiende lo de nacer de nuevo si uno es viejo. Eso de nacer de nuevo él se lo toma como volver al seno materno siendo ya uno viejo. Y es cuando Jesús habla de esa renovación del Espíritu, que significa nacer del agua y del Espíritu haciendo referencia al Bautismo.

No vamos a extender con muchas explicaciones en un texto que habremos meditado ya muchas veces. Comprender la renovación total en mi vida que significa poner mi fe en Jesús como mi único salvador. Por algo se nos dice que somos un hombre nuevo, que el hombre viejo del pecado ha de morir con Cristo para renacer a una vida nueva. Por eso Jesús nos dirá en alguna ocasión o con El o contra El, no podemos andar a medias. Nos habla Jesús también de que no nos valen remiendos y que para el vino nuevo tenemos que utilizar odres nuevos.

Y ahí está el gran error en que caemos muchos cristianos en nuestra vida cristiana; queremos ir como poniendo parches, remiendos y no somos capaces de darle un sí a Jesús y a su evangelio con la totalidad de nuestra vida cristiana. De ahí la mediocridad en que caemos, siempre vamos a medias, con arreglitos y se necesita ser un hombre nuevo. Es la radicalidad que nos pide el evangelio y que muchas veces no nos gusta, porque preferimos seguir con nuestros apegos en lugar de arrancarnos de raíz de ese mal que se haya metido en nuestras vidas.

¿Podríamos tener nosotros con Jesús una conversación como la que tuvo Nicodemo y de la que nos habla hoy el evangelio? Eso tendría que ser nuestra oración.

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