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domingo, 14 de febrero de 2021

Mirar de frente al leproso que se acerca a Jesús y contemplar los gestos de humanidad y misericordia de Jesús me hace abrir caminos nuevos de cercanía a los demás

 


Mirar de frente al leproso que se acerca a Jesús y contemplar los gestos de humanidad y misericordia de Jesús me hace abrir caminos nuevos de cercanía a los demás

Levítico 13, 1-2. 44-46; Sal 31; 1Corintios 10, 31 - 11, 1; Marcos 1, 40-45

No termina de ser algo que lleguemos a comprender o que asumamos de tal manera como si fuera algo propio. Y me refiero a lo que podían sentir los leprosos que de tal forma eran excluidos de la sociedad, de la familia, arrancados de su pueblo y de sus raíces para ir a malvivir o a mal morir en los lugares en que los obligaban a recluirse.

Por mucho que ahora nosotros digamos que comprendemos lo que estar recluidos en casa, como nos hemos visto obligados por la pandemia que aun seguimos sufriendo, porque nosotros podíamos comunicarnos de alguna forma con los demás y había o hay un cierto grado de movimientos. No nos sentimos unos condenados, unos ‘impuros’ como se les llamaba a los leprosos solamente por el hecho de tener una enfermedad. El miedo al contagio había sacralizado las medidas que en aquella época se podían tomar que se convertían en algo muy duro para quien estuviera sufriendo dicha enfermedad.

De ello nos habla hoy la Palabra de Dios cuando por una parte se nos proponen las normas y protocolos (como diríamos ahora) que se establecían para el trato con los leprosos, pero que nos sirve para comprender mejor lo que sucede en el evangelio. El gesto de Jesús al acoger a aquel leproso que, saltándose todas las normas, ha sido capaz de llegar a los pies de Jesús, es toda una manifestación de humanidad y de lo que es la misericordia del Señor.

Aquel hombre llega a los pies de Jesús con el deseo de que Jesús le imponga su mano para curarse; y Jesús no rehúsa el gesto sino que extiende la mano y toca al leproso arriesgándose incluso a ser Él mismo considerado como un impuro y que de alguna manera se viera obligado a un confinamiento semejante.

Jesús extiende su mano y podríamos decir allí se está extendiendo y de una forma muy honda todo lo que es la misericordia de Dios. Misericordia, en este caso, para este considerado como paria de la sociedad, pero que viene a significar toda la hondura de la liberación que Jesús viene a ofrecernos. Por eso, la cercanía de Jesús, el contacto incluso físico de la mano de Jesús sobre aquel cuerpo dolorido y enfermo. Es la mano de Jesús que viene a abrirnos caminos nuevos, unos caminos que con nuestros miedos pero también con la cerrazón de nuestro corazón habíamos ido cerrando.

Caminos que aún mantenemos cerrados en nuestra vida, tenemos que reconocerlo, cuando aún no ha terminado de prevalecer la solidaridad y el amor sobre esos miedos y complejos en los que vivimos, sobre esos aislamientos que creamos, sobre esas discriminaciones que hacemos.

Seguimos en un mundo cerrado, en el que solo nos miramos a nosotros mismos, en que queremos centrarlo todo en nuestro yo egoísta, en que con nuestros orgullos y vanidades vamos haciendo distinción entre los que son de los nuestros y los que no nos caen bien, en que aún seguimos con un corazón endurecido en la injusticia y manipulamos según sean nuestros intereses, ocultamos la verdad, favorecemos a los de nuestra onda y tan fácilmente olvidamos el sufrimiento de los demás cerrando los ojos para no ver el mundo de dolor que existe a nuestro lado; cuántas veces ni nos queremos enterar ni nos interesamos por el que está sufriendo al lado de la pared de nuestra casa.

Jesús viene a enseñarnos a salir de nosotros mismos, a abrir los ojos de nuestro corazón para poder palpar y sentir el sufrimiento de los demás, a enseñarnos a bajarnos de esos pedestales de vanidad en que nos hemos subido para caminar de forma sencilla al lado de los pobres y de los que sufren, a ser ejemplo para nosotros de esos gestos de cercanía, de amistad, de amor y fraternidad que hemos de ir poniendo como hitos en nuestro camino de encuentro con los otros.

Mirar de frente a este leproso que se ha acercado a Jesús y contemplar los gestos de humanidad y misericordia que Jesús tiene con El me ha enseñado hoy a abrir bien los ojos pero para ver con toda sinceridad mis propios gestos y mis posturas; quizás si no llego a tener ese gesto sencillo de cercanía al otro es por la postura que estoy manteniendo en  mi corazón; una oportunidad para un buen examen de mi vida, para que aquellos gestos que tenga o haya de tener con los demás sean de total sinceridad y autenticidad. No nos podemos quedar ni en apariencias ni en fotogénicas imágenes sino que tenemos que ir a lo que llevamos en lo hondo del corazón.

Por eso quiero terminar con una referencia a este día del amor y de la amistad que se celebra hoy en nuestra sociedad, cuidado nos quedemos en apariencias, en palabras bonitas que como una bonita nube pronto se la lleva el viento, en gestos que pronto olvidamos sino que haya autenticidad en nuestra amistad y en el amor que ofrecemos.

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