Nuestras
componendas e incongruencias, nuestra falta de autenticidad no nos podrán
llevar por una vida de rectitud y son causa de escándalo para muchos
Isaías 58, 1-9ª; Sal 50; Mateo 9, 14-15
Aunque las modas y los gustos cambian
continuamente, sin embargo solemos decir que las mezcolanzas no son buenas; hay
cosas que son incompatibles unas con otros. Claro que dije que las modas y los
gustos cambian, lo vemos en todo tipo de cosas, de costumbres; los modistos nos
ofrecen cada vez cosas más atrevidas en cuestión de vestidos con mezclas de
materiales que antes no podíamos concebir, y lo mismo, por ejemplo, en la
cocina los grandes cocineros nos presentan los platos más raros del mundo con
una variedad de sabores que nunca se nos hubiera ocurrido mezclar.
Pero bueno, dejemos a un lado modas y
gustos de ese tipo y vayamos a lo que son nuestras costumbres, a lo que es la
rectitud de una vida, a lo que tiene que ser una congruencia entre el pensar y
el hacer o vivir; y aquí sí que lo moralmente malo será siempre malo desde los
más elementales principios éticos y lo que es bueno en sí mismo tiene su
resplandor y su belleza.
Pero ahí surgen nuestras confusiones y
errores, porque vienen las apetencias de nuestras pasiones que se nos desbordan
y nos preguntamos qué tienen de malo, vienen lo que llamamos costumbres y
aquello de que siempre se ha hecho así, o también aquello de que eso es difícil
y nos cuesta y entonces queremos hacer nuestros arreglos a ver hasta donde
podemos llegar, pero no nos preguntamos por la rectitud y bondad de aquello que
hacemos o si podemos hacerlo mejor; vienen los intercambios de ideas, vienen
las formas distintas de pensar o de plantearnos la vida, vienen lo que tienen
que ser nuestros principios religiosos y éticos nacidos de una fe que no
podemos mezclar (y aquí viene lo de las mezcolanzas de las que hablábamos al
principio) con otras rutinas de la vida que nos hacen vivir sin sentido, sin
profundidad, sin autenticidad.
Es importante esto que estamos diciendo
sobre la autenticidad de la vida; o somos o no somos, o como nos dirá Jesús en
el evangelio ‘el que no está conmigo está contra mí’. Demasiadas
componendas pretendemos hacernos, arreglitos y remiendos y ya recordamos como
en otro momento del evangelio nos habla de que no valen los remiendos, que
tiene que ser un vestido nuevo para un hombre nuevo, como tienen que ser odres
nuevos para vinos nuevos.
Y todo esto hoy el evangelio y la
palabra de Dios que se nos ha proclamado nos lo aplican a una serie de actos
penitenciales que nos vendría bien hacer en este tiempo cuaresmal, pero a los
que tenemos que dar perfecta autenticidad. Hoy se nos habla del ayuno y cuál es
el ayuno que el Señor quiere. Parte el evangelio de la pregunta que le plantean
a Jesús de por qué sus discípulos no ayunan, mientras si lo hacen los discípulos
de Juan y los seguidores de los fariseos. ¿Pueden estar los amigos del novio
ayunando cuando están en el banquete de bodas del amigo? Como decía santa
Teresa de Jesús ‘Hijas, cuando perdiz, perdiz; y cuando penitencia, penitencia’;
cuando toca austeridad, pues es la austeridad la que tiene que brillar.
¿Cuál es el ayuno que el Señor quiere?
El profeta que hoy hemos escuchado es muy claro. ‘En realidad, el día de
ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis para
querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos. No ayunéis de este
modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo…’ Ahí van nuestras mezcolanzas.
Cuántas cosas en este sentido hacemos, y qué daño hacemos con esto a los demás.
Por eso el profeta nos dirá claramente
y casi no son necesarios muchos comentarios: ‘Este es el ayuno que yo
quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a
los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento,
hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte
de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus
heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor’.
Todo un sentido del amor del que
tenemos que envolver y empapar nuestra vida. Una vida de rectitud y de
justicia, una vida en la que buscamos siempre hacer el bien, una vida en la que
nos liberamos de tantas ataduras que nos persiguen. Y aquí tendríamos que
pensarnos cuáles serian los nuevos ayunos que nos hiciéramos, que tienen que ir
más allá de privarnos de unos alimentos.
Un comentarista a estos textos de la
Palabra de Dios hacia estas sugerencias que no me resisto a copiar: ‘¿Cuáles
serían en la actualidad nuestros “ayunos” necesarios…? Ayunar de tanto móvil y
WhatsApp; ayunar de tantas horas de televisión; ayunar de tantas dependencias
tecnológicas; ayunar de esas obsesiones por el correo electrónico, por la
avidez de noticias repetitivas fraudulentas; ayunar de tantos encuentros
baladíes; ayunar de pequeños caprichos como si nos fuera la vida en ello;
ayunar de gastos superfluos y de la adquisición de cosas innecesarias…
No ayunar de generosidad con los
demás, no ayunar de ratos dedicados a la oración o lectura meditativa, no
ayunar de visitar a alguien que vive en soledad; no ayunar de compartir bienes
y limosnas en silencio que ayuden a otros; no ayunar de una cara más alegre y
unas actitudes más esperanzadas y optimistas; no ayunar de buscar momentos de
silencio y paz que redundará en beneficio de los más cercanos; no ayunar en los
deseos de búsqueda y encuentro con Dios; no ayunar del pan de la Eucaristía…’ (Fr. José Antonio
Solórzano Pérez O.P.)
Con este comentario os dejo, porque de
ahí podríamos sacar todo un programa para nuestra penitencia cuaresmal.
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