Tengamos en cuenta la dignidad de toda vida cualquiera que sea su estado que ha de traducirse
también en el respeto que le debemos a toda persona desterrando toda acritud y
violencia
Hebreos 7,1-3.15-17; Sal 109; Marcos 3,1-6
Como se suele decir hay quien no come,
pero tampoco deja comer. Siempre nos encontramos personas quisquillosas que
nada hacen, pero que siempre tienen algo que decir de lo que hacen los demás.
Por ejemplo los eternos descontentos que nunca estarán de acuerdo con las cosas
que se hacen pero sin embargo de parte de ellos no se contempla ninguna
iniciativa de cómo mejor se han de hacer las cosas. Pero ahí están los
leguleyos, por decirlo de alguna manera, que siempre encontrarán una razón para
ir en contra, se apoyarán en las leyes que sean para impedir que se haga lo
bueno.
Son cosas con las que nos encontramos
todos los días, en quienes se ponen como a la distancia para observar pero nada
hacen aunque decir, decir, dicen demasiadas cosas. A todo le ponen pegas, en
todos encuentran defectos y no se les considera capaces de hacer nada por los
demás. No les importa echar la zancadilla con tal de que prevalezcan sus ideas
o quizá sea el vacío que realmente tienen en su interior. Porque eso es lo
tremendo, que nos damos cuenta de que estas personas no tienen un pensamiento
razonado, no manifiestan que haya algo en su interior con profundidad en sus
vidas. Y como aparezca alguien con inquietud e iniciativa para hacer algo por
los demás y pone empuje y empeño en conseguirlo, ya se apoyarán en lo que sea con
tal de desprestigiarlo y no dejar que haga nada de esas buenas iniciativas.
Creo que cosas así somos conscientes
que nos encontramos con demasiada facilidad en la vida. Pero podríamos decir
que no es pecado solo de nuestro tiempo sino que es algo que en todos los
tiempos ha sucedido. Es la oposición que se encontró Jesús en el anuncio de la
llegada del Reino de Dios, es el rechazo que fue encontrando a todas aquellas
señales en que se manifestaba ese mundo nuevo del Reino de Dios del que Jesús
no solo hablaba, sino que lo iba realizando a través de multitud de signos.
Estamos escuchando el principio del evangelio de Marcos y ya vemos como en los
primeros capítulos, como es el caso de hoy, aparece esa oposición y rechazo a
la obra de Jesús y a los signos del Reino de Dios que se van manifestando.
Jesús llega a la sinagoga un sábado y
allí está un hombre con sus limitaciones y discapacidades. Tenía la mano
paralizada. Pero ya estaban otros al acecho, a ver qué es lo que hacía Jesús.
Ya podían sospechar que Jesús lo curaría, como a tantos como hemos visto en
estas primeras páginas del evangelio de Marcos. Son las señales de la llegada
del Reino de Dios. Pero no les cabía en la cabeza que Jesús pudiera curarlo un
sábado; se rompería del descanso sabático, porque el sanar y curar a aquel
hombre podría considerarse como un trabajo que no se podía realizar el sábado.
Quieren incluso apoyarse en la ley del Señor para impedir que se pudiera hacer
el bien a aquel hombre.
De ahí la pregunta de Jesús. ‘¿Qué
está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un
hombre o dejarlo morir?’ No saben qué responder. ¿Qué importancia se le
daba a la vida?
Aquí podrían surgir muchas preguntas en
nuestro interior. Preguntas que tendrían que inquietarnos quizás porque no
siempre consideramos lo suficiente la grandeza y dignidad de toda persona;
preguntas sobre el valor de la vida en nuestra sociedad actual donde se juega
demasiado con la muerte. Es triste como en el mundo en que vivimos parece que
no tiene importancia la vida de un no nacido, pero que es vida que está ahí
palpitando en el seno de la madre; ahora por otra parte habrá personas a las
que consideramos seres inservibles y que no importa eliminar, y porque son
mayores y ya no cuentan, o porque padecen enfermedades terribles y que parecen
incurables no nos importa eliminarlos porque hasta algunos dicen que eso es un
costo para nuestra sociedad.
No educamos para el respeto de la vida,
de tu propia vida, como de la vida de los demás y hasta nos permitimos legislar
para que cada uno haga de su vida lo que quiere. Y cuando ya no respetamos ese
don precioso de la vida, aunque tenga sus limitaciones, ¿qué podemos esperar de
una sociedad así?
Nos extraña y nos sentimos mal con la
violencia y con la acritud con que se vive en nuestras relaciones humanas y
sociales, pero ¿no será consecuencia de esta falta de respeto a la vida que se
traducirá luego en esa falta de respeto a la persona en esa acritud con que
vivimos nuestras relaciones y ese enfrentamiento continuo que vemos por todas
partes en nuestra sociedad?
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