No
perdamos nunca la alegría y el entusiasmo por lo que hacemos en el cumplimiento
de los deberes y obligaciones que hemos asumido con responsabilidad
Hebreos 6,10-20; Sal 110; Marcos 2,23-28
Es cierto que tenemos deberes y
obligaciones que hemos asumido con responsabilidad y a ello tenemos que
responder. Cuando has asumido una responsabilidad en la vida, cuando tenemos
que desarrollar una función sentimos el deber de lo que tenemos que hacer y en
esa asunción de esas responsabilidades nos vemos obligados a cumplir. Pero el
cumplimiento de esa responsabilidad no lo podemos mirar como una carga que nos
imponen sino que tenemos que saber descubrir su sentido y valor, asumirlo con
gozo y alegría conscientes también de lo que puede repercutir en los demás
aquello que estoy haciendo, aquella responsabilidad que estoy asumiendo.
Cargar a fuerza con una responsabilidad
sin descubrir su sentido, mirándolo como una carga de la que no nos podemos
liberar no dará alegría y sentido a la vida. Buscamos, por así decirlo, las raíces
que han motivado la realización de esas acciones, el sentido que en si mismo
tienen, la contribución que nosotros estamos haciendo por el bien de los demás
y todo ello hemos de saberlo vivir con alegría. Eso en todos los aspectos de la
vida, en todas las responsabilidades que como personas asumimos pero también
como miembros y participes de este mundo y de esta sociedad a la que todos
hemos de contribuir.
Hacer las cosas como una obligación
impuesta no nos va a ayudar en la realización de nuestra propia vida, puede
quitar alegría a nuestro vivir porque lo vemos pesado como una carga, y
terminaremos realizándolo, si no es que abandonamos, sin gusto ni sabor. Es la
cara de aburrimiento que vemos en algunos, o que nosotros mismos ponemos,
cuando tienen o tenemos que hacer las cosas como una obligación o como una
imposición. Nos faltará entusiasmo para vivir.
Cuando no tenemos ese entusiasmo, esa alegría
en lo que hacemos andaremos quizás a ver cómo nos escaqueamos de esas
obligaciones, o como hacemos para dar la apariencia de cumplimiento quedándonos
en la apariencia de lo externo, pero nuestro interior está bien lejos de
aquello que como una carga quizá no nos queda más remedio que hacer. Profesionales,
por ejemplo, que se manifiestan cumplidores con unos horarios, con unas cosas
que hacer, pero a los que luego les falta verdadera humanidad en el trato con
aquellas personas a las que tienen que atender. Las prisas por salir del paso
de lo que tenemos que hacer o esas miradas como desesperadas al reloj a ver si
el tiempo pasa para salir de aquella situación, pero al mismo tiempo queriendo
quedar con la imagen de persona cumplidora, pero sin embargo tan llena de
frialdad.
¿No nos podrá suceder algo de esto, por
ejemplo, en nuestras prácticas religiosas? ¿No abundará mucho de este
aburrimiento en nuestra manera de vivir nuestra vida cristiana? ¿No será esa
falta de entusiasmo y alegría que encontramos tantas veces en nuestras
celebraciones litúrgicas? Las llamamos celebraciones y qué poco tienen de
fiesta.
Hoy en el evangelio vemos poco menos
que el acoso de los fariseos a los discípulos de Jesús, o lo que es lo mismo al
propio Jesús, por el caso del cumplimiento o no del descanso sabático; y todo
porque los discípulos mientras iban de camino cogieron unas espigas de trigo y
las estrujaron con sus manos y era sábado. Comenzamos a poner medidas, reglas,
protocolos, tablas de reglamentos y mandatos que al final hacen la vida
imposible y faltará la auténtica alegría de quien quiere servir al Señor.
Creo que lo que nos dice Jesús hoy en
el evangelio tendría que llevarnos a revisar muchas actitudes nuestras y la
práctica de cómo hacemos las cosas en nuestras responsabilidades. Pero también tendría
que llevarnos a preguntarnos donde está, cómo manifestamos la alegría de
nuestra fe.
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