Los
momentos que vivimos pueden ser una señal de la renovación que el Espíritu nos
pide cuando nos dice que no necesitamos remiendos sino odres nuevos
Hebreos 5,1-10; Sal 109; Marcos 2,18-22
Muchas veces nos aparecen ciertos
resabios de conformismo y un cierto conservadurismo. ¿No habremos escuchado en
alguna ocasión alguien que nos argumenta diciendo ‘esto siempre se ha hecho así’?
Algunas veces nos cuesta cambiar, abrirnos a lo nuevo, descubrir que las cosas
que se pueden hacer de otra manera y hacerlas mejor. No a todos les sucede,
porque de lo contrario no habríamos avanzado nada en la vida y en la sociedad,
pero es cierto que aparecen esas reticencias.
Por eso la presencia de Jesús con los
planteamientos que hacía del Reino de Dios significó un gran choque en aquella
sociedad judía. Aunque muchos descontentos querían abrirse a algo nuevo y en
cierto modo se sentían iluminados por los profetas, sin embargo había un grado
muy fuerte de inmovilismo muchas veces motivado por los intereses de los
dirigentes de la sociedad que podían ver mermados sus privilegios y la
relevancia que se daban con sus vidas con la influencia que podían ejercer
sobre la sociedad. Qué fácil cuando nos llenamos de poder nos convertimos en
manipuladores de los demás, porque nunca queremos ver mermada nuestra posible
influencia con intereses e incluso ganancias materiales de por medio.
Es cierto que los profetas hablaban de la fidelidad a la Alianza y a Yahvé y los veremos en sus fuertes luchas contra los que pretendían introducir una cierta idolatría, pero ellos hablan de corazón nuevo, de arrancar el corazón de piedra, de una verdadera transformación de sus vidas.
Y ahí está la Buena Noticia que Jesús nos ofrece, que exigirá una
purificación interior para ir a una autenticidad en la vida. Lo que hacemos ha
de tener su sentido y no es cuestión de dejarnos arrastrar por una rutina que
le hará perder el sentido a las cosas. Cuando no sabemos encontrar un sentido
lo que tratamos de hacer es imponer, llenar de normas y preceptos quedándonos
en una vida de meros cumplimientos y superficialidad.
Hoy plantean a Jesús el tema del ayuno,
porque ayunaban los discípulos de Juan, porque ayunan como una imposición los discípulos
de los fariseos y ven que Jesús no va por esos caminos y estilos. Como les dirá
Jesús ¿es que los amigos del novio cuando están en la boda de su amigo van a
ayunar? En ese momento lo que hay que hacer es participar de la alegría y de la
fiesta del novio; y es que el ayuno iba acompañado de tintes sombríos y en
cierto modo lúgubres, como si fuera un peso que nos cayera encima del que no
nos podemos librar.
Ya en otro momento Jesús nos dirá que
cuando ayunemos nos lavemos la cara y perfumemos, porque nadie tiene que saber
lo que hay en tu interior o lo que estás haciendo sino el Padre del cielo que
nos dará la recompensa de lo bueno que hagamos; y es que en las costumbres de
los fariseos estaba la ostentación y la vanidad de hacer las cosas para recibir
las alabanzas de la gente.
Pensemos cuánto de todo esto nos queda aún en nuestra Iglesia, - sí, tenemos que reconocerlo – y en el estilo de nuestras comunidades cristianas que en cierto modo se han quedado envejecidas en rutinas, tradiciones, costumbres que pueden dar una bonita apariencia, pero que nada atractivo hacen el evangelio a los hombres y mujeres que vivimos en pleno siglo XXI.
Cuando ahora nos hemos visto obligados por las
circunstancias
que vivimos a despojarnos de muchas cosas externas hay quien se siente
defraudado en sus añoranzas porque no se pueden lucir las largas y ostentosas
procesiones de semana santa, por ejemplo, y se dejan de lucir las mantillas,
los uniformes de romanos o los hábitos de los nazarenos. Decimos esto como
ejemplo pero podemos pensar en muchas más cosas. ¿No puede esto ser un signo de
la renovación que el Espíritu nos estará pidiendo?
Por eso hoy Jesús terminará hablándonos de que no andemos con remiendos en nuestra vida, sino que a vino nuevo necesitamos odres nuevos. Es el hombre nuevo, del que nos hablará san Pablo, que tenemos que ser. No es, entonces, aquello de que esto siempre se ha hecho así, sino descubrir ese sentido nuevo que desde la Buena Nueva de Jesús encontraremos para nuestra vida.
Y es que no nos ponemos un disfraz para
aparentar lo que no somos, sino que nos hemos de revestir de Cristo para ser
ese hombre nuevo; es un traje nuevo, es una vida nueva, porque ya no es vivir
la vida a nuestra manera sino que será siempre vivir a Cristo.
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