Somos meteorólogos para el tiempo pero no sabemos leer los
signos del tiempo de nuestra historia con una mirada de fe
Efesios 4, 1-6; Sal 23; Lucas 12, 54-59
Hoy todos somos meteorólogos
(?) pero quizá no sabemos interpretar el tiempo de la vida; en los medios de
comunicación se nos ofrecen las previsiones del tiempo, nos presentan las
cartas de isobaras, nos muestran gráficos con las altas o las bajas presiones y
sabemos, o creemos saber, si mañana va a llover o no va a llover. Yo soy ya un
poco mayor y recuerdo más bien las previsiones que hacían nuestros padres o
nuestros abuelos, que no tenían esas cartas de isobaras, pero según las nubes,
las corrientes de aire y una serie de señales que observaban en la naturaleza
eran capaces de decirnos el tiempo que iba a hacer.
En nuestras islas
canarias unas señales que nos hablaban de la cercana lluvia era cuando se veía
el Teide coronado de nubes, como sombrillas sobre él o en forma de bufanda arropándolo.
Estos días pasados tuvimos unas imágenes espectaculares en este sentido y ya
nuestros mayores o los que recordaban lo que decían nuestros mayores nos
estaban anunciando por encima de lo que dijeran los meteorólogos que iba a
llover, como así fue. Claro que si nos anuncian la lluvia tendríamos que
prepararnos para que no nos hagan daño o se sepan aprovechar esos caudales que
nos bajan de los cielos.
Interpretamos los
signos o señales de la naturaleza y nos confiamos a esas interpretaciones, pero
como nos dice Jesús hoy en el evangelio, que empleó esta misma imagen, no
sabemos interpretar los signos de los tiempos. En la historia, en los
acontecimientos, en lo que sucede en nuestro hoy tenemos que saber hacer una interpretación
de la vida. ¿Por qué no podemos pensar que Dios nos habla también a través de
los acontecimientos? Es lo que hacían los profetas, leían su propia historia,
lo que les estaba aconteciendo con ojos de fe, intentando descubrir la mirada
de Dios y en ello lo que Dios quería decirles para su momento presente. No eran
simplemente unos visionarios que se creían inventar el futuro, sino que en una
honda reflexión sacaban conclusiones de lo que acontecía.
Somos reflexivos para
algunas cosas; quizás en nuestros estudios nos hacemos nuestras elucubraciones y
hasta nos vamos haciendo una filosofía de la vida desde las experiencias que
hayamos vivido. ¿Por qué eso no lo podemos hacer también desde una mirada de
fe? Los hechos, incluso, que nos narran los evangelios o nos narra la Biblia
pueden tener una transposición también en lo que ahora nos sucede. Tenemos que
aprender a mirar la vida desde ese llamémosle filtro de la fe, desde ese filtro
del evangelio y tratemos con el evangelio de responder a lo que ahora nos va
sucediendo, encontrarle un significado o un sentido, descubrir un camino que
hemos de recorrer.
El creyente no es el
que simplemente dice que cree en Dios pero lo pone como bien guardado en un
armario dejándolo allá en la quietud de los cielos, sino que el creyente saber
descubrir a Dios en el caminar de la historia, en nuestro caminar de cada día,
descubriendo así lo que Dios quiere de nosotros, lo que ha de ser nuestra vida.
Y esa mirada nueva que desde la fe se nos abre tenemos que saber llevarla a los
demás, aplicarla a los aconteceres de nuestra vida, iluminar también la vida de
los demás abriéndoles los ojos y el corazón a esa trascendencia que desde la fe
somos capaces de descubrir.
Muchas veces en
nuestros diálogos con personas cercanas a nosotros, o con personas que tienen
una sensibilidad semejante a la nuestra reflexionamos sobre la situación de
nuestro mundo, nos damos cuenta de la carencia de valores que hay en muchos o
de la superficialidad con que viven sus vida, del materialismo que les cerca y
de la falta de una espiritualidad que dé profundidad a la vida. Pero quizá nos
quedamos ahí, que es lo que no debemos hacer. Esa reflexión que hacemos y que
quizá con algunos compartimos sintamos que es esa fuerza de la Palabra de Dios
que llega a nosotros y que nos está pidiendo que la llevemos a los demás.
No podemos cruzarnos
de brazos, no podemos quedarnos en unas reflexiones muy bonitas que nos hagamos
para nosotros mismos, sino que tenemos que salir al encuentro de los demás con
un anuncio, con un testimonio, con una palabra que despierte esperaza y que
aliente a una búsqueda de algo nuevo y superior. En todo eso nos está hablando
el Señor, está poniendo señales que no podemos obviar.
Sepamos leer esas
señales de Dios que nos abren caminos nuevos, que nos llevan a un impulso nuevo
del anuncio del evangelio, aunque nos cueste. Son señales que nos hacen
despejar caminos nuevos, como cuando vemos señales de lluvia y nos preparamos
bien para no mojarnos o bien para que las aguas de lluvia aunque sean
torrenciales no hagan ningún daño sino que se sepan aprovechar.
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