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viernes, 23 de octubre de 2020

Somos meteorólogos para el tiempo pero no sabemos leer los signos del tiempo de nuestra historia con una mirada de f

 


Somos meteorólogos para el tiempo pero no sabemos leer los signos del tiempo de nuestra historia con una mirada de fe

Efesios 4, 1-6; Sal 23; Lucas 12, 54-59

Hoy todos somos meteorólogos (?) pero quizá no sabemos interpretar el tiempo de la vida; en los medios de comunicación se nos ofrecen las previsiones del tiempo, nos presentan las cartas de isobaras, nos muestran gráficos con las altas o las bajas presiones y sabemos, o creemos saber, si mañana va a llover o no va a llover. Yo soy ya un poco mayor y recuerdo más bien las previsiones que hacían nuestros padres o nuestros abuelos, que no tenían esas cartas de isobaras, pero según las nubes, las corrientes de aire y una serie de señales que observaban en la naturaleza eran capaces de decirnos el tiempo que iba a hacer.

En nuestras islas canarias unas señales que nos hablaban de la cercana lluvia era cuando se veía el Teide coronado de nubes, como sombrillas sobre él o en forma de bufanda arropándolo. Estos días pasados tuvimos unas imágenes espectaculares en este sentido y ya nuestros mayores o los que recordaban lo que decían nuestros mayores nos estaban anunciando por encima de lo que dijeran los meteorólogos que iba a llover, como así fue. Claro que si nos anuncian la lluvia tendríamos que prepararnos para que no nos hagan daño o se sepan aprovechar esos caudales que nos bajan de los cielos.

Interpretamos los signos o señales de la naturaleza y nos confiamos a esas interpretaciones, pero como nos dice Jesús hoy en el evangelio, que empleó esta misma imagen, no sabemos interpretar los signos de los tiempos. En la historia, en los acontecimientos, en lo que sucede en nuestro hoy tenemos que saber hacer una interpretación de la vida. ¿Por qué no podemos pensar que Dios nos habla también a través de los acontecimientos? Es lo que hacían los profetas, leían su propia historia, lo que les estaba aconteciendo con ojos de fe, intentando descubrir la mirada de Dios y en ello lo que Dios quería decirles para su momento presente. No eran simplemente unos visionarios que se creían inventar el futuro, sino que en una honda reflexión sacaban conclusiones de lo que acontecía.

Somos reflexivos para algunas cosas; quizás en nuestros estudios nos hacemos nuestras elucubraciones y hasta nos vamos haciendo una filosofía de la vida desde las experiencias que hayamos vivido. ¿Por qué eso no lo podemos hacer también desde una mirada de fe? Los hechos, incluso, que nos narran los evangelios o nos narra la Biblia pueden tener una transposición también en lo que ahora nos sucede. Tenemos que aprender a mirar la vida desde ese llamémosle filtro de la fe, desde ese filtro del evangelio y tratemos con el evangelio de responder a lo que ahora nos va sucediendo, encontrarle un significado o un sentido, descubrir un camino que hemos de recorrer.

El creyente no es el que simplemente dice que cree en Dios pero lo pone como bien guardado en un armario dejándolo allá en la quietud de los cielos, sino que el creyente saber descubrir a Dios en el caminar de la historia, en nuestro caminar de cada día, descubriendo así lo que Dios quiere de nosotros, lo que ha de ser nuestra vida. Y esa mirada nueva que desde la fe se nos abre tenemos que saber llevarla a los demás, aplicarla a los aconteceres de nuestra vida, iluminar también la vida de los demás abriéndoles los ojos y el corazón a esa trascendencia que desde la fe somos capaces de descubrir.

Muchas veces en nuestros diálogos con personas cercanas a nosotros, o con personas que tienen una sensibilidad semejante a la nuestra reflexionamos sobre la situación de nuestro mundo, nos damos cuenta de la carencia de valores que hay en muchos o de la superficialidad con que viven sus vida, del materialismo que les cerca y de la falta de una espiritualidad que dé profundidad a la vida. Pero quizá nos quedamos ahí, que es lo que no debemos hacer. Esa reflexión que hacemos y que quizá con algunos compartimos sintamos que es esa fuerza de la Palabra de Dios que llega a nosotros y que nos está pidiendo que la llevemos a los demás.

No podemos cruzarnos de brazos, no podemos quedarnos en unas reflexiones muy bonitas que nos hagamos para nosotros mismos, sino que tenemos que salir al encuentro de los demás con un anuncio, con un testimonio, con una palabra que despierte esperaza y que aliente a una búsqueda de algo nuevo y superior. En todo eso nos está hablando el Señor, está poniendo señales que no podemos obviar.

Sepamos leer esas señales de Dios que nos abren caminos nuevos, que nos llevan a un impulso nuevo del anuncio del evangelio, aunque nos cueste. Son señales que nos hacen despejar caminos nuevos, como cuando vemos señales de lluvia y nos preparamos bien para no mojarnos o bien para que las aguas de lluvia aunque sean torrenciales no hagan ningún daño sino que se sepan aprovechar.

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