Que no se nos apague ese fuego del Espíritu en nuestro
corazón, que no temamos la división que vamos a encontrar porque será camino de
purificación y transformación, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar?
Efesios 3, 14-21; Sal 32; Lucas 12, 49-53
Algunas veces se nos
puede crear una imagen distorsionada de determinadas cosas que pueden tener una
variedad de significados o de funciones. Me refiero en este caso al fuego, que
cuando pensamos en él la imagen que primero se nos aparece son los pavorosos
incendios ya sean de índole forestal o incluso localizados más en nuestra cercanía
cuando el fuego destruye un edificio o una industria; nos quedamos con esa
imagen de destrucción que por supuesto también la tiene, pero también el fuego
es un elemento muy importante para nuestra vida.
Con el fuego nos
calentamos cuando tenemos frío y buscamos su calor, con el fuego elaboramos
nuestra comida o pensemos en la industria la practicidad que tiene también en
la elaboración de elementos que utilizaremos de forma positiva en la vida.
Claro que tiene también la función purificadora de separar o destruir las
escorias para la purificación de determinados elementos.
El ardor del fuego es
también imagen de la fuerza interior que llevamos dentro de nosotros que nos
impulsa a la acción, a la creatividad, al trabajo y a la corresponsabilidad en
tanto bueno como podemos realizar. Y de esto nos está hablando Jesús hoy en el
evangelio cuando nos dice que fuego ha venido a traer a la tierra y lo que
quiere es que arda. No es la destrucción lo que Jesús busca, aunque sí que hay
muchas cosas en nuestro interior que purificar, pero sí nos está hablando de
esa fuerza interior, esa fuerza espiritual que nos impulsa a la bueno, que nos
lleva a una transformación de nosotros mismos pero que quiere también una transformación
de nuestro mundo.
Fuego necesitamos
tantas veces que andamos como apagados, que parece que nos falta vigor, que nos
acomodamos a cualquier cosa y no terminamos de sentir ese impulso de la fe que
nos lleva a comprometernos, que nos lleva a un anuncio, que nos tiene que
conducir a esa transformación para que se realice de verdad el Reino de Dios. Somos
tantas veces cristianos apagados que nos falta ese vigor, y si estamos apagados
tampoco podremos dar luz, tampoco podremos ser luz para los demás.
Y esto no siempre es fácil.
Porque algunas veces esa postura nuestra que nos hace sentir inquietos por
dentro también puede importunar a los demás; y podremos encontrar rechazo,
podremos encontrarnos que en nuestro entorno vamos a encontrar división de
opiniones y habrá quien se oponga a ese fuego que llevamos dentro y querrán
acallarlo o nos rechazarán.
De eso nos está
hablando Jesús también en el evangelio hoy cuando nos dice que no ha venido a
traer paz sino que vamos a encontrar división incluso entre los más cercanos a
nosotros. Estas palabras de Jesús siempre nos han dejado como inquietos porque
no terminamos de entenderlas.
Primero será en
nosotros mismos, ese fuego nos deja inquietos, ese fuego hará que en ocasiones
incluso en nuestro interior nos sintamos divididos; se nos presentan como dos
mundos, como dos caminos delante de nosotros, el del compromiso que nace de ese
fuego que arde dentro de nuestro corazón, o el de la quietud y la comodidad;
¿para qué nos vamos a complicar?, pensamos tantas veces y sentimos la tentación
de quedarnos en nuestras rutinas de siempre, eso que llamamos paz pero que es
un estar adormilados en nuestros conformismos, sentiremos un revulsivo que nos
deja inquietos.
Y si damos un paso
adelante y queremos vivir nuestro compromiso y nuestra entrega de manera
radical ya vendrán a decirnos que no es para tanto, que no nos compliquemos,
que dejemos las cosas como están, que siempre hemos vivido así. Cuando no nos
puedan convencer intentarán pararnos sea de la forma que sea, y ya sabemos como
al final terminamos en la persecución. Pero es nuestro camino, es el compromiso
de nuestra fe, es el ardor del Espíritu que tenemos en nuestro interior, es el
amor de Cristo que nos ha contagiado y prendido ese fuego en nuestro corazón.
Que no se nos apague
ese fuego del Espíritu en nuestro corazón, que no temamos la división que vamos
a encontrar porque será camino de purificación, será el momento en que todos
tenemos que decantarnos por seguir o no seguir a Jesús y su evangelio. ¿Hasta
dónde estamos dispuestos a llegar?
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