Con
el reconocimiento del Señorío de Dios sobre nuestra vida todo va a tener un
sentido nuevo, un valor nuevo para la vida de las personas cuidando entonces su
dignidad
Isaías 45, 1. 4-6; Sal 95; 1
Tesalonicenses 1, 1-5b; Mateo 22, 15-21
Hay preguntas y hay
preguntas, como se suele decir. Preguntamos en el deseo de saber, por la
curiosidad del conocimiento, para entender mejor las cosas, pero hay gente que
está, por así decirlo, especializada en hacer preguntas comprometedoras; ya
sabemos que hoy, por ejemplo, los periodistas tienen que ser muy sagaces en las
preguntas que hacen, sobre todo a los políticos, para descubrir bien cuales son
sus planes y sus proyectos o incluso los intereses que pudieran estar detrás;
pero hay preguntas más comprometedoras, aquellas que se hacen para hacernos
decir lo que nos interesa, para arrimar el ascua a nuestra sardina, o para
tener una base en lo que en un momento determinado poder acusar, poder
denunciar, poder sacar incluso los trapos sucios que todos quieren esconder.
Con Jesús también
andaban con preguntas así como vemos hoy mismo en el evangelio. Pero serán
muchas las ocasiones en que vienen con preguntas capciosas a Jesús sobre todo
cuando estaban ya sus enemigos buscando como acusarle, desprestigiarle o
quitarle de en medio. En lo que hoy escuchamos en el evangelio podríamos decir
incluso que era una unión un poco forzada por las tremendas diferencias en la
concepción de la vida o en lo que pensaban de la situación de Israel en
aquellos momentos, pero se unen fariseos y herodianos para hacerle preguntas a Jesús.
Querían tenderle una trampa.
En su perversidad
incluso entran con alabanzas llenas de falsedad en sus intenciones que querían
dorar la píldora hablando de la sinceridad y de la rectitud con que hablaba y
actuaba Jesús. Por eso Jesús los llamará hipócritas. Poco les importaba eso,
cuando lo que querían era tener de qué acusarlo, o cómo dividir a los que le seguían
que sería como un querer desprestigiar a Jesús si se arrimaba a un bando o a
otro. Por eso entran a trapo con el problema de los impuestos que tenían que
pagar al Cesar extranjero que dominaba en Israel. Los judíos tenían
establecidos sus diezmos y primicias a entregar en el templo que tenían que ser
dineros que tenían que repercutir en beneficio del mismo pueblo, pero si sus
impuestos los entregaban al poder extranjero aquello sería oro para el Cesar. ‘¿Es lícito pagar impuesto al César
o no?’
No tenemos nosotros ahora que entrar en
consideraciones sociológicas o económicas ante la licitud de este impuesto y la
pregunta que hacían. Y es lo que hace Jesús. Podría parecer que se va por las
barreras pero no es así, porque Jesús nos estará ayudando a descubrir el
sentido y el valor del Reino de Dios que El está anunciando. Un Reino de Dios
que no es solo una cosa que elevemos a un terreno tan espiritual que nos
olvidemos de la tierra que pisamos, sino que es en el aquí y en ahora donde
tenemos que ir construyendo ese Reino de Dios. Pensemos que esa es la constante
de la predicación y del mensaje de Jesús y será algo que tendrá que implicar
toda nuestra vida.
La petición que les hace Jesús de
presentarles cuál era la moneda en uso los deja descolocados. La moneda en uso
era la romana, como era de suponer, que ellos se apresuraron a presentar y la
efigie que presentaba tal moneda como indicativo podríamos decir era la imagen
del César. De ahí la pregunta de Jesús. ‘¿De quién son esta imagen y esta
inscripción?’ No podían dar otra respuesta que lo que era la realidad. ‘Del
Cesar’, y entonces la afirmación rotunda de Jesús. ‘Pues dad al César lo
que es del César y a Dios lo que es de Dios’.
Sí, en lo material usamos cosas de la
tierra y con qué seriedad y responsabilidad también tenemos que saber
utilizarlas. Pero como personas somos algo más porque ahí tenemos que
considerar toda la dignidad de la persona que está por encima de todo eso
material que tenemos que utilizar. Decíamos que responsablemente tenemos que
vivir la vida, con sus responsabilidades en el orden personal y en el orden
social en nuestra relación con los demás, en relación con esa tierra en la que
vivimos o en relación con esa sociedad que entre todos formamos.
En todo ese orden de lo que es el
camino de nuestra vida no solo tenemos en nuestras manos esas riquezas o esos
bienes pero en ese camino de la vida no podemos nunca olvidar todo lo que es la
dignidad de la persona que es su verdadera grandeza. Y esa dignidad que tenemos
como personas no nos la dan unas leyes o unos convencionalismos humanos, sino
que están inscritos en lo más hondo de cada ser desde su creación. Y esto se lo
debemos a Dios. Dios que quiere siempre el bien del hombre, Dios que quiere
salvaguardar siempre la dignidad de la persona, Dios que nos ha dado esa
dignidad y la pone en nuestras manos para cuidemos no solo la nuestra personal
sino la dignidad de todos. Qué tremenda responsabilidad tenemos.
Cuando nosotros estamos hablando del
Reino de Dios, como decíamos antes, no como algo etéreo y elevado sobre
nuestras cabezas y casi como si no nos
tocara, sino en el aquí y ahora de nuestra vida estamos proclamando
precisamente esa dignidad de la persona, de toda persona. Cuando hacemos que en
verdad Dios sea el único Señor de nuestra vida significa que todo lo que Dios
quiere para el hombre, para la persona, eso es lo que nosotros vamos a querer,
por lo que nosotros vamos a trabajar. Cuando hoy Jesús nos dice que ‘a Dios
lo que es de Dios’, significa ese reconocimiento del Señorío de Dios sobre
nuestra vida y en consecuencia todo ese sentido nuevo, todo ese valor nuevo que
van a tener la vida de las personas cuidando entonces su dignidad.
Sí, ‘al César lo que es del César’,
como nos dice Jesús con esa responsabilidad de todo lo material que está en
nuestra manos y de la construcción de ese mundo desde nuestra propia
contribución personal también, pero que va a unido a esa pertenencia al Reino
de Dios con ese sentido nuevo de la vida, de la persona, de las cosas, del
mundo creado que desde el Evangelio de Jesús encontramos.
Gracias por las semillas, deseo que caigan en buena tierra. Para que germinen y gosemos de su fruto. Alimente a la humanidad.
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