No nos durmamos en nuestra fe sino que con la cintura ceñida
y las lámparas encendidas vivamos toda la responsabilidad que abarca la vida
Efesios 2,12-22; Sal. 84; Lucas 12, 35-38
Quien tiene una
responsabilidad no se puede dormir. Bueno, esto lo sabemos todos, no es nada
nuevo, aunque no está mal recordarlo. Ya sabemos cómo somos. Algunas veces nos
confiamos; porque ya tenemos el trabajo asegurado creemos que podemos hacer lo
que nos dé la gana. Es la responsabilidad de asumir una función, es la
responsabilidad ante un salario que en justicia recibimos por el trabajo
realizado, es la responsabilidad de quien aprecia el servicio que está
realizando, es la responsabilidad que sentimos ante los demás, pero que hemos
de sentir ante nuestra propia conciencia. En cada momento, aunque nadie
estuviera vigilándolo sabría realizar, realizaría con toda fidelidad aquello
que se le ha confiado.
Por supuesto las
palabras que le escuchamos hoy a Jesús en el Evangelio en esa referencia al
criado que tiene que estar atento a cuando su señor llegue a su casa para
abrirle la puerta apenas llegue, del administrador a quien le confía todo lo
que lleva consigo la administración o dirección de la casa y todo lo
relacionado con ella, nos está haciendo referencia a esas responsabilidades que
tenemos en la vida.
Como dice Jesús con
la cintura ceñida y con las lámparas encendidas, no se puede dormir quiere
decirnos, sino que ha de estar pronto para cuando ha de prestar su servicio.
Pero creo que Jesús quiere decirnos mucho más, aunque ya es mucho que revisemos
el cumplimiento de nuestras responsabilidades.
Pero ya no solo
tenemos que pensar en esas responsabilidades que tenemos con nuestros oficios y
trabajos, con la responsabilidad que tenemos con nuestra familia y tendríamos
que pensar no solo de los padres hacia los hijos, sino de todos los miembros de
la familia entre sí porque han de sentirse solidariamente responsables de la construcción
de su hogar, pero que tendríamos que ampliarlo a esas funciones que podemos
desempeñar en la vida de nuestra comunidad, en ese mundo en el que vivimos y
del que tenemos que sentirnos igualmente solidarios los unos con los otros y
con la marcha de esa sociedad. No nos podemos desentender de lo que sucede a
nuestro alrededor como si no fuera cosa nuestra.
Aquí hay también una referencia muy clara a lo
que ha de ser nuestra vida cristiana, nuestro seguimiento de Jesús, nuestra
pertenencia a la Iglesia. Primero que nada atentos a la llamada del Señor,
porque en cada momento y en cada cosa que realicemos tenemos que saber
descubrir lo que es su voluntad. Y es que decir que tenemos fe no solo es cuestión
de que digamos que tenemos unas creencias, que incluso seamos capaces de
recitar de memoria el credo que contiene todos los artículos de la fe; tener fe
nos hace entrar en otra dinámica en la vida para ir descubriendo esa presencia
y ese proyecto de Dios en cada momento de la existencia.
Y eso es como entrar
en sintonía con Dios; cuando entramos en sintonía significa que entramos en
aquella onda en la que escuchamos aquello que se está transmitiendo. Esa tiene
que ser la onda y la sintonía de la fe con la que en todo momento tenemos que
estar conectados, es decir mantener nuestra sintonía con Dios, nuestra escucha
de Dios. Orar no es solo que nosotros tengamos algo que decirle o que pedirle a
Dios sino entrar en esa intercomunicación en la que hablamos porque pedimos,
porque damos gracias, porque alabamos al Señor, pero también le escuchamos allá
en lo más hondo de nosotros mismos. No nos durmamos en nuestra fe.
Ceñida la cintura y
con las lámparas encendidas, nos dice hoy Jesús en el evangelio. Nos recuerda aquello otro de los
sarmientos unidos a la vid, porque sin El nada podemos hacer. Como nos sigue
diciendo hoy Jesús en el evangelio ‘Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los
encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa
y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la
tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos’. Al final será el Señor el que nos irá sirviendo
porque nos regala el alimento de su Palabra y nos alimenta con la Eucaristía de
su Cuerpo y Sangre. Con la fuerza de ese alimento podremos vivir con intensidad
todas aquellas responsabilidades de las que también nos hablaba Jesús hoy en el
evangelio.
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