El cristiano, testigo del amor de Jesús, ha de convertirse en
lugar de encuentro entre Dios y los hombres porque somos verdaderos templos de
Dios
Hechos 15, 1-2. 22-29; Sal 66; Apocalipsis
21, 10-14. 22-23; Juan 14, 23-29
‘El que
me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos
morada en él’ nos dice hoy Jesús en el evangelio. Son palabras de Jesús como de
despedida en la última cena. Palabras importantes que nos hablan de su
presencia permanente junto a nosotros, palabras que nos hacen sentirnos si
escuchamos y cumplimos su palabra en morada y en templo de Dios que quiere
habitar en nosotros.
Lo hemos
reflexionado muchas veces, el hombre quiere encontrar y conocer a Dios; en el
ansia de plenitud que hay en nosotros queremos llenarnos de Dios, vivir a Dios
y le buscamos. Hay lugares y momentos que nos parece que nos hacen sentir a
Dios más cercano y nos construimos lugares donde podamos sentir de manera
especial su presencia; el hombre de todos los tiempos ha buscado ese lugar
sagrado, ha consagrado lugares para Dios donde sentir y vivir su presencia.
Son los
templos que de una forma o de otra en todas las religiones se levantan en honor
a Dios y en los que queremos darle culto, sentirle o escucharle, vivir su
presencia y mostrarle la respuesta de nuestra fe y de nuestro amor. Hacemos las
ofrendas más suntuosas en nuestros templos que quieren expresar también la
grandeza del misterio de Dios que nos supera en su inmensidad. Pero de alguna
manera, ¿no nos estaremos quedando lejos del verdadero sentido del evangelio?
La novedad
del evangelio de Jesús nos hace sentir de una forma nueva su presencia y es lo
que realmente viene a decirnos hoy Jesús en el texto evangélico que hemos
escuchado. Recordamos cuando el episodio de la expulsión de los vendedores del
templo que lo profanaban con su mercadeo y ante las exigencias de los judíos
preguntando por su autoridad para hacer lo que hizo, les dice: ‘Destruid
este templo y en tres días lo reedificaré’. No entienden los judíos las
palabras de Jesús y las usarán en la acusación ante el Sanedrín, pero como nos
comenta el evangelista que ya había captado la plenitud de su mensaje, El se
refería al templo de su cuerpo. El es la verdadera morada de Dios entre los
hombres.
Pero hoy
nos está diciendo que nosotros también podemos ser, tenemos que ser esa morada
de Dios. ‘Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él’,
nos dice. Somos nosotros si le escuchamos y aceptamos su Palabra, si hacemos su
voluntad y cumplimos sus mandamientos, como nos dice, los que no vamos a
convertir en esa morada de Dios, en ese templo de Dios. ‘Haremos morada en
El’, que nos dice.
Entendemos
entonces las palabras del Apocalipsis que hoy hemos escuchado. Nos habla de la
nueva Jerusalén que bajaba del cielo llena de la gloria del Señor, pero nos dice ‘Templo no ví
ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso y el
Cordero’. No es lo importante ese templo construido con elementos humanos,
porque el verdadadero templo es la gloria del Señor Todopoderoso que en
nosotros quiere habitar.
¡Qué
maravilla! Esto tiene muchas consecuencias, empezando por la santidad de
nuestra vida para no profanar ese templo de Dios que somos nosotros. Así hemos
sido ungidos y consagrados en nuestro bautismo por la fuerza del Espíritu que
no solo nos hace hijos de Dios, sino que nos convierte en esa morada de Dios
también en medio de los hombres.
Y es que
el cristiano, el testigo de Jesús ha de convertirse en medio de la humanidad en
lugar de encuentro entre nosotros los hombres pero en lugar de encuentro
también con Dios. Ese ha de ser nuestro testimonio, de eso hemos de ser
testigos no solo con nuestras palabras sino con nuestra vida. Con nuestro amor
– es nuestro distintivo y todo el motor de nuestra vida – nos hemos de
convertir en lugar de reconciliación, de perdón y de paz. Y es que allí donde
hay verdadero amor allí se hace presente de Dios con su gracia, con su vida,
con su perdón, con su paz. Y eso es lo que tenemos que lograr cuando nos
sentimos inundados y rebosantes de amor.
Allí por
donde vaya un cristiano tiene que ir un testigo del amor; allí donde esté un
cristiano inundado de ese verdadero amor tendrá que haber siempre encuentro
entre los hombres, estaremos promoviendo siempre la reconciliación y la paz, se
tiene que estar creando comunión, será siempre motivo de comunión entre todos,
trabajará por el diálogo y el entendimiento, estará buscando siempre la
justicia y la fraternidad. Triste sería que fuéramos un anti-testimonio porque
provoquemos rupturas y distanciamientos, porque en lugar de la concordia
estemos siendo semillas de discordia y de enfrentamiento. Eso sí que sería una
profanación de esa morada de Dios en nosotros. Qué testimonio más verdadero
tenemos que dar.
Y todo
esto lo podremos realizar porque con nosotros está siempre la fuerza del
Espíritu. ‘Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado, nos dice; pero el
Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os
lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’. El será nuestra
sabiduría y nuestra fuerza, en El encontraremos la verdadera paz, no una paz
cualquiera, sino la paz al estilo de Jesús. Con el Espíritu en nosotros se
acabarán nuestros miedos y cobardías, porque El está con nosotros, más aún como
venimos reflexionando, El está habitando en nosotros que nos hemos convertido
en verdadero templo de Dios, en verdadera morada de Dios.
Cuantas conclusiones
y compromisos tenemos que sacar de estas palabras de Jesús.
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