Como
María también nosotros llevamos a Dios cuando vamos al encuentro de los demás
con amor, buenos deseos y sincera amistad y en los demás nosotros también
encontramos a Dios
Romanos
12, 9-16b; Sal: Is 12, 2-6;
Lucas 1, 39-56
Qué alegría siente uno cuando ante una
llamada al abrir la puerta de nuestra casa nos encontramos con un ser querido
que quizás por la lejanía en que vive hace años no lo veíamos y ahora viene a
visitarnos. Todo se vuelve alegría, los abrazos y cariños se multiplican, todo
suena a música a nuestro alrededor y hasta nos parece que el sol se ha vestido
de fiesta para unirse a nuestra alegría brillando con un especial resplandor.
Entra la alegría por la casa y todo son exclamaciones de ese júbilo quitándonos
la palabra para ofrecernos las mejores expresiones de nuestra hospitalidad interesándonos
el uno por el otros, recordando mil detalles e interesándonos por los más
diversos aspectos de nuestra vida.
Momentos de sorpresa y de jubilo,
momentos de reencuentro previamente anunciados, momentos tan esperados como
larga se había hecho la distancia y el tiempo de nuestro anterior encuentro o
nuestra antigua convivencia. Como en mi familia vivimos la emigración de alguno
de sus miembros me hace recordar lo que estamos reflexionando las vueltas a
casa de quienes habían emigrado a países lejanos – que lejana parecía en mi
niñez la América de la emigración de familiares que pasaban años fuera de
nuestra tierra – y cuánta era la alegría y la fiesta a su retorno.
Me ha hecho rememorar estos recuerdos
de mi niñez, pero también la experiencia de reencuentro con amigos o seres
queridos lo que nos narra hoy el evangelio de la visita de María a su prima
Isabel allá en las montañas de Judá. Desde la lejana Galilea – y cuan lejana podría
parecer con varias jornadas de camino – se habían reencontrado Isabel con María.
En la brevedad del relato del evangelio podemos resaltar, sí, las muestras de júbilo
de aquellas dos mujeres en su encuentro y que llenó de alegría aquel hogar de
la montaña. Hasta la criatura que llevaba Isabel en su seno tras un embarazo de
seis largos meses saltó en el vientre de su madre, porque era muy significativa
aquella visita y aquel encuentro.
Quedándonos incluso en estos detalles
que hemos resaltado ya podemos entrever
toda la maravilla que allí se estaba desarrollando. Eran las maravillas del
Señor que se realizaban en María, pero que abarcaban a cuantos en aquel hogar vivían.
Era la madre de su Señor como reconocería Isabel y ahí estaba el gran misterio
que allí estaba aconteciendo. Con María era Dios que de manera especial llegaba
a aquella casa donde también se estaban obrando por otra parte las obras
maravillosas del Señor. Porque si allí llegaba con María el que era esperado de
las naciones, allí estaba también aquel que iba a ser señalado como el
Precursor del Mesías, el que estaba anunciado como el que había de preparar los
caminos del Señor.
La alegría y la alabanza que mutuamente
se prodigaban aquellas dos mujeres pronto se iban a convertir en un cántico de
alabanza al Señor que viene a visitar a su pueblo para derramar sobre él sus
misericordias. Era la aurora bien brillante de un mundo nuevo que iba a
comenzar porque quien ya estaba en el seno de María venia para establecer el
Reino de Dios entre los hombres. Ese era el anuncio de su presencia, esa iba a
ser la Palabra de Buena Nueva que iba a pronunciar, ese era el evangelio, la
buena noticia para todos los hombres que allí ya se estaba anunciando y que
María sabría traducir con sabiduría en sus cánticos y en sus palabras de
alabanza al Señor.
Nos alegramos nosotros también con la
visita de María a Isabel en las montañas de Judá. Nos alegramos y nos gozamos
con las cosas maravillosas que allí se estaban realizando pero queremos ser
nosotros, de manos de María de quien hemos de aprender, esa buena nueva para
los demás cuando sepamos ir de verdad con corazón abierto al encuentro de los
otros.
Pensemos que cuando vamos al encuentro
del otro en nuestras mutuas visitas y en todo lo que significa nuestra
convivencia también somos mensajeros de Buena Nueva para los demás; pensemos
cómo con nosotros llevamos a Dios cuando nos acercamos con amor, con
misericordia, con buenos deseos y sincera amistad a los otros. Dios también va
con nosotros y nosotros en los demás también nos vamos a encontrar con Dios.
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