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viernes, 31 de mayo de 2019

Como María también nosotros llevamos a Dios cuando vamos al encuentro de los demás con amor, buenos deseos y sincera amistad y en los demás nosotros también encontramos a Dios


Como María también nosotros llevamos a Dios cuando vamos al encuentro de los demás con amor, buenos deseos y sincera amistad y en los demás nosotros también encontramos a Dios

Romanos 12, 9-16b; Sal: Is 12, 2-6; Lucas 1, 39-56
Qué alegría siente uno cuando ante una llamada al abrir la puerta de nuestra casa nos encontramos con un ser querido que quizás por la lejanía en que vive hace años no lo veíamos y ahora viene a visitarnos. Todo se vuelve alegría, los abrazos y cariños se multiplican, todo suena a música a nuestro alrededor y hasta nos parece que el sol se ha vestido de fiesta para unirse a nuestra alegría brillando con un especial resplandor. Entra la alegría por la casa y todo son exclamaciones de ese júbilo quitándonos la palabra para ofrecernos las mejores expresiones de nuestra hospitalidad interesándonos el uno por el otros, recordando mil detalles e interesándonos por los más diversos aspectos de nuestra vida.
Momentos de sorpresa y de jubilo, momentos de reencuentro previamente anunciados, momentos tan esperados como larga se había hecho la distancia y el tiempo de nuestro anterior encuentro o nuestra antigua convivencia. Como en mi familia vivimos la emigración de alguno de sus miembros me hace recordar lo que estamos reflexionando las vueltas a casa de quienes habían emigrado a países lejanos – que lejana parecía en mi niñez la América de la emigración de familiares que pasaban años fuera de nuestra tierra – y cuánta era la alegría y la fiesta a su retorno.
Me ha hecho rememorar estos recuerdos de mi niñez, pero también la experiencia de reencuentro con amigos o seres queridos lo que nos narra hoy el evangelio de la visita de María a su prima Isabel allá en las montañas de Judá. Desde la lejana Galilea – y cuan lejana podría parecer con varias jornadas de camino – se habían reencontrado Isabel con María. En la brevedad del relato del evangelio podemos resaltar, sí, las muestras de júbilo de aquellas dos mujeres en su encuentro y que llenó de alegría aquel hogar de la montaña. Hasta la criatura que llevaba Isabel en su seno tras un embarazo de seis largos meses saltó en el vientre de su madre, porque era muy significativa aquella visita y aquel encuentro.
Quedándonos incluso en estos detalles que hemos resaltado  ya podemos entrever toda la maravilla que allí se estaba desarrollando. Eran las maravillas del Señor que se realizaban en María, pero que abarcaban a cuantos en aquel hogar vivían. Era la madre de su Señor como reconocería Isabel y ahí estaba el gran misterio que allí estaba aconteciendo. Con María era Dios que de manera especial llegaba a aquella casa donde también se estaban obrando por otra parte las obras maravillosas del Señor. Porque si allí llegaba con María el que era esperado de las naciones, allí estaba también aquel que iba a ser señalado como el Precursor del Mesías, el que estaba anunciado como el que había de preparar los caminos del Señor.
La alegría y la alabanza que mutuamente se prodigaban aquellas dos mujeres pronto se iban a convertir en un cántico de alabanza al Señor que viene a visitar a su pueblo para derramar sobre él sus misericordias. Era la aurora bien brillante de un mundo nuevo que iba a comenzar porque quien ya estaba en el seno de María venia para establecer el Reino de Dios entre los hombres. Ese era el anuncio de su presencia, esa iba a ser la Palabra de Buena Nueva que iba a pronunciar, ese era el evangelio, la buena noticia para todos los hombres que allí ya se estaba anunciando y que María sabría traducir con sabiduría en sus cánticos y en sus palabras de alabanza al Señor.
Nos alegramos nosotros también con la visita de María a Isabel en las montañas de Judá. Nos alegramos y nos gozamos con las cosas maravillosas que allí se estaban realizando pero queremos ser nosotros, de manos de María de quien hemos de aprender, esa buena nueva para los demás cuando sepamos ir de verdad con corazón abierto al encuentro de los otros.
Pensemos que cuando vamos al encuentro del otro en nuestras mutuas visitas y en todo lo que significa nuestra convivencia también somos mensajeros de Buena Nueva para los demás; pensemos cómo con nosotros llevamos a Dios cuando nos acercamos con amor, con misericordia, con buenos deseos y sincera amistad a los otros. Dios también va con nosotros y nosotros en los demás también nos vamos a encontrar con Dios.

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