Abramos
los ojos de la fe y dejándonos conducir por el Espíritu llegaremos a comprender
las palabras de Jesús y el sentido nuevo que nuestra vida adquiere
Hechos 18, 1-8; Sal 97; Juan 16,16-20
No entienden los discípulos lo que Jesús
les quiere decir y le dan vueltas y vueltas a sus palabras para encontrarles un
sentido. Refleja muy bien lo que nos sucede tantas veces. Nos cuesta entender.
Serán situaciones que se nos tornan difíciles, enigmáticas, que nos cuesta
aceptar o encontrarles un sentido. Serán palabras que escuchamos y no es porque
no sepamos el idioma en que se nos habla, sino que se nos hace difícil
interpretar; y nos preguntamos por qué nos dijeron eso, qué nos querían decir,
qué interpretación tenemos que darle a lo que nos dicen. Como nos puede estar
sucediendo ahora mismo cuando hemos escuchado el evangelio y no somos capaces
de interpretar, no somos capaces de llevar sus palabras a nuestra vida.
Algunas veces el estado de ánimo que
tengamos en ese momento también influye en que seamos capaces de entender lo
que se nos dice. No está siempre el horno para bollos, como dice el refrán;
pasamos por situaciones de prueba, no entender el rumbo que se va tomando en
nuestro mundo, en nuestra sociedad, y hasta nos volvemos desconfiados con lo
que se nos dice, no queremos ya creer, todo nos puede parecer mentira o
falsedad, porque quizá no nos entendemos ni a nosotros mismos.
¿Qué hacer? busquemos serenar nuestro espíritu,
busquemos sosiego y dejemos de correr tantas carreras en las que nos
complicamos la vida, hagamos en cierto modo silencio en el corazón, pidamos la
luz a quien en verdad puede dárnosla y dejemos que el espíritu divino actúe en
nuestro interior.
Jesús les habla de que ahora le ven, le
van a dejar de ver, pero que luego volverán a verle. En verdad que parece un
trabalenguas. Les habla de momentos tristes que van a vivir, mientras los demás
ríen, pero que llegarán momento de alegría completa. Por el momento en que
Jesús pronuncia estas palabras, en la última cena antes de comenzar su pasión,
hay una clara referencia lo que van a vivir en aquellos días.
Parece que el mundo triunfa y por eso
se ríe, porque han logrado prender a Jesús y su muerte les parece a ellos su
victoria. Vendrán los momentos de la soledad del sepulcro, pero tras toda esa pasión
vendrá la victoria de la resurrección. Incluso aquella muerte en la cruz es
victoria de Cristo, porque es victoria sobre el mal, el pecado y la muerte.
Cómo tendríamos que saber interpretar nuestra vida y lo que tantas veces nos
pueda parecer fracaso, pero con Cristo no hay fracaso sino victoria.
Pero hay también una clara referencia a
lo que será el tiempo de la Iglesia. Jesús tras su ascensión al cielo ya no
estará visible para los ojos de la carne. Pudiera parecer orfandad y soledad,
pero Jesús nos ha prometido que estará para siempre con nosotros, y para ello
nos da la presencia del Espíritu. En el tiempo de la Iglesia, el tiempo que a
nosotros nos toca vivir no veremos a Jesús con los ojos de la carne, pero Jesús
está con nosotros. Hay momentos que se nos hacen duros, de soledad, de
orfandad, de silencio, donde que quizás del entorno en que vivimos lo que vamos
a recibir no sea nada bueno porque no nos faltarán las tentaciones, pero
también porque estarán presentes las persecuciones.
¿Tiempos de tristeza? Tenemos que
aprender a sentir la alegría de la fe en nuestro corazón; tenemos que aprender
a valorar la presencia del Espíritu en nosotros; tenemos que saber descubrir
que Jesús está siempre con nosotros, y vivimos su presencia en los sacramentos
y en la Palabra que escuchamos, pero tenemos que aprender a descubrir la
presencia de Jesús en el amor.
Abramos los ojos de la fe y
comenzaremos a comprender el sentido de tantas cosas; abramos los ojos de la fe
y dejándonos conducir por el Espíritu llegaremos a comprender las palabras de
Jesús y el sentido nuevo que nuestra vida adquiere. Sentiremos entonces la alegría
más honda en el corazón.
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