Llenémonos
de la verdadera espiritualidad cristiana que tiene su fuente en el Espíritu que
Jesús nos promete y nos envía
Hechos de los apóstoles 16,11-15; Sal 149;
Juan 15,26-16,4a
Muchas veces en la vida nos encontramos
sin fuerzas para emprender la tarea que tenemos que realizar, no sabemos cómo
comenzar y parece como que nos encontramos a oscuras sin saber realmente a
donde ir. Nos entra la desgana, nos sentimos sin fuerzas o sin motivaciones
interiores para la lucha de cada día, nos sentimos incapaces porque quizá no
terminamos de conocernos a nosotros mismos y vemos más bien defectos y
limitaciones pero no hemos llegado a descubrir todos los valores que hay en
nuestro interior y que nos capacitarían para cosas bien importantes.
La vida se nos vuelve complicada desde
las distintas tareas que tenemos que afrontar, pero también desde los problemas
que se nos acumulan y a los que no terminamos de dar respuesta o no sabemos cómo
afrontarlos. Eso nos hace que nos entre la desgana o el desánimo y antes de
emprender las tareas nos parecen como montañas inalcanzables.
No nos damos cuenta que la subida hay
que hacerla paso a paso y no podemos pretender llegar a lo alto de la montaña
sin haber dado antes todos los pasos de la escalada. Cada paso ha de tener su
momento y su sabor, cada momento hemos de vivirlo y disfrutarlo; pasos que no
podemos ver como tormentos sino como peldaños en esa ascensión que nos llevarán
paso a paso a poder disfrutar al final de la altura conseguida.
Y es que nos falta en ocasiones esa fuerza
interior, ese creer también en nosotros mismos y nuestras posibilidades, tener
claras las metas y los ideales de nuestra vida dándonos cuenta que merece la
pena luchar por alcanzarlos.
Eso nos sucede en todas las facetas de
nuestra vida, desde esas responsabilidades que cada uno tiene cada día consigo
mismo y con aquellos que caminan con él ese camino de la vida, pero también de
esos compromisos que adquirimos en nuestro trabajo, en esa sociedad en la que
vivimos. Eso nos sucede en nuestro mundo interior, en que muchas veces nos
parece encontrarnos vacíos y sin fuerzas, porque quizá no hemos cultivado
nuestro espíritu como tendríamos que haberlo hecho; eso nos sucede en el mundo
de la fe que vivimos y a la que no siempre damos la debida profundidad y en
todo lo que es nuestro compromiso cristiano.
Tendríamos que ser más hombres y
mujeres llenos de espíritu, espirituales; tendríamos que saber cultivar una
espiritualidad profundo en nosotros que nos eleve porque vivimos demasiado
apegados a las cosas materiales como si fueran lo único de nuestra vida. El
hombre espiritual tiene fuerza interior, pone metas altas en su vida, se llena
de trascendencia porque siempre tiende a ir más allá de lo que ahora tiene
simplemente delante de sus narices, sabe darle profundidad a su vida.
Hoy nos habla Jesús de esa presencia
del Espíritu en nuestras vidas. Como creyentes en Jesús sabemos que no es solo
una cosa que tengamos por nosotros mismos. Es cierto que en nosotros hay esa
hambre, podríamos decir, de algo grande pero sabemos que es algo que por si
mismo nos supera. No es solo una fuerza que encontremos en nosotros mismos,
aunque seamos capaces de muchas y grandes cosas, sino que es la fuerza que nos
viene de lo alto, que nos viene de Dios.
Mucho podían saber, después de todo el
tiempo que habían estado con Jesús, de lo que habían de hacer para vivir el
Reino de Dios, pero tenían que ser conscientes de que un día aparecerían
dificultades y hasta persecuciones desde el interior de ellos mismos por esas
desganas y desilusiones que se nos meten en la vida como antes decíamos pero
también desde el exterior de ese mundo que les rodeaba – Jesús les anuncia esas
persecuciones – por eso Jesús les promete la presencia del Espíritu.
El Espíritu que les recordaría cuanto
Jesús les había enseñado, pero el Espíritu que seria su fortaleza para esa
tarea que Jesús les encomendaba. Habían de dejarse llenar del Espíritu, para no
perder la meta, para sentirse siempre con fuerzas, para sentirse como elevados
y transportados mas allá de esos contratiempos que se iban a encontrar en la
vida. El Espíritu que de verdad les haría fuertes interiormente.
Es esa espiritualidad que nosotros
hemos de buscar, porque no nos apoyamos en nosotros mismos, por mucha fuerza de
voluntad que tengamos. Necesitamos esa gracia, esa luz sobrenatural, esa
presencia del Espíritu del Señor en nuestra vida. Es lo que nos dará verdadera
profundidad a nuestro ser, es quien nos hará sentirnos seguros y con fuerzas
descubriendo al mismo tiempo todos los valores que tenemos en nuestra vida, es
lo que nos elevará y nos llenará de trascendencia para no quedarnos meramente
en lo material o en lo terreno que aquí podemos tener o vivir.
Llenémonos de la verdadera
espiritualidad cristiana que tiene su fuente en el Espíritu Santo que Jesús nos
promete y nos envía.
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