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sábado, 16 de marzo de 2019

La sublimidad del amor cristiano hace que comencemos a amar primero, no estar esperando a que me amen, porque eso lo hace cualquiera


La sublimidad del amor cristiano hace que comencemos a amar primero, no estar esperando a que me amen, porque eso lo hace cualquiera

Deuteronomio 26,16-19; Sal 118; Mateo 5,43-48

Decimos que queremos lo mejor, pero no sé si siempre estaremos llevando las cosas a lo mejor, si somos capaces de intentar de verdad superarnos para alcanzar lo que es mejor. Cuando las cosas nos parece que van bien ya nos contentamos con lo que hemos conseguido aunque sabemos que con un poco de más esfuerzo podríamos alcanzar algo mejor. Ante esos buenos deseos nos dejamos vencer por la pereza, la desgana, o simplemente el hacer lo que todos hacen. Nos dejamos arrastrar por una cierta mediocridad y como se suele no decir no llegamos a poner toda la carne en el asador.
Somos buenos, nos decimos, porque queremos a los que nos quieren, hacemos el bien a los que antes nos hayan hecho el bien a nosotros, y parece como si estuviéramos pagando lo bueno que nos hacemos, porque ni menos ni más, sino en la misma medida que tienen con nosotros. Parece como si nos faltara iniciativa en el amor. Pero con el pensamiento que Jesús nos ofrece hoy en el evangelio, ¿qué mérito tenemos? Eso lo hace cualquiera.
Las metas que nos ofrece Jesús es que seamos capaces de ir más allá, de alcanzar lo más alto, de buscar siempre lo mejor, aunque ya hagamos lo bueno que todos hacen. ¡Plus ultra!, nos está diciendo Jesús. Por eso la amplitud del amor que Jesús nos pide es universal, en donde tienen que caber todos, no solo los que me hacen el bien, sino incluso aquel que me haya hecho daño.
Y nos propone Jesús que seamos perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto. Nuestro amor tiene que ser siempre imagen de lo que es el amor de Dios. Aunque nos cueste o nos parece en ocasiones imposible. Con Dios nada es imposible, porque El siempre derrama sobre nosotros la fuerza y presencia de su Espíritu.
‘Sed perfectos, nos dice Jesús, como vuestro Padre celestial es perfecto’. Tenemos que aspirar a la perfección de Dios, tenemos que imitar el amor infinito de Dios, que nos amó primero, como nos dirá san Juan en sus cartas. Y como nos dice san Padre ‘el amor de Dios consiste en que siendo nosotros pecadores, nos amó y se entregó por nosotros’.
Tenemos que amar primero, no estar esperando a que me amen, porque eso lo hace cualquiera. No nos basta decir que somos amigos de nuestros amigos; eso tiene ya una limitación, restringe nuestro amor. ‘Si saludáis solo a los que os saludan, ¿qué hacéis de extraordinario?’ Fijémonos cómo en la vida vamos ignorándonos unos a otros; las carreras de la vida moderna hacen que pasemos el uno al lado del otro ni nos miremos, ni nos saludemos, nos ignoremos por completo; qué inhumanos nos vamos haciendo, y casi lo hacemos sin darnos cuenta sino por la inercia de lo que todos hacen.
Y Jesús se entregó por todos y cuando nos dice que amemos como su único mandato, nos señala que lo hagamos como El nos ha amado. ‘Así seremos hijos de nuestro Padre que está en el cielo’. Como nos dice el salmo ‘dichoso el que camina en la voluntad del Señor’. Y nos decía tambien el Deuteronomio; ‘El será tu Dios, tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos, y escucharás su voz’.

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