Arrepentimiento,
reconciliación, conversión, tres palabras que son también actitudes y modos de
comportamiento y cercanía con el hermano y con Dios
Ezequiel 18,21-28; Sal 129; Mateo 5,20-26
Arrepentimiento, reconciliación,
conversión, tres palabras que consideramos importantes y que son buenas
actitudes a tener en cuenta siempre en nuestra vida, pero de manera especial en
este camino cuaresmal que estamos haciendo.
‘Si no
sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los
cielos’, les
dice Jesús a sus discípulos, nos dice hoy a nosotros. Es un reconocimiento de
que podemos ser mejores, que tenemos que ser mejores. Es un reconocimiento de
que no nos podemos considerar ya santos y justificados, porque sigue habiendo
muchas debilidades en nuestra vida.
Jesús hace
esta consideración y comparación porque los escribas y fariseos se consideraban
ya justificados por si mismos, quieren presentarse con un aura de perfección
delante de los demás, pero Jesús ha denunciado ya claramente muchas veces la
falsedad e hipocresía que había en sus vidas. Por eso nos recuerda que tenemos
que reconocer nuestras debilidades y pecados de los que tenemos que
arrepentirnos; y nos recuerda muchas actitudes y comportamientos que podemos
tener con los demás que necesitan una corrección y una purificación.
Cuidado
nosotros queramos presentarnos también con ese aura de santidad, de perfectos y
santos cuando tantas debilidades tenemos en nuestra vida. Y nos es bueno
revisar actitudes y comportamientos, revisar esos gestos y palabras que tenemos
los unos con los otros, en los que muchas veces no está brillando precisamente
la bondad y el respeto. Nos habla Jesús de esas palabras hirientes que nos
decimos en tantas ocasiones.
Hoy
nuestro lenguaje se ha vuelto vulgar, pobre, muchas veces insultante y
ofensivo; nos hemos acostumbrado a esa violencia y vulgaridad de nuestras
palabras que las que nos faltamos al respeto y parece que ya nadie se inmuta,
todo el mundo lo ve tan normal. Vamos perdiendo delicadeza en la vida y cuando no hay esa delicadeza en palabras y en trato
nos hacemos vulgares, pero es que vamos deshumanizando nuestras relaciones, se
va creando una acritud que termina en violencia y enfrentamiento. No son los
mejores caminos del amor, pieza fundamental del Reino de Dios que queremos
vivir.
Ese
reconocimiento de esos tropiezos que vamos teniendo en la vida tiene que
llevarnos necesariamente a una vuelta al reencuentro con los demás, a la
reconciliación. Y Jesús es radical en su enseñanza, lo absolutamente necesario que es ese reencuentro,
esa reconciliación. No podría haber un verdadero encuentro con el Señor, si
antes no nos hemos reconciliado con el hermano. Nuestra ofrenda no sería pura y
agradable a Dios. Por eso ‘deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero
a reconciliarte con tu hermano’, nos dice Jesús.
Será así
entonces cómo podremos volvernos de verdad y radicalmente a Dios, la autentica
conversión. Necesarios esos pasos, pero necesario es que nos demos cuenta de
que nos estamos volviendo a Dios, para que Dios sea en verdad el centro y el
motor de toda nuestra vida.
Es un
camino arduo, es cierto, porque necesitamos mucha humildad, despojarnos de
nuestro yo egoísta para abrirnos de verdad al nosotros del encuentro y del
saber caminar juntos. Tenemos que abajarnos del pedestal de nuestros orgullos
para saber caminar al paso del hermano, sin tirantez ni acritud, con sencilla y
con mucho amor, con delicadeza y exquisito trato, con gestos humildes y
sencillos de cercanía y muchas muestras de lo que es un amor verdadero.
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