Disfrutemos de la oración y de la presencia del Señor porque
sabemos que El nunca nos fallará
Ester 14,1.3-5.12-14; Sal 137; Mateo 7,7-12
Muchas veces nos habla Jesús en el
evangelio de la oración y ahora en este tiempo de cuaresma escucharemos muchos
textos en este sentido. No en vano este tiempo de cuaresma ha de ser un tiempo
para la reflexión y para la oración. No solo reflexionamos desde los propios
sentimientos y lo que es nuestra vida buscando unas sabidurías humanas, sino
que queremos ahondar en la sabiduría de Dios, dejar que su Espíritu sea nuestra
luz en el camino que nos ayude a descubrir la verdad de nuestra vida y el
sentido que hemos de darle desde nuestra fe y el evangelio.
Nuestra reflexión la queremos centrar
en Dios; no es simplemente una reflexión humana desde nuestro saber o la
experiencia humana que tengamos en la vida, sino que ha de ser desde el filtro
de la fe, desde la luz que encontramos en el evangelio, dejándonos guiar en
nuestro interior por la fuerza del Espíritu. No es simplemente pensar cosas
sino tratar de ahondar en el misterio de Dios, sintiendo su presencia en
nosotros, que nunca nos fallará.
Hoy Jesús en el evangelio para
insistirnos en la necesidad de la oración y de la confianza que hemos de tener
en el Dios a quien amamos y que sentimos que nos ama emplea como tres imágenes,
tres palabras en esa insistencia de la oración. Nos habla de pedir, de llamar y
de buscar. ‘Pedid y se os dará,
buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien
busca encuentra y al que llama se le abre’.Yo diría que no es solo inspirarnos nuestra confianza, sino
que con esas tres palabras nos está hablando del sentido de nuestra oración.
Pedir,
llamar, buscar… Invocamos a Dios que merece siempre toda nuestra alabanza; invocamos
a Dios a quien queremos tener presente en nuestra vida, porque El es nuestra
fortaleza, en El ponemos toda nuestra fe y nuestra confianza. Invocamos a Dios
desde la pobreza de nuestra vida, con nuestras necesidades, pero también
mirando a los que nos rodean, mirando nuestro mundo.
Buscamos a
Dios porque queremos conocerle más y más; buscamos a Dios porque sin El nuestra
vida estará llena de oscuridad; buscamos a Dios porque en El sabemos que vamos
a encontrar nuestra plenitud; buscamos a Dios porque es nuestra sabiduría,
quien nos da el sentido pleno de nuestra vida.
Llamamos,
como quien está a la puerta queriendo entrar; llamamos a Dios porque queremos
ir a El y porque queremos que El venga a nosotros, esté en nuestro camino,
aunque ya tenemos la certeza de que nunca nos falla, que siempre está con
nosotros, aun en aquellos momentos que casi no nos damos cuenta. Llamamos a
Dios porque queremos hacerlo presente en nuestro mundo tan lleno de tinieblas,
tan desorientando, tan sin rumbo tantas veces.
Cómo
tenemos que gozarnos en la presencia del Señor; cómo nos sentimos en camino de
plenitud cuando somos conscientes de su presencia. Con El a nuestro lado se nos
acaban nuestros temores; con El a nuestro lado nos sentimos fuertes frente a la
adversidad, frente a los peligros de la vida, frente a las tentaciones que nos
acechan por doquier; con El a nuestro lado caminamos seguros queriendo llevar
también la luz de la fe a cuantos nos rodean.
Cuando
vamos saboreando todo esto, qué bien nos sentimos en nuestra oración, porque
sentimos la paz de presencia, la seguridad que nos da en la vida a pesar de las
tormentas, la fortaleza para esa tarea de superarnos, de querer llegar a una
plenitud, de ser mejores nosotros y hacer que nuestro mundo sea mejor.
Aprendamos de la hermosa oración de la reina Esther que nos ofrece la primera
lectura y saboreemos el modelo de oración que nos ofrece Jesús.
Disfrutemos
de la oración, disfrutemos de la presencia del Señor. El nunca nos fallará.
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