Nos
abrimos humildemente a la fe y pedimos ese don sobrenatural para nosotros y también
para los que no creen o les cuesta tener fe
I Pedro 5,1-4; Sal 22; Mateo 16,13-19
Con motivo de la celebración litúrgica
del día, la Cátedra de san Pedro, volvemos a escuchar hoy el relato del
encuentro y diálogo de Jesús con sus discípulos más cercanos allá en Cesarea de
Filipo cuando les pregunta sobre lo que piensa la gente y lo que piensan ellos
de Jesús. Ayer lo escuchábamos en el evangelio de Marcos, hoy lo escuchamos con
san Mateo con sus características especiales.
Ya conocemos y lo hemos meditado la
respuesta de fe de Pedro que merece una alabanza de Jesús. Si ayer con san
Marcos Jesús venía a completar esta profesión de fe de Pedro con el anuncio de
cual era su misión y su paso por la Pascua, cosa que a los discípulos les
costaba entender, hoy con san Mateo hay dos aspectos que merece la pena
subrayar.
Por una parte si Pedro ha sido capaz de
hacer tal proclamación de fe, le dice Jesús que no la hace por si mismo, porque
nadie de carne y hueso le ha revelado lo que está confesando, sino que ha sido revelación
del Padre del cielo allá en lo intimo de su corazón. ‘¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque
eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el
cielo’, le dice Jesús.
Un aspecto
importante. La fe es una virtud sobrenatural; no se trata de una fe humana por
la que nos confiamos los unos en los otros y aceptamos aquello que otro nos
dice o aceptamos a los demás. El ámbito de la fe de la que aquí se trata es
algo que nos supera, es algo sobrenatural, es un don de Dios. Queremos creer en
Dios por nosotros mismos y por las pruebas que nosotros en lo humano podamos
buscar o encontrar; pero introducirnos en el misterio de Dios es introducirnos
en algo sobrenatural, algo que nos supera, algo que nos lleva más allá y a un ámbito
superior.
No creemos
solo por nosotros mismos o por lo que otros nos puedan decir o enseñar; cuando
llegamos a este ámbito de la fe entramos en el misterio de Dios, y Dios es el
que se nos revela. Y ya nos dirá Jesús en el evangelio que Dios se revela a los
que son sencillos y humildes de corazón. Solo desde la humildad podemos llegar
a Dios, podemos entrar en su misterio, podemos llegar a creer. Aunque
pueda parecer el pez que se muerde la cola, es algo que hemos de saber pedir
humildemente, entrar en esos senderos de la humildad, para abrir nuestro corazón
sin cortapisas ni prejuicios, sino dejando que sea Dios el que llegue a nuestra
vida.
Se abre a
la fe el que no la tiene o al que le cuesta tenerla, y con humildad pide a ese
Dios aun desconocido para él que se le revele y se le manifieste, que le
conceda ese don de la fe. Es lo que cada día los que tenemos fe tenemos que
pedir, como aquel hombre del evangelio, ‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’,
pero ya no lo hacemos solo por nosotros mismos sino que hemos de saber hacerlo
por los demás. En nuestra oración que ya se convierte también en acción de
gracias ha de estar siempre presente ese pedir la fe para los que no tienen fe,
para aquellos a los que les cuesta creer, para que un día se descorra ese velo
de sus dudas, y pueda contemplar el misterio de Dios que se les revela también
en su corazón.
El otro
aspecto, en el que ahora no podemos extendernos, es el tema de la Iglesia.
Jesús le dirá a Pedro a continuación, ‘ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra
quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el
cielo’.
En la fe
de Pedro viene a fundamentarse la Iglesia, sobre la roca de Pedro nosotros nos
apoyamos para formar la unidad y la comunidad de la Iglesia. Por eso el
evangelio de este día tiene este profundo sentido también eclesial,
precisamente cuando hoy la Iglesia de Roma celebra la fiesta de la Cátedra de
Pedro. Una invitación a vivir en la unidad de la Iglesia, en la comunión de la
Iglesia, pero algo que tiene que ser muy real en el amor que vivamos los unos
con los otros. Serán la fe y el amor los que mantendrán viva esa unidad de la
Iglesia.
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