Jesús
quiere abrirnos los ojos para que encontremos la fe pero también abrirnos el
corazón para que vivamos en el amor
Génesis 8,6-13.20-22; Sal 115; Marcos
8,22-26
Betsaida era donde habían nacido Simón
Pedro y Andrés, probablemente también Felipe y quizá alguno más de los
apóstoles, aunque ahora estuvieran establecidos más en Cafarnaún por ser
pescadores. Era una de aquellas aldeas que iba recorriendo Jesús por toda
Galilea anunciando el Reino de Dios. Ahora le traen a un ciego para que le
imponga las manos y lo cure.
Es muy significativo este episodio
situado precisamente en Betsaida, un hombre ciego. Es cierto que era algo muy
habitual en la antigüedad y más en aquellas regiones tan soleadas y de tan
resplandeciente luz. Pensemos hoy en la cantidad de personas que tenemos que
utilizar lentes o gafas para poder ver, gracias a los adelantos médicos y de
oftalmología; cuando no se tenia, como entonces, este remedio era muy normal
que la gente se quedara sin visión con mucha facilidad; si hoy no tuviéramos estos
recursos muchos seriamos los que sin visión camináramos por la vida.
Caminar sin visión por la vida es, sin
embargo, algo muy frecuente también hoy y ya no me refiero solamente a los ojos
corporales como podemos entender. Desorientación anímica y espiritual,
desorientación en un caminar sin sentido en la vida, desorientación y confusión
ante tantas cosas que se nos ofrecen desde las distintas ideologías o maneras
de pensar, desorientación ante la misma confusión que es la vida misma con sus
luchas y violencias, con los orgullos ambiciosos de tantos y las envidias y
resentimientos que nos corroen por dentro, desorientación y ceguera que nos
imponemos muchas veces por la superficialidad y ligereza con que nos tomamos la
vida, son algunos aspectos que nos podemos encontrar en nuestro caminar o en lo
que nosotros mismos podemos caer.
Tan ciegos vamos que no sabemos
encontrar la verdad, no sabemos descubrir los signos que nos llevan a lo bueno
y nos dejamos contagiar por tantas cosas de nuestro mundo confuso; y el
materialismo y la sensualidad nos pueden y nos dominan, y perdemos el sentido
espiritual y trascendente de la vida, y en nuestra confusión no sabemos mirar a
los que están a nuestro lado y lo bueno que en ellos podemos descubrir y surgen
los enfrentamientos y violencias desde nuestras ambiciones o desde nuestra
insolidaridad egoísta.
Tan encerrados en nosotros mismos
vivimos tantas veces que no sabemos ver la mano que se nos tiende con buena
voluntad en deseo de ayudarnos a encontrar la luz y preferimos en tantas
ocasiones caminar solos y desentendiéndonos de los demás. Quien va ciego por el
camino de la vida y rehúsa la mano que le ofrece ayuda pronto va a tropezar en
la primera piedra u obstáculo que encuentro y se irá de narices en la vida.
Pero obcecados en nuestro egoísmo persistimos en ese encerrarnos en nuestro yo
creyendo falsamente que solos lo podremos lograr.
El evangelio sin embargo hoy nos habla
de que aquel ciego se dejó guiar. Hubo unas buenas personas que lo trajeron
hasta Jesús; luego se dejará conducir por Jesús a un lugar apartado del
bullicio de la gente para que pudiera encontrar la luz; poco a poco se le van
abriendo los ojos y Jesús lo va guiando, llevando de la mano podríamos decir,
hasta que encontrará la claridad para sus ojos y descubriera toda la verdad.
Todo un proceso que nosotros también
tenemos que hacer, dejándonos guiar para encontrar a Jesús y dejándonos luego
guiar por Jesús y su Palabra que nos hará encontrar la Verdad. Todo un proceso
que también nosotros tenemos que realizar para ayudar a los demás para que se
encuentren con Jesús, para que se encuentren con la Verdad, con quien puede
darles el verdadero sentido de su vida. Porque igual que podemos tener
actitudes cerradas en que no nos dejemos guiar, también podemos tener actitudes
insolidarias en que no seamos capaces de ofrecer nuestra ayuda a tantos que
ciegos caminan a nuestro lado por la vida.
Jesús quiere abrirnos los ojos para que
encontremos la fe pero quiere también abrirnos el corazón para que vivamos en el
amor.
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