No nos quedemos a la vera del camino sino levantémonos de la camilla de nuestra comodidad para poner nuestro compromiso de amor como una rayo de luz y de esperanza en la vida
Hebreos 4,1-5.11; Sal 77; Marcos 2,1-12
En
más de una ocasión habremos sido testigos de cómo una persona de
buena voluntad ha ayudado a una persona mayor o a alguna persona con
cierta discapacidad, por su ceguera, por su invalidez o dificultad
para moverse con facilidad a subir o a bajar un escalón en la acera
para cruzar la calle, o incluso le haya ayudado a cruzar a la acera
de enfrente para sortear el peligro de los coches que van de un lado
para otro. Quizás nos hemos quedado pensativos admirando la
generosidad y la iniciativa de personas así, preguntándonos si
nosotros también lo hubiéramos hecho.
Aunque
hablamos muchas de la insensibilidad en la que tenemos el peligro de
caer en nuestras correrías de la vida moderna, quedan buenos
sentimientos en muchos corazones, y si hay nos encontramos con
personas generosas dispuestas a echar una mano, en situaciones como
las que mencionamos o en otras circunstancias entre vecinos que
siempre están dispuestos a poner ese bonito grano de arena para
hacer que nuestro mundo sea mejor y nosotros mismos sintamos que no
somos tan malos, aunque sin caer en tontos orgullos.
Esas
cosas no se hacen buscando ganancias ni intereses egoístas sino
solamente desde ese buen corazón que llevamos en nuestro interior.
no siempre los vemos pero muchos son los voluntarios que por su
cuenta o participando en muchas instituciones o en muchas
organizaciones de esas que llamamos ahora ONG’S o en movimientos de
nuestros barrios o comunidades están dándole un sabor de mayor
humanidad a nuestra sociedad. Tendríamos que aprender a reconocer
esas cosas, aunque quienes las hacen no están buscando gratitudes ni
diplomas, porque además así nos sintamos nosotros movidos a
realizar esa bonita función social en el voluntariado.
Es
lo que estamos viendo en el texto del evangelio que hoy se nos
ofrece. Jesús había vuelto a Cafarnaún y allí en la casa estaba
rodeado de mucha gente que venía a escucharle cuando llegan unos
hombres portando en una camilla a un paralítico que quieren hacer
llegar a los pies de Jesús. La gente se agolpaba a la puerta y les
impiden el paso, pero ellos quieren llegar. Se atreven a subirse a la
terraza para, quitando una tejas encima de donde estaba Jesús, por
allí descolgar el paralítico para hacerlo llegar a los pies de
Jesús.
Ya
conocemos la reacción de Jesús, aunque también la reacción en
cadena de aquellos que no hacen nada pero siempre están
observando todo para ver qué es lo que pueden criticar; cuantos así
nos encontramos en la vida en nuestro entorno. Jesús se admira de la
fe no solo del paralítico sino de aquellos que han hecho todo lo
posible por traerlo hasta Jesús. ‘Perdonados
están tus pecados’,
le dice al paralítico lo que provoca la reacción de los escribas y
fariseos que por ahí andan.
Ya
nosotros entendemos bien el poder de Jesús y el signo grande que
Jesús quiere que todo este episodio sea para nuestra vida. Jesús
quiere liberarnos desde lo más hondo, y la liberación de una
enfermedad o una discapacidad es la señal de ese hombre nuevo que
Jesús quiere hacer de nosotros. No lo entenderán aquellos que andan
con la mente cerrada en sus prejuicios o en su poca fe, aunque mucho
quieran aparentar. Pero aquel hombre va a salir de la presencia de
Jesús como un hombre nuevo, liberado de todas las peores ataduras
que pudiera tener en su vida.
Tras
aquel diálogo entre Jesús y quienes le escuchan y hasta la juzgan,
aquel hombre tomará su camilla y saldrá de nuevo a la vida, volverá
a los suyos, irá al encuentro de los demás con algo nuevo en su
corazón. Se
levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de
todos. Aquel
hombre se puso en camino.
Levantarnos
de la postración de nuestra camilla y ponernos en camino. Cuántas
veces tenemos que saber hacerlo en la vida, aunque luego sabemos que
podemos quizá volver a tropezar, o que en el camino nos vamos a
encontrar otras camillas, otras personas a las que como a aquellos
buenos voluntarios nosotros también tenemos que ayudar a levantarse,
ayudarles a ir al encuentro con Jesús, ayudarles a que se liberen de
esas camillas o de esas limitaciones que tenemos tantas en la vida y
que nos impiden caminar con dignidad.
Esta
puede ser la invitación que nos esté haciendo Jesús hoy; éste
puede ser el camino que nosotros tenemos que aprender a recorrer, no
solos y por nuestra cuenta, sino sabiendo descubrir a esas personas a
las que podemos ayudar, o a esas personas con las que podemos contar
para tantos nuevos proyectos de vida que tendríamos que realizar. No
podemos quedarnos en la acera, a la vera del camino contemplando a
esos buenos voluntarios que tanto bueno hacen, sino que nosotros
tenemos que despertar y levantarnos de esa camilla de nuestra
comodidad o de nuestra insensibilidad para poner una rayo de luz y de
esperanza en la vida con nuestro compromiso de amor.
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