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viernes, 18 de enero de 2019

No nos quedemos a la vera del camino sino levantémonos de la camilla de nuestra comodidad para poner nuestro compromiso de amor como una rayo de luz y de esperanza en la vida


No nos quedemos a la vera del camino sino levantémonos de la camilla de nuestra comodidad para poner nuestro compromiso de amor como una rayo de luz y de esperanza en la vida

Hebreos 4,1-5.11; Sal 77; Marcos 2,1-12

En más de una ocasión habremos sido testigos de cómo una persona de buena voluntad ha ayudado a una persona mayor o a alguna persona con cierta discapacidad, por su ceguera, por su invalidez o dificultad para moverse con facilidad a subir o a bajar un escalón en la acera para cruzar la calle, o incluso le haya ayudado a cruzar a la acera de enfrente para sortear el peligro de los coches que van de un lado para otro. Quizás nos hemos quedado pensativos admirando la generosidad y la iniciativa de personas así, preguntándonos si nosotros también lo hubiéramos hecho.
Aunque hablamos muchas de la insensibilidad en la que tenemos el peligro de caer en nuestras correrías de la vida moderna, quedan buenos sentimientos en muchos corazones, y si hay nos encontramos con personas generosas dispuestas a echar una mano, en situaciones como las que mencionamos o en otras circunstancias entre vecinos que siempre están dispuestos a poner ese bonito grano de arena para hacer que nuestro mundo sea mejor y nosotros mismos sintamos que no somos tan malos, aunque sin caer en tontos orgullos.
Esas cosas no se hacen buscando ganancias ni intereses egoístas sino solamente desde ese buen corazón que llevamos en nuestro interior. no siempre los vemos pero muchos son los voluntarios que por su cuenta o participando en muchas instituciones o en muchas organizaciones de esas que llamamos ahora ONG’S o en movimientos de nuestros barrios o comunidades están dándole un sabor de mayor humanidad a nuestra sociedad. Tendríamos que aprender a reconocer esas cosas, aunque quienes las hacen no están buscando gratitudes ni diplomas, porque además así nos sintamos nosotros movidos a realizar esa bonita función social en el voluntariado.
Es lo que estamos viendo en el texto del evangelio que hoy se nos ofrece. Jesús había vuelto a Cafarnaún y allí en la casa estaba rodeado de mucha gente que venía a escucharle cuando llegan unos hombres portando en una camilla a un paralítico que quieren hacer llegar a los pies de Jesús. La gente se agolpaba a la puerta y les impiden el paso, pero ellos quieren llegar. Se atreven a subirse a la terraza para, quitando una tejas encima de donde estaba Jesús, por allí descolgar el paralítico para hacerlo llegar a los pies de Jesús.
Ya conocemos la reacción de Jesús, aunque también la reacción en cadena de aquellos que no  hacen nada pero siempre están observando todo para ver qué es lo que pueden criticar; cuantos así nos encontramos en la vida en nuestro entorno. Jesús se admira de la fe no solo del paralítico sino de aquellos que han hecho todo lo posible por traerlo hasta Jesús. Perdonados están tus pecados’, le dice al paralítico lo que provoca la reacción de los escribas y fariseos que por ahí andan.
Ya nosotros entendemos bien el poder de Jesús y el signo grande que Jesús quiere que todo este episodio sea para nuestra vida. Jesús quiere liberarnos desde lo más hondo, y la liberación de una enfermedad o una discapacidad es la señal de ese hombre nuevo que Jesús quiere hacer de nosotros. No lo entenderán aquellos que andan con la mente cerrada en sus prejuicios o en su poca fe, aunque mucho quieran aparentar. Pero aquel hombre va a salir de la presencia de Jesús como un hombre nuevo, liberado de todas las peores ataduras que pudiera tener en su vida.
Tras aquel diálogo entre Jesús y quienes le escuchan y hasta la juzgan, aquel hombre tomará su camilla y saldrá de nuevo a la vida, volverá a los suyos, irá al encuentro de los demás con algo nuevo en su corazón.  Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Aquel hombre se puso en camino.
Levantarnos de la postración de nuestra camilla y ponernos en camino. Cuántas veces tenemos que saber hacerlo en la vida, aunque luego sabemos que podemos quizá volver a tropezar, o que en el camino nos vamos a encontrar otras camillas, otras personas a las que como a aquellos buenos voluntarios nosotros también tenemos que ayudar a levantarse, ayudarles a ir al encuentro con Jesús, ayudarles a que se liberen de esas camillas o de esas limitaciones que tenemos tantas en la vida y que nos impiden caminar con dignidad.
Esta puede ser la invitación que nos esté haciendo Jesús hoy; éste puede ser el camino que nosotros tenemos que aprender a recorrer, no solos y por nuestra cuenta, sino sabiendo descubrir a esas personas a las que podemos ayudar, o a esas personas con las que podemos contar para tantos nuevos proyectos de vida que tendríamos que realizar. No podemos quedarnos en la acera, a la vera del camino contemplando a esos buenos voluntarios que tanto bueno hacen, sino que nosotros tenemos que despertar y levantarnos de esa camilla de nuestra comodidad o de nuestra insensibilidad para poner una rayo de luz y de esperanza en la vida con nuestro compromiso de amor.

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