Bautizado en el Espíritu es el Ungido del Señor para el anuncio del Evangelio a los pobres y la liberación a los oprimidos en el Año de Gracia del Señor
Isaías
42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos 10, 34-38;Lucas 3, 15-16. 21-22
Con este segundo domingo de enero cerramos el ciclo de la Navidad y
de la Epifanía, comenzando a partir de ahora lo que llamamos
litúrgicamente el tiempo Ordinario hasta que lleguemos a iniciar la
Cuaresma el miércoles de ceniza. Y en este domingo con ese sentido
de Epifanía vivido el pasado 6 de enero celebramos el Bautismo de
Jesús en el Jordán. Epifanía, manifestacion que nos da a conocer
plenamente quien es Jesús, ungido por el Espíritu como verdadero
Hijo de Dios que se va a manifestar en la teofanía que se nos
describe en el Evangelio.
Juan bautizaba en el Jordán anunciando la inminente llegada del
Mesías esperado. La gente acudía desde todos los rincones de Israel
a Juan escuchando su invitación a la conversión y se sumergían en las
aguas del Jordán, como un signo de su penitencia y arrepentimiento
para purificar los corazones en aquel preparar los caminos del Señor
que proclamaba el Bautista. Y allí acudió Jesús. San Lucas es
escueto en el relato pues no establece diálogos entre Juan y Jesús
sino que no dice que al salir del agua y Jesús ponerse en oración
se abrieron los cielos para que el Espíritu de Dios viniera
sobre Jesús y escuchándose se la voz del cielo que le señalaba
como el Hijo amado y predilecto del Padre. 'Y,
mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él
en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el
amado, el predilecto'.
Cuando
pensamos o hablamos del bautismo nos quedamos habitualmente con la
imagen del agua, del sumergirse en agua del río, pero quizá por
quedarnos con la imagen no llegamos a captar el más profundo sentido
del bautismo de Jesús y en consecuencia también de nuestro propio
bautismo. El agua, si queremos, es el signo. pero es algo más que el
agua lo que produce en nosotros la gracia de Dios, la acción
salvadora de Dios. Aquel bautismo en agua de Juan era simplemente un
signo de la purificación y la penitencia, pero el sentido profundo
del bautismo es mucho más.
Recordemos
varios textos de la Palabra de Dios. Cuando Jesús le habla a Nicodemo
de nacer de nuevo, cosa que no llega a entender aquel maestro de
Israel y de ahí sus objeciones y preguntas, le explica que hay que
nacer del agua y del Espíritu. Ahora cuando Juan nos está señalando
al que ha de venir, dice que si él ha bautizado con agua 'el
que va a venir bautizará con Espíritu Santo y fuego'.
Y cuando jesus envía a sus discípulos por el mundo a anunciar el
evangelio a aquellos que crean los bautizarán en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Aquí
está ante Juan, en aquel bautismo general de tantos en las aguas del
Jordán el que el profeta anunció como 'el
Ungido por el Espíritu enviado a anunciar el evangelio a los pobres,
la liberación a los oprimidos y el año de gracia del Señor',
como Jesús proclamará en la Sinagoga de Nazaret. Ahora lo
contemplamos en este momento del Bautismo cómo el Espíritu Santo
baja sobre El y está siendo señalado desde el cielo como el Hijo
amado y predilecto de Dios. Ese es el bautismo de Jesus, la unción
con el Espíritu. Y cómo nos dirá Pedro, en el texto de los Hechos
que hemos escuchado hoy es 'Jesús
de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que
pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo;
porque Dios estaba con él'.
Es
esa la maravilla del nuevo Bautismo. No solo es una purificación sino
un renacer, un volver a nacer. Es una nueva vida que nace en nosotros
por la fuerza del Espíritu, porque también nosotros somos los ungidos
por el Señor. Y si Jesús por naturaleza divina es verdadero hombre
pero tambien verdadero Dios, a nosotros por esa unción del Espíritu
en el Bautismo se nos hace también hijos de Dios, coherederos con
Cristo.
'Es el Espíritu que clama en nosotros para hacernos hijos adoptivos
de Dios', como
nos enseñará san Pablo en sus cartas.
Estamos
hoy, finalizando el tiempo de la Navidad y la Epifanía, como antes
decíamos, celebrando la fiesta del Bautismo del Señor. Una fiesta y
una celebración de hondo sentido que nos manifiesta lo que es la
gloria del Señor. Una fiesta del Espíritu podemos decir también
porque asi se nos manifiesta ungiendo a Jesús para que se nos
manifieste verdaderamente como Hijo de Dios que nos trae la salvación
abriéndonos a caminos de nueva vida. Una fiesta que al mismo tiempo
nos remite a nuestro propio Bautismo que por la fuerza del Espíritu
nos ha hecho comenzar a vivir nueva vida, al vida de los hijos de
Dios.
Se
abren ante nosotros caminos de nueva vida, porque el bautismo es un
renacer, un nacer de nuevo 'por el agua y el Espíritu', como
le decía Jesús a Nicodemo. Si Juan pedía conversión para preparar
los caminos del Señor, si Jesús desde el principio del Evangelio nos
pide conversión porque llega el Reino de Dios y hemos de creer en
esa Buena Noticia, la conversión no es solo purificación, sino que
es transformar nuestra vida, cambiar nuestra vida, porque ya desde el
bautismo es una nueva vida la que hemos de vivir, son unos nuevos
valores los que han de adornar nuestra vida, es un nuevo sentido y
estilo de vivir lo que ha de marcar nuestra existencia que ha de
estar envuelta toda ella por el amor, el amor de Dios que nos inunda
con su Espíritu y el amor en nosotros que ha de ser nuestro
distintivo.
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