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martes, 6 de noviembre de 2018

Tendríamos que aprender a superar las barreras que nos creamos con nuestras disculpas plenamente convencidos de cuál es el único y verdadero camino para vivir el Reino de Dios


Tendríamos que aprender a superar las barreras que nos creamos con nuestras disculpas plenamente convencidos de cuál es el único y verdadero camino para vivir el Reino de Dios

Filipenses 2,5-11; Sal 21; Lucas 14,15-24

Se suele decir que querer es poder, y también como consecuencia de ese pensamiento venimos a decir que cuando no queremos siempre encontraremos disculpas, dificultades para alcanzar aquello que se nos propone y también en muchas ocasiones huidas para no implicarnos ni complicarnos la vida.
Hace unos minutos antes de sentarme a escribir esta reflexión para la semilla de cada día charlaba con un joven haciéndole ver que aunque tuviera que hacer cosas en la mañana eso no era disculpa para escaquearse de las clases de la tarde; él no lo entendía y todo era poner pegas y dificultades, porque daba la impresión que no tenia mucho interés en asistir a aquellas clases.
Así hacemos tantas veces en la vida; cuántas disculpas nos ponemos para no ir, para no hacer, para no participar, para no comprometernos con alguna cosa. Y esto en muchas aspectos de la vida; así dejamos a un lado incluso muchas veces nuestras responsabilidades; o así huimos del encuentro y de la convivencia asilándonos muchas veces de los demás. No digamos nada en el aspecto de nuestra vida religiosa o de nuestros posibles compromisos de vida cristiana, como nos decimos tantas veces que no tenemos tiempo o que estamos muy ocupados.
A alguien le escuché decir una vez que si tenia que pedirle a una persona algo importante y algo que llevase incluso mucho trabajo, que no se lo pidiese a quien le sobrara tiempo sino al que estaba más ocupado y comprometido, porque siempre encontraría tiempo para algo más, mientras que al que le sobra siempre tiempo, nunca será capaz de comprometerse con nada.
En esto quiere hacernos reflexionar hoy Jesús en el Evangelio. Nos habla del Reino de Dios y como tantas veces nos ofrece la imagen de un banquete. Son muchos los invitados, pero ya vemos cuantas disculpas se ponen para no asistir. Serán otros ahora los invitados porque salen a los caminos y a todo el que encuentran lo llevan al banquete, pobres, discapacitados, gente que se siente abandonada de todos llenarán la sala del banquete. Los otros que no se lo merecían por sus disculpas se quedarán fuera para siempre.
Mucho nos dice el Señor. La imagen del banquete para hablarnos del Reino de Dios es muy rica y sugerente. Esa alegría de fiesta, ese compartir juntos, esas muestras de amistad y de cercanía de los unos con los otros nos están hablando de esos valores que hemos de vivir donde todos hemos de sentirnos como hermanos, como una gran familia, acogidos, llenos de alegría y de paz.
Es lo que tendría que ser nuestra vida siempre y de la manera que tendríamos que construir el mundo. Lo sabemos pero cómo le vamos dando largas desde nuestros egoísmos e insolidaridades, desde nuestras ambiciones desmedidas y desde nuestros orgullos que nos aíslan, que nos separan, que crean tantas divisiones y separaciones entre nosotros.
Estamos invitados a hacer así nuestro mundo, pero cómo seguimos en nuestras cosas y nos hacemos oídos sordos a esa invitación. Pensamos quizá que haciendo las cosas a nuestra manera y por nuestro lado vamos a ser mejores o más felices. Cuantas pantallas de separación, cuantas murallas que nos aíslan y distancian, cuantas huidas en nuestra vida para no comprometernos, cuantas disculpas nos ponemos porque tenemos tantas cosas nuestras que hacer.
Tendríamos que aprender a superar esas barreras que nos creamos. Pero tendríamos de verdad que buscar ese Reino de Dios y estar convencidos que ese el único y verdadero camino para hacer mejor nuestro mundo. ¿Queremos, no queremos? ¿Seguiremos poniendo disculpas para no vivir todo el compromiso que implica nuestra fe en Jesús?

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