Tendríamos que aprender a superar las barreras que nos creamos con nuestras disculpas plenamente convencidos de cuál es el único y verdadero camino para vivir el Reino de Dios
Filipenses 2,5-11; Sal 21; Lucas
14,15-24
Se suele decir que querer es poder, y también como consecuencia de ese
pensamiento venimos a decir que cuando no queremos siempre encontraremos
disculpas, dificultades para alcanzar aquello que se nos propone y también en
muchas ocasiones huidas para no implicarnos ni complicarnos la vida.
Hace unos minutos antes de sentarme a escribir esta reflexión para la
semilla de cada día charlaba con un joven haciéndole ver que aunque tuviera que
hacer cosas en la mañana eso no era disculpa para escaquearse de las clases de
la tarde; él no lo entendía y todo era poner pegas y dificultades, porque daba
la impresión que no tenia mucho interés en asistir a aquellas clases.
Así hacemos tantas veces en la vida; cuántas disculpas nos ponemos
para no ir, para no hacer, para no participar, para no comprometernos con
alguna cosa. Y esto en muchas aspectos de la vida; así dejamos a un lado
incluso muchas veces nuestras responsabilidades; o así huimos del encuentro y
de la convivencia asilándonos muchas veces de los demás. No digamos nada en el
aspecto de nuestra vida religiosa o de nuestros posibles compromisos de vida
cristiana, como nos decimos tantas veces que no tenemos tiempo o que estamos
muy ocupados.
A alguien le escuché decir una vez que si tenia que pedirle a una
persona algo importante y algo que llevase incluso mucho trabajo, que no se lo
pidiese a quien le sobrara tiempo sino al que estaba más ocupado y
comprometido, porque siempre encontraría tiempo para algo más, mientras que al
que le sobra siempre tiempo, nunca será capaz de comprometerse con nada.
En esto quiere hacernos reflexionar hoy Jesús en el Evangelio. Nos
habla del Reino de Dios y como tantas veces nos ofrece la imagen de un
banquete. Son muchos los invitados, pero ya vemos cuantas disculpas se ponen
para no asistir. Serán otros ahora los invitados porque salen a los caminos y a
todo el que encuentran lo llevan al banquete, pobres, discapacitados, gente que
se siente abandonada de todos llenarán la sala del banquete. Los otros que no
se lo merecían por sus disculpas se quedarán fuera para siempre.
Mucho nos dice el Señor. La imagen del banquete para hablarnos del
Reino de Dios es muy rica y sugerente. Esa alegría de fiesta, ese compartir
juntos, esas muestras de amistad y de cercanía de los unos con los otros nos
están hablando de esos valores que hemos de vivir donde todos hemos de
sentirnos como hermanos, como una gran familia, acogidos, llenos de alegría y
de paz.
Es lo que tendría que ser nuestra vida siempre y de la manera que tendríamos
que construir el mundo. Lo sabemos pero cómo le vamos dando largas desde
nuestros egoísmos e insolidaridades, desde nuestras ambiciones desmedidas y
desde nuestros orgullos que nos aíslan, que nos separan, que crean tantas
divisiones y separaciones entre nosotros.
Estamos invitados a hacer así nuestro mundo, pero cómo seguimos en
nuestras cosas y nos hacemos oídos sordos a esa invitación. Pensamos quizá que
haciendo las cosas a nuestra manera y por nuestro lado vamos a ser mejores o más
felices. Cuantas pantallas de separación, cuantas murallas que nos aíslan y
distancian, cuantas huidas en nuestra vida para no comprometernos, cuantas
disculpas nos ponemos porque tenemos tantas cosas nuestras que hacer.
Tendríamos que aprender a superar esas barreras que nos creamos. Pero tendríamos
de verdad que buscar ese Reino de Dios y estar convencidos que ese el único y
verdadero camino para hacer mejor nuestro mundo. ¿Queremos, no queremos?
¿Seguiremos poniendo disculpas para no vivir todo el compromiso que implica
nuestra fe en Jesús?
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