Es el Señor que sale a nuestro encuentro allá en los barrancos de la vida donde tantas veces nos podemos encontrar
Fílipenses 3,3-8ª; Sal 104;
Lucas 15,1-10
Es muy bucólica la imagen del pastor con la oveja sobre sus hombros al
encuentro de nuevo con el rebaño que sabiamente guía acompañado de sus
pastores. Es el cordero pequeño, es la oveja malherida, el la que se perdió y
hubo que buscarla entre zarzales y barrancos. Pero nos quedamos describiendo un
paisaje ensoñador que llevaría nuestra mente por lugares que ya los urbanitas
ni nos imaginamos ni conocemos, sino que queremos ahondar en esa imagen que hoy
nos presenta Jesús en el Evangelio.
Los fariseos y los escribas habían estado murmurando sobre esa nueva
manera de actuar de Jesús. No se queda Jesús solo en los que ya son buenos o se
creen buenos, sino que la cercanía de Jesús es a todos, a nadie excluye, y si
preferencia tiene es por los pobres y enfermos y por los pecadores. Esto es lo
que ahora critican, que se mezcle con la gente pecadora, que se haya hecho
amigo también de los publicanos porque incluso come con ellos o los acepta a su
mesa. Y eso, para los puritanos fariseos, es inconcebible. Mezclarse con los
pecadores que son impuros nos puede llenar a nosotros de impureza, es su manera
de ver las cosas desde su puritanismo.
La actitud de Jesús es otra, su manera de actuar es distinta. El es el
médico, como nos dirá, que viene a curar a los enfermos, pero no solo espera a que vengan hasta El en busca
de salud, sino que El va a su encuentro.
Llamó a Zaqueo, deteniéndose delante de la higuera en Jericó, para ir
a comer en su casa, porque aquel día iba a ser un día de salvación. Invitó a
publicano Leví a seguirle para hacerle no solo discípulo sino confiarle incluso
el ser del número de los Apóstoles. Aceptó las lágrimas y perfumes de aquella
mujer pecadora que se introdujo en la sala del banquete en casa de Simón el
fariseo, porque aunque era y se sentía pecadora, Jesús veía en ella el amor de
su corazón. Aunque Pedro se considera indigno pecador y quiere apartarse de
Jesús cuando lo de la pesca milagrosa, le dirá que va a ser pescador de
hombres, confiándole también una misión aunque un día más tarde le negara ante
una criada.
Y así podríamos seguir con las páginas del evangelio o con las páginas
de la historia. Saulo era perseguidor de Jesús y sus seguidores, y lo convirtió
en el Pablo que llevaría el evangelio por toda la cuenca del Mediterráneo. Agustín
era un agnóstico y pecador que retrasaba una y otra vez el bautismo, pero
llegaría ser el san Agustín padre y maestro por sus enseñanzas no solo en su
tiempo sino a lo largo de los siglos. Ignacio se dedicaba a sus batallas, pero
un día sintió la llamada del Señor y comenzaría su andadura de ser apóstol y a
través de su compañía de Jesús a través de los siglos. Podríamos recordar
muchos santos que un día se convirtieron de su vida pecadora porque sintieron
que de una forma o de otra Dios llegaba a sus vidas, para ser luego esos
testigos de fe que nos estimulan con el ejemplo y testimonio de sus vidas.
Es lo que Jesús nos viene a decir con las dos pequeñas alegorías o
parábolas que hoy nos propone en el evangelio. Por una parte la parábola del
pastor que busca a la oveja perdida a la que hacíamos referencia al principio
de esta reflexión, pero también la de la mujer que busca afanosamente la moneda
que se le había perdido, expresándose luego uno y otro con gran alegría por la
oveja socorrida o por la moneda extraviada y ahora encontrada.
Es el Señor que sale a nuestro encuentro allá en los barrancos de la
vida donde tantas veces nos podemos encontrar. El viene a tendernos su mano, a
hacernos escuchar su voz, a mover nuestro corazón, a impulsarnos a nuevos
caminos, a que emprendamos de una vez por todas el camino de su seguimiento.
Podemos cambiar, podemos transformar nuestras vidas, podemos comenzar un camino
nuevo. Jesús nos va a llevar sobre sus hombros.
Como pueden cambiar tantos a nuestro lado de los que quizá tantas
veces desconfiamos. Porque de una forma o de otra seguimos con unas actitudes
semejantes a las de aquellos fariseos de que nos habla el evangelio que
criticaban a Jesús. Quizá pueda ser un buen inicio de cambio en nuestra vida
que cambiemos esas actitudes que nos aparecen de tanto en tanto en nuestro
interior con desconfianzas y con suspicacias hacia los otros. Jesús viene a
nosotros y algo nuevo tiene que comenzar a gestarse en nuestro corazón.
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