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jueves, 8 de noviembre de 2018

Es el Señor que sale a nuestro encuentro allá en los barrancos de la vida donde tantas veces nos podemos encontrar


Es el Señor que sale a nuestro encuentro allá en los barrancos de la vida donde tantas veces nos podemos encontrar

Fílipenses 3,3-8ª; Sal 104; Lucas 15,1-10

Es muy bucólica la imagen del pastor con la oveja sobre sus hombros al encuentro de nuevo con el rebaño que sabiamente guía acompañado de sus pastores. Es el cordero pequeño, es la oveja malherida, el la que se perdió y hubo que buscarla entre zarzales y barrancos. Pero nos quedamos describiendo un paisaje ensoñador que llevaría nuestra mente por lugares que ya los urbanitas ni nos imaginamos ni conocemos, sino que queremos ahondar en esa imagen que hoy nos presenta Jesús en el Evangelio.
Los fariseos y los escribas habían estado murmurando sobre esa nueva manera de actuar de Jesús. No se queda Jesús solo en los que ya son buenos o se creen buenos, sino que la cercanía de Jesús es a todos, a nadie excluye, y si preferencia tiene es por los pobres y enfermos y por los pecadores. Esto es lo que ahora critican, que se mezcle con la gente pecadora, que se haya hecho amigo también de los publicanos porque incluso come con ellos o los acepta a su mesa. Y eso, para los puritanos fariseos, es inconcebible. Mezclarse con los pecadores que son impuros nos puede llenar a nosotros de impureza, es su manera de ver las cosas desde su puritanismo.
La actitud de Jesús es otra, su manera de actuar es distinta. El es el médico, como nos dirá, que viene a curar a los enfermos, pero  no solo espera a que vengan hasta El en busca de salud, sino que El va a su encuentro.
Llamó a Zaqueo, deteniéndose delante de la higuera en Jericó, para ir a comer en su casa, porque aquel día iba a ser un día de salvación. Invitó a publicano Leví a seguirle para hacerle no solo discípulo sino confiarle incluso el ser del número de los Apóstoles. Aceptó las lágrimas y perfumes de aquella mujer pecadora que se introdujo en la sala del banquete en casa de Simón el fariseo, porque aunque era y se sentía pecadora, Jesús veía en ella el amor de su corazón. Aunque Pedro se considera indigno pecador y quiere apartarse de Jesús cuando lo de la pesca milagrosa, le dirá que va a ser pescador de hombres, confiándole también una misión aunque un día más tarde le negara ante una criada.
Y así podríamos seguir con las páginas del evangelio o con las páginas de la historia. Saulo era perseguidor de Jesús y sus seguidores, y lo convirtió en el Pablo que llevaría el evangelio por toda la cuenca del Mediterráneo. Agustín era un agnóstico y pecador que retrasaba una y otra vez el bautismo, pero llegaría ser el san Agustín padre y maestro por sus enseñanzas no solo en su tiempo sino a lo largo de los siglos. Ignacio se dedicaba a sus batallas, pero un día sintió la llamada del Señor y comenzaría su andadura de ser apóstol y a través de su compañía de Jesús a través de los siglos. Podríamos recordar muchos santos que un día se convirtieron de su vida pecadora porque sintieron que de una forma o de otra Dios llegaba a sus vidas, para ser luego esos testigos de fe que nos estimulan con el ejemplo y testimonio de sus vidas.
Es lo que Jesús nos viene a decir con las dos pequeñas alegorías o parábolas que hoy nos propone en el evangelio. Por una parte la parábola del pastor que busca a la oveja perdida a la que hacíamos referencia al principio de esta reflexión, pero también la de la mujer que busca afanosamente la moneda que se le había perdido, expresándose luego uno y otro con gran alegría por la oveja socorrida o por la moneda extraviada y ahora encontrada.
Es el Señor que sale a nuestro encuentro allá en los barrancos de la vida donde tantas veces nos podemos encontrar. El viene a tendernos su mano, a hacernos escuchar su voz, a mover nuestro corazón, a impulsarnos a nuevos caminos, a que emprendamos de una vez por todas el camino de su seguimiento. Podemos cambiar, podemos transformar nuestras vidas, podemos comenzar un camino nuevo. Jesús nos va a llevar sobre sus hombros.
Como pueden cambiar tantos a nuestro lado de los que quizá tantas veces desconfiamos. Porque de una forma o de otra seguimos con unas actitudes semejantes a las de aquellos fariseos de que nos habla el evangelio que criticaban a Jesús. Quizá pueda ser un buen inicio de cambio en nuestra vida que cambiemos esas actitudes que nos aparecen de tanto en tanto en nuestro interior con desconfianzas y con suspicacias hacia los otros. Jesús viene a nosotros y algo nuevo tiene que comenzar a gestarse en nuestro corazón.

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