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lunes, 5 de noviembre de 2018

Tenemos que liberar nuestro corazón de tantos miedos, de tantos prejuicios, de tantas vanidades para que seamos capaces de ser totalmente generosos y desinteresados



Tenemos que liberar nuestro corazón de tantos miedos, de tantos prejuicios, de tantas vanidades para que seamos capaces de ser totalmente generosos y desinteresados

Filipenses 2,1-4; Sal 130; Lucas 14,12-14

El texto que nos ofrece hoy la Palabra de Dios en la liturgia es continuación del que escuchábamos y ya comentábamos el pasado sábado. Habían invitado a Jesús a comer en casa de uno de los principales fariseos y Jesús estaba observando a los que también habían sido invitados, los amigos y personas cercanas de aquel personaje pero también la actitud que mostraban al poco menos que pelearse por los primeros puestos. Y esto da ocasión a una reflexión en voz alta por parte de Jesús además de unas recomendaciones al que lo había invitado.
¿Cuál es nuestra manera de actuar de forma casi espontánea en la vida? Muchos dicen yo ayudo al que me ayuda, soy amigo de mis amigos; cuando ser trata de invitaciones y regalos, invito o regalo al que me ha invitado a mi o me ha regalado. Y así nos vamos haciendo nuestras escalas de valores o de amigos, valorándolos por lo que nos hacen o los beneficios que me pueda reportar aquella amistad. A los demás, sean quienes sean, los miro indiferentes, yo paso de ellos como se suele decir desentendiéndome y esperando que acaso sea siempre el otro el que dé el primer paso.
Si nos fijamos de una forma serena tendríamos que reconocer que actuamos en la vida muchas veces de una forma muy interesada. Está bien, por supuesto, que ayudemos al que nos ayuda y seamos capaces de correspondernos mutuamente en lo que vamos haciendo y compartiendo. Pero lo que muchas veces nos sucede es que ponemos barreras, ponemos demasiados prejuicios, tenemos unos muy particulares criterios y de ese círculo en el que siempre me muevo me cuesta mucho salir. Pareciera muchas veces que lo hacemos es pagarnos unos a otros cualquier cosa que nos hagamos y que lo de la gratuidad estuviera un tanto olvidado.
Es lo que Jesús nos quiere indicar. Cuando invites, no lo hagas solo a tus amigos que va a corresponder invitándote a ti en la próxima ocasión y casi eso va a ser como un pago. Y nos dice que invitemos a los pobres, a los que nada tienen, a los que se encuentran disminuidos físicamente o a aquellos con los que nadie cuenta. Ellos no podrán pagarte, no estarás buscando recompensas por lo bueno que haces. Es el sentido de la gratuidad. Hacemos las cosas gratuitamente, hacemos las cosas porque si, porque queremos hacerlas, porque queremos hacer el bien, porque llevamos amor en nuestro corazón y se desborda sobre los demás, porque hay generosidad en tu corazón.
¿Seremos capaces de hacerlo? Os digo con sinceridad que eso cuesta, porque siempre aparecen en nuestro corazón esos intereses que nos vuelven mezquinos; nos cuesta porque estamos muy llenos de ataduras en la vida, y quizá muchas veces estamos más pendientes de lo que los otros puedan pensar o puedan decir. Nos cuesta… y buscamos tantas razones dentro de nosotros que al final terminamos no haciéndolo.
Tenemos que liberar nuestro corazón de tantas cosas, de tantos miedos, de tantos prejuicios, de tantas vanidades que mientras no nos liberemos de verdad no seremos capaces de ser totalmente generosos y de forma desinteresada. Es una tarea ardua a que tenemos que emprender para liberar del todo nuestro corazón. Con la fuerza del Señor podremos realizar ese camino.

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