Sepamos detenernos ante tantos cortejos que pasan junto a nosotros en los caminos de la vida y tender nuestra mano; detenernos y mirar al corazón
1Corintios 12,12-14.27-31ª; Sal 99; Lucas 7,11-17
Cuántas veces parece que estamos esperando que llegue alguien a
nuestro lado para sentirnos distintos, para que se nos levante el ánimo y nos
sintamos como renovados. Hay ocasiones en que parece que vamos como muertos por
la vida, se nos acaban las ganas, todo nos parece oscuro, perdemos la ilusión
pero llegará alguien a nuestro lado que con una palabra nos despierta, algo así
como que nos remueve para que despertemos de ese letargo en que nos hemos
metido y del que parece que no queremos salir.
Siempre hay quien tiene esa palabra acertada, que nos anima con su presencia,
que nos hace mirar las cosas con otros ojos y los densos nubarrones de las
preocupaciones y las desesperanzas desaparecen llenando de luz nuestra vida. Parece
como si volviéramos a renacer, es en cierto modo un resucitar.
Eso que quizá hemos experimentado nosotros cuando hemos tenido la
suerte de tener ese buen amigo que sabe en el momento oportuno poner su mano
sobre nuestro hombro, creo que tenemos que darnos cuenta que hemos de saber
hacerlo con los demás.
Algunas veces vamos tan ensimismados en nosotros mismos, pensando quizás
solo en nuestros problemas que no somos sensibles para ver el llanto de tantos
a nuestro alrededor en sus soledades, en su abandono porque se abandonan a si
mismos o porque se sienten abandonados de los demás. ¿No tendríamos que ser
sensibles a esas lagrimas que calladamente surcan los rostros de tantos
alrededor nuestro?
Hay muchos que están necesitando esa mano nuestra sobre el hombro, esa
mirada que llegue al alma, esa sonrisa que suaviza la tensión de nuestros
rostros, esa palabra que se puede convertir en luz, en despertador de nuestras
conciencias. Hoy que tanto utilizamos las redes sociales para estar conectados
sepamos aprovecharlas para lo bueno y siempre hay mensaje ilusionante que
podemos trasmitir. Serán mensajes que hacemos llegar directamente a nuestros
amigos pensando en ellos, pensado en su vida, o pueden ser mensajes que dejemos
ahí en la red y que alguien puede en un momento determinado leer y puede
ayudarle a salir de las sombras en que quizá se vea envuelto.
Me ha surgido toda esta reflexión a partir de lo que escuchamos en el
evangelio de hoy. Llegó Jesús a Naim y en ese momento sacaban a enterrar a un
muchacho hijo único de una madre que era viuda. El silencio roto por los
llantos y lamentos de aquella madre desconsolada y que ahora tan abandonada se veía
era lo que se palpaba en aquella comitiva de muerte. Jesús se detiene y hace
detener el cortejo, se acerca junto al féretro mientras seguramente la mirada
se posaba sobre el corazón atormentado de aquella madre. Pero allí no podían
seguir reinando las sombras. Es la mano tendida hacia el cuerpo difunto de
aquel muchacho y la palabra de Jesús que lo levanta. ‘Muchacho, a ti te lo
digo, levántate’. Y el joven se levantó y se lo entregó a su madre.
Detenernos ante tantos cortejos que pasan junto a nosotros en los
caminos de la vida. Detenernos y tender nuestra mano; detenernos y mirar al
corazón para descubrir la pena y el dolor; detenernos para tener la palabra de
vida, el gesto que nos acerca, la presencia que acompaña de una forma distinta.
Pasamos tan rápido por los caminos de la vida y aun aceleramos el paso cuando
sospechamos que puede haber un sufrimiento. No es lo que nos enseña Jesús. No
tiene que ser ese nuestro estilo y nuestra manera de actuar. Dejemos de tener
tantas prisas en la vida, que ni nos enteramos de quien está junto a nosotros.
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