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lunes, 17 de septiembre de 2018

Sepamos aceptar y creer en esa Palabra de Vida que nos sana y que nos salva y que encontramos en Jesús


Sepamos aceptar y creer en esa Palabra de Vida que nos sana y que nos salva y que encontramos en Jesús

1Corintios 11,17-26.33; Sal 39; Lucas 7,1-10

El valor de la palabra, el valor de la palabra dada y empeñada. Los que ya peinamos canas tenemos esa experiencia muy metida en nuestra memoria y en nuestro ser. Recordamos a nuestros mayores que no necesitaban papeles ni documentos, firmas ni notarios para hacer cualquier transacción; bastaba la palabra dada y aquello era ley. Se respetaba la palabra porque era una palabra veraz, era una palabra dada con honradez y eso estaba por encima de todo. Los que ya tenemos algunos años recordaremos muchas anécdotas de este tipo en nuestros padres, en nuestros abuelos, en nuestros vecinos. No había engaño, se mantenía la fidelidad a la palabra dada.
Me sirve este recuerdo para iniciar la reflexión sobre lo que escuchamos hoy en el evangelio. Y es que se realza sobremanera el valor y la fuerza de la Palabra, una palabra que sana y que salva, una palabra que nos llena de vida y que ilumina nuestro caminar. Ya no es una simple palabra humana con todo el valor y riqueza que tiene en si misma sino que es una palabra de salvación.
Todos conocemos el episodio; el centurión que tiene enfermo un criado al que aprecia mucho, pero que sabiendo que en Jesús puede estar la salvación del muchacho no se atreve a ir por si mismo a hacerle le petición de Jesús. Ha sido un hombre bueno que a pesar de ser del ejercito dominante sin embargo ha hecho muchas cosas buenas a favor de los judíos. Serán los principales de la ciudad los que vengan con la embajada a Jesús para pedirle que cure al muchacho y Jesús se pone en camino para su casa.
Ponerse en camino con prontitud cuanto nos tiene que decir para cuantas cosas tenemos que hacer en la vida. Jesús no lo deja para otro momento, para cuando llegue la ocasión porque pase por la cercanía de la casa del centurión. Jesús se pone en camino, cuánto nos dice.
Pero ahí comienza a resplandecer con más intensidad la fe y la humildad de aquel hombre. Cuando se entera que Jesús viene a su casa le envía otros mensajeros, él no es digno de que Jesús llegue a su casa. Y ya no se trataría de la incomodidad que podría significar para un judío piadoso el entrar en la casa de un gentil. La humildad de aquel hombre va más allá, porque va llena de fe. Basta tu Palabra.
Se basa quizás en sus experiencias humanas de mando en donde está acostumbrado que siempre se obedecen sus ordenes, pero aquí es algo más. Es la humildad de no sentirse digno. Es el reconocimiento, aunque el fuera un pagano, del poder divino de Jesús. Basta tu Palabra.
Es la Palabra por cuanto fue hecho todo lo que existe, que nos dirá san Juan al principio de su evangelio; es la Palabra que es Luz y que es Vida, aunque nosotros los hombres rechacemos tantas veces esa luz prefiriendo las tinieblas. Tendremos que aprender a reconocer la Palabra de Jesús. Reconocerla y abrir nuestro corazón a esa Palabra, a esa vida, a esa luz, a esa salvación que nos ofrece. Es la Palabra que sanó al criado del centurión de su enfermedad o de sus limitaciones, pero es la Palabra que nos sana a nosotros de las limitaciones, de las sombras, de tantas muertes que llevamos dentro de nosotros.
Cuidado que nos contagiemos del mundo que nos rodea. No se cree en la palabra y no solo en el sentido de lo que comenzábamos diciendo al principio, sino que no se quiere creer en la Palabra de Jesús y que en ella podemos encontrar la salvación. Vivimos en un mundo de descreídos, un mundo que se cierra a lo divino y a lo sobrenatural, un mundo que quiere darle explicaciones a todo, pero que no es capaz de reconocer el Misterio que solo en Dios podemos descifrar. Y nosotros los cristianos tenemos el peligro de ir contagiando de esas cosas, de ese sentido, de esos razonamientos que son incapaces de descubrir el misterio de Dios y el misterio de la salvación que nos ofrece.
Tengamos fe en la Palabra. Comencemos, si queremos, por revalorizar nuestras palabras humanas desde la rectitud y sinceridad de nuestras vidas, pero sepamos aceptar y creer en esa Palabra de Vida que nos salva y que encontramos en Jesús.

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