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miércoles, 19 de septiembre de 2018

Que el Señor nos abra los ojos de nuestro corazón para saber tener una mirada de fe y siempre un corazón misericordioso y compasivo con todos


Que el Señor nos abra los ojos de nuestro corazón para saber tener una mirada de fe y siempre un corazón misericordioso y compasivo con todos

1Corintios 12,31–13,13; Sal 32; Lucas 7,31-35

Bien sabemos que no todos miramos con los mismos ojos a las otras personas. Y también es cierto con que facilidad en ocasiones cambiamos de la opinión o el aprecio que le tengamos a los demás ya sea porque no nos guste un determinado gesto que haya realizado en algún momento, ya sea porque no le vemos actuar como a nosotros nos gustaría, porque en determinadas circunstancias haya tenido que tomar determinaciones en asuntos que nosotros resolveríamos de otro modo, o también por las influencias que recibamos de los demás porque siempre hay alguien cerca de nosotros que trata de desprestigiar a aquellos de los que nosotros teníamos buena opinión.
Somos muy volubles en nuestras apreciaciones, lo que puede determinar una pobre personalidad por nuestra parte que fácilmente nos dejamos influir por la opinión de los otros, y aparecen también nuestros orgullos heridos, nuestro amor propio y el egoísmo que nos quiere convertir en el centro de todo y que cuando no lo conseguimos aparecen las descalificaciones, los rumores que se filtran, y hasta las falsedades que se pueden ir infundiendo en la opinión publica con tal de quitarnos de en medio a quien no nos gusta o no nos convence.
Lo estamos viendo cada día en la vida social, lo estamos viendo demasiado en la vida publica donde ya parece que lo que importe de verdad es el servicio del ciudadano sino nuestras propias grandezas, prestigios o ganancias. Así desgraciadamente vamos construyendo nuestra sociedad, por no decir que así la vamos destruyendo.
En cierto modo de algo de esto nos habla hoy el evangelio. Vemos como no todos tienen la misma opinión de Jesús. Lo vamos viendo progresivamente en el evangelio, porque mientras muchos se admiran de sus signos y alaban a Dios porque ha suscitado u profeta en medio de ellos, otros sin embargo tratan de desprestigiarlo de la forma que sea.
‘¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis’. Volubles como los niños en sus juegos que no terminan de ponerse de acuerdo. Así les sucedía con la visión que tenían del Bautista y con la visión que ahora muchos se iban haciendo de Jesús.  ‘Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores’.
Pero ¿no seremos así de alguna manera nosotros también de cara a la Iglesia, de cara a la figura del Papa, de cara a sus enseñanzas? Tanto nos sentimos entusiasmados en un momento determinado, como al momento siguiente juzgamos y criticamos, ya no  nos parecen tan buenas las cosas que se hacen, o la imagen que nos hacemos de la Iglesia. Y cuando nos toca algo que nos afecte personalmente, porque toque heridas o cicatrices mal curadas de nuestra vida, enseguida saltamos, nos hacemos nuestras prevenciones, comenzamos a poner nuestros ‘peros’.
Por no decir como hay en la sociedad sectores deseosos de destruir la Iglesia y se valdrán de lo que sea para tratar de socavar la apreciación que tengamos de ella. Cuantas campañas de forma dicta o de forma soterrada, cuanto abundar en errores o pecados que se hayan podido cometer y cuanto cerrar los ojos a todo el bien que hayamos podido recibir. Nos gozamos en un día porque se proclama un año de la misericordia, pero luego vienen los rigorismos de nuestros juicios y condenas tan lejanos de aquella misericordia anteriormente proclamada. Y cuidado, que eso no es solo desde el exterior, sino muchas veces desde el mismo interior de la Iglesia.
Que el señor nos abra los ojos de nuestro corazón para saber tener una mirada de fe y siempre un corazón misericordioso y compasivo con todos.

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