Hay preguntas cuya respuesta nos compromete como la que nos plantea hoy Jesús en el evangelio ‘vosotros, ¿quién decís que soy yo?’
Isaías 50, 5-10; Sal. 114; Santiago 2, 14-18; Marcos
8, 27-35
Supongamos que la pregunta es para que nos la hagamos a nosotros
mismos, ¿quién soy yo? Dicen que la mayor sabiduría está en conocerse a
uno mismo. Tarea que no es fácil, porque incluso decimos que nos conocemos y
nos es difícil dar una definición de nosotros mismos; a lo más nos ponemos a
decir cosas sueltas y aisladas con lo que al final no terminamos de dar una
definición de nosotros mismos.
Como decíamos de may arranca la sabiduría de nuestra vida, porque es
saber quienes somos, pero saber de nuestras metas y de nuestras ilusiones, como
saber de las limitaciones que tenemos que superar y que nos ayuden a esa
necesaria madurez de nuestra vida. Es importante saber quien soy. Una pregunta
y una respuesta comprometida.
Pero si hemos hecho ese supuesto para iniciar nuestra reflexión es por
la importancia que tiene la pregunta que Jesús hace a sus discípulos. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ pero que tras la respuesta inicial
recogiendo la opinión de la gente - ¿una encuesta como se hace hoy para saber
la valoración que tenemos de nuestros personajes públicos, como estamos
acostumbrados hoy a ver en nuestra sociedad? – la pregunta se revierte buscando
una respuesta más personal de aquellos que están más cerca de Jesús. ‘Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?’
Ya en distintos momentos a
lo largo del evangelio vemos la sorpresa de la gente, las alabanzas en que
prorrumpen cuando le ven realizar los signos que realiza, la admiración por sus
palabras y por su sabiduría, aunque al mismo tiempo vamos viendo también cómo
hay quien le rechaza, le hace oposición y veremos al final que incluso le
llevan a la muerte. ‘Nadie ha hablado igual… la mano de Dios está con El… un
gran profeta ha aparecido entre nosotros… ¿de donde saca esa sabiduría?...’
son algunas cosas que vamos escuchando a lo largo del evangelio.
Ahora ante la pregunta de Jesús
los discípulos dirán que algunos le tienen como un profeta, un gran profeta
como fue Elías, o que algunos piensan que es algo así como una reencarnación de
Juan Bautista a quien no hace poco Herodes ha decapitado. Admiten la admiración
de las gentes pero no todos lo tienen claro. Por eso la pregunta de Jesús va
directa a los discípulos más cercanos, a aquellos que ha elegido como sus
apóstoles, sus enviados, aquellos que más frecuentemente están con El y
escuchan incluso en particular las explicaciones del Maestro.
Como suele suceder ante
preguntas comprometidas pienso que se haría silencio en torno a Jesús porque
cada uno estaría buscando en su interior respuesta o las palabras apropiadas
para expresar lo que sienten por Jesús. Será el impulsivo Pedro el que se
adelante a todos como tantas veces para hacer una afirmación rotunda que es
todo un acto de fe. ‘Tú eres el Mesías’. Los otros evangelistas al
narrarnos el episodio ampliarán las palabras de Pedro, proclamándolo como ‘el
Hijo del Dios vivo’. Marcos es más escueto.
Pero la respuesta es
comprometida. Como se nos dirá en el evangelio de Mateo Pedro ha sido capaz de
hacer esa afirmación de fe, no por si mismo, sino porque ha sentido la revelación
de Dios Padre en su corazón. En el evangelio de Marcos, que hoy estamos
contemplando la respuesta comprometida de Pedro a proclamarlo el Mesías tendrá
una reacción por parte de Jesús prohibiéndoles que eso se lo digan a la gente.
En la concepción del Mesías que había entre las gentes, con los resentimientos
nacionalistas que Vivian entonces bajo el dominio de Roma y con los distintos
movimientos rebeldes que aparecían por un lado y por otro, el reconocer que Jesús
era el Mesías podía llevarles por caminos que no eran precisamente lo que Jesús
quería cuando anunciaba la llegada del Reino de Dios. Por eso la prohibición de
Jesús.
Pero como hemos venido
diciendo desde esta comprometedora pregunta de Jesús las cosas habían de
tenerse claras. Por eso Jesús les explica y nos insiste el evangelista que se
los explicaba con toda claridad. El sentido del Mesías era otro; era un camino
de entrega, era un camino que nos abría a nueva vida; era un camino de
sacrificio porque era un camino de amor; seria un camino de dolor y de
sufrimiento, de muerte pero que nos llevaría a la vida. Les constaba entender. ‘El
Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los
senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres
días’.
Tanto les costaba entender
que si Pedro antes había sido el primero en hacer su confesión de fe, ahora era
el que insistía para quitarle esa idea de la cabeza a Jesús. Jesús querrá
apartarlo de El porque es como una tentación. ‘Me tientas como Satanás’,
de alguna manera le estaba diciendo. Allá en el monte de la cuarentena el
tentador le ofrecía otros caminos, pero Jesús los rechazó. Ahora Pedro quiere
apartarlo de ese camino que les conduce a Jerusalén y Jesús querrá apartado de
El.
Pero es que ese camino de Jesús
de entrega, de amor hasta los mayores límites, o hasta donde no hay límite,
será el camino que tenemos que seguir los que queremos hacer su camino. Hay que
tomar también el camino de la cruz, de la entrega, del amor. ‘El que quiera
venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por
el Evangelio, la salvará’.
Decíamos que es importante
y que es sabiduría el saber dar respuesta a la pregunta de ‘¿quién soy yo?’.
Encontremos la sabiduría de Jesús, la sabiduría de la cruz cuando sepamos dar
respuesta a esa pregunta referida a Jesús. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?’ Es importante la respuesta, que no pueden ser palabras aprendidas de
memoria, o en las que repitamos lo que otros nos dicen. Tiene que ser mi
respuesta, mi respuesta personal, en la que implico mi vida, en la que me
siento comprometido, con la que voy a encontrar el sentido de mi vida y de mi
ser.
Nos quedamos callados
quizás en principio, pero tratemos de encontrar esa respuesta, esa sabiduría
del Evangelio de Jesús.
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