Le comemos cuando le escuchamos, le comemos cuando abrimos nuestro corazón y dejamos que El se posesione de nosotros, le comemos y nos alimentamos de su Sabiduría y de su vida
1Reyes 19, 4-8; Sal. 33; Efesios 4, 30–5, 2; Juan 6, 41-52
Tengo un amigo que de repente un día desaparece y no sabemos de él
durante todo el día y cuando lo volvemos a encontrar le preguntamos qué le ha
pasado, dónde ha estado y simplemente nos dice ‘me fui a caminar’. Busca
estar solo, poner en orden quizá sus cosas en su interior, una válvula de
escape tras alguna tensión que ha vivido por el trabajo o por sus problemas,
pero quizás a la vuelta lo encontramos mas relajado, no asoman por ningún lado
los signos de tensión que haya podido estar viviendo, o tiene más claras sus
ideas. Ese salirse de su rutina, de la tensión del día a día le hace quizá
encontrar fuerzas para volver a empezar o para continuar con la tarea que había
emprendido.
Nos puede pasar a todos en muchas ocasiones, los agobios de la vida
nos hacen estar en tensión y nos sentimos cansados, no tanto físicamente pero
que algunas veces aparece también, sino emocionalmente necesitando una fuerza
interior que nos haga encontrar de nuevo serenidad y paz para la tarea de cada
día. Nos encontramos como sin fuerzas para seguir luchando y necesitamos
encontrar un apoyo, una energía interior, algo que nos haga reaccionar para
poder enfrentarnos mejor a los problemas y las luchas que continuamente tenemos
que sostener. Es un desconectar pero no para olvidarlo todo sino para recargar baterías
y poder sentirnos luego como nuevos.
Son experiencias que tenemos en la vida de las que tenemos que sacar
siempre lecciones provechosas. Es la experiencia de la que se nos habla en lo
sucedido con el profeta Elías. Se puso en camino, quería morir, se fue al
desierto donde no esperaba ningún alimento que le diera fuerza para seguir el
camino. Era difícil su misión en medio del pueblo de Israel que idolatraba a
los baales, pero donde El tenía que anunciar al Dios único y verdadero que había
sido siempre el que le había liberado. Echado bajo una retama esperaba la
muerte pero allí el ángel del Señor le dejaba pan y agua para que prosiguiese
el camino; así una y otra vez, hasta que finalmente tuvo la experiencia de la
presencia de Dios en la que encontró fuerzas para seguir con su misión. Aquel
pan del desierto fue todo un signo profético de lo que Jesús luego nos dará en
el evangelio.
Tras la experiencia del pan multiplicado milagrosamente allá en el
desierto donde todos habían comido hasta saciarse, vinieron en búsqueda de
Jesús pero El quiere hacerles comprender qué es lo que realmente han de buscar
en El. No es el Jesús taumatúrgico que con sus milagros les resuelva los
problemas. Ya en el mismo hecho del milagro Jesús había querido contar con la
colaboración de los discípulos y de todos; quiere siempre Jesús contar con
nosotros. El milagro no se realizó sin la colaboración de los discípulos y de
quien puso a disposición los cinco panes y dos peces. Nos dice mucho.
Pero ya en la sinagoga de Cafarnaún cuando de nuevo se han encontrado
con El les pide fe. Es el enviado de Dios en quien han de creer. Como ya había
aparecido en lo alto del Tabor es Jesús el Hijo amado del Padre a quien tenemos
que escuchar y a quien hemos de seguir. El es la Palabra de vida que nos llena
de la Sabiduría de Dios. Es en El en quien hemos de poner toda nuestra
confianza porque en El siempre vamos a encontrar la verdad de Dios y la verdad
del hombre. De qué forma más hermosa nos lo decía san Juan Pablo II. En Jesús
encontramos la revelación del misterio de la vida.
Igual que en la vida necesitamos esa luz que nos ilumine para que
podamos descubrir el camino – ya nos repetirá que El es la luz del mundo y que
quien le sigue no camina en tinieblas –, necesitamos quien nos ge y nos
conduzca para que encontremos ese alimento de vida – y nos dirá que el Padre es
el que mueve nuestro corazón para que vayamos hasta El -, igualmente
necesitamos también esa fuerza, esa energía interior para realizar el camino.
En el desierto Moisés les había dado un pan del cielo, pero ahora es Jesús
quien nos dice que El es el verdadero pan del cielo y que quien lo coma vivirá
para siempre.
Es la gran revelación que nos hace Jesús hoy. Andamos desorientados,
desalentados y sin fuerzas tantas veces, nos echamos el camino sin saber bien a
donde vamos porque queremos encontrarnos con nosotros mismos y con la verdad y
el sentido de nuestra existencia, estamos buscando esa fuerza que nos dé
seguridad y paz interior, pero bien sabemos a donde tenemos que ir, con quien
tenemos que encontrarnos, quien va a ser esa luz y esa fuerza para nuestro
caminar.
Dios puede valerse de muchas cosas para llevarnos de la mano a ese
camino bueno que hemos de emprender; serán esos silencios con esos
interrogantes interiores, serán esos caminos que nos parece que se hacen sin
rumbo ni destino, serán momentos de soledad y de silencio interior, como
también pueda ser la palabra amiga de alguien que quiere caminar a nuestro lado
o el testimonio que descubramos en otras personas. Pero ahí están también los
caminos de Dios que nos atrae hacia sí. No nos ceguemos ni nos hagamos oídos
sordos; esté nuestro espíritu abierto a esa novedad que puede llegar a nuestra
vida que puede ser para nosotros buena nueva de Salvación, evangelio de salvación.
Jesús nos dice que El es ese pan de vida y que comiéndole tendremos
vida para siempre. Le comemos cuando le escuchamos, le comemos cuando abrimos
nuestro corazón y dejamos que El se posesione de nosotros, le comemos y nos
alimentamos de su Sabiduría y de su vida.
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