Hay momentos en la vida que tenemos que vivirlos con sentido de pascua, a la manera de Jesús, para llegar a encontrar su sabor y su sabiduría
Ezequiel 1,2-5.24–2,1ª; Sal 148; Mateo 17,22-27
Nos llega la noticia de que alguien a quien nosotros apreciamos mucho
las cosas no le van bien, ya porque se haya visto envuelto en problemas y
situaciones difíciles, ya porque la enfermedad le está afectando a él o a uno
de los suyos, ya fuera cualquier otra cosa desagradable que le pueda suceder y
nos sentimos preocupados, desearíamos poder tener más noticias o poner de
nuestra parte lo que sea para ayudarle, y cuando nada podemos hacer nuestra
preocupación se trastoca en tristeza, en cierta desolación y hasta angustia por
lo que le pasa a nuestro amigo o ser querido.
Puede ser la tristeza que sintamos ante la despedida ante una marcha
inminente que se nos anuncia; hay traumas que se quedan gravadas en el alma y
que son difíciles de superar por esas despedidas que quizá en la niñez sufrimos
en nuestros seres queridos; son cosas que vivimos duramente en nuestra tierra,
por ejemplo, en aquellos años difíciles en que nuestros padres o nuestros
hermanos mayores tenían que emigrar – en nuestra tierra la emigración era a América
– con la incertidumbre de lo que se podían encontrar aunque fueran queriendo
buscar mejor vida.
¿Qué hacemos? Quisiéramos mostrarle nuestra solidaridad; quisiéramos
estar a su lado aunque no tengamos palabras con lo que consolarle, sentiríamos
la necesidad de la cercanía y buscar la forma de manifestarle nuestro afecto y
hacernos uno con él en su situación. Quizá nos refugiamos en nuestra soledad
llorando calladamente nuestra pena porque no siempre tenemos con quien
compartirlo y lo pueda comprender. Pero también podríamos preguntarnos qué
hacer cuando nos encontramos a alguien que está pasando una situación de
tristeza semejante. Puede ser que vayamos pasando por la vida veamos alguien
triste a nuestro lado y sigamos nuestro camino como si eso no nos compitiera también
a nosotros.
Es la situación que pasan los discípulos cuando Jesús hace los
anuncios de la pascua y de la pasión. No comprenden nada, quieren quitarle esas
ideas de la cabeza a Jesús porque eso no le puede pasar, se ponen tristes en su
incomprensión y su impotencia. Pero era la Pascua que Jesús y la Pascua en la
que ellos iban a verse también implicados.
¿No será una manera de pascua aquellas situaciones de las que
comenzamos hablando y las que tenemos que asumir en nuestra vida dándole un
sentido?
A los discípulos les costó comprender lo que le iba a pasar a Jesús y
solo lo comenzaron a comprender después de la resurrección y de la presencia
del Espíritu en sus corazones. Encontrar un sentido al dolor y al sufrimiento
es algo que nos cuesta mucho. No queremos aceptar el dolor en nuestra vida.
Justo es que queramos ser felices y que todo marche bien. Pero también para
nuestras limitaciones, nuestro dolor, nuestras impotencias, las debilidades y
problemas que tenemos que afrontar en la vida hemos de saber encontrar un
sentido.
Solo desde la cruz de Jesús, desde su pascua, podremos encontrarle
verdadero sentido. No es un sufrimiento masoquista el que tenemos que soportar
y asumir; hemos de saber convertirlo en una ofrenda, pero también es un libro
abierto que nos enseña mucho en la vida para que le demos valor a lo que
verdaderamente lo tiene. Hemos de entender también aquello que no hace mucho
hemos meditado del grano de triga enterrado o triturado para dar una nueva
vida. Un nuevo pan o una nueva espiga.
Mucho nos queda que meditar en estos aspectos. Mucho nos queda por
hacer también en nuestra relación con los que están en la vida pasando por
situaciones así. Hemos de aprender a vivir la vida con sentido de pascua, a la
manera de Jesús, para aprender a saborearlo y llenarnos de verdadera sabiduría.
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