El espíritu del evangelio nos tiene que llevar a la comprensión y el respeto también de aquellos a quienes les cuesta alcanzar la meta del ideal cristiano
Ezequiel 16, 1-15.60.63; Sal. Is
12, 2-3.4bcd.5-6; Mateo 19, 3-12
La meta del ideal cristiano ha de estar siempre presente en nuestra
vida, y por ella hemos de luchar, esforzarnos, tratar de superarnos en nuestras
debilidades y dificultades de cada día, y nunca podemos perderla de vista. Es
cierto que somos débiles y además tenemos tendencias por todos lados que nos
arrastran y hacen que nos cueste más alcanzar ese ideal. Pero con nuestras
limitaciones y debilidades tenemos que seguir caminando, poniendo toda nuestra
buena voluntad, todo nuestro esfuerzo.
Somos un pueblo de santos, porque ese es nuestro ideal y en el
bautismo hemos sido consagrados para ello, pero al mismo tiempo reconocemos que
somos un pueblo de pecadores e individualmente cada uno cada día se siente
pecador porque a pesar de que se esfuerza sin embargo tropieza y cae muchas
veces alejándose de aquel ideal de santidad.
Malo sería, sin embargo, que aun siendo como somos, nos creyéramos tan
santos que comenzáramos a despreciar a los demás, porque no vemos en ellos la
santidad a la que aspiramos y que tendría que ser el ideal de cada cristiano.
No podemos dejarnos arrastrar por esa soberbia, no puede haber nunca desprecio
hacia nadie en nuestro corazón, siempre tenemos que ser comprensivos y
misericordiosos porque nosotros los primeros nos sentimos pecadores.
Algunas veces nosotros mismos, y podemos verlo incluso hasta en
nuestra iglesia en quienes tendrían que ser para nosotros verdaderos signos de
misericordia, somos intransigentes con los demás y no le perdonamos la mínima
en ninguna cosa. Creo que eso esta muy lejos del espíritu del evangelio. Ahí
está nuestro ideal por el que luchamos, pero somos conscientes que no siempre
podemos llegar a ese ideal porque pueden ser muchas las cosas que nos cerquen y
nos lo hagan costoso.
Hoy en el evangelio se nos plantea lo que es el ideal cristiano del
matrimonio. Algo que Jesús nos dejará bien sentado y muy claramente y creo que
todos bien conocemos de su unidad y de su indisolubilidad. Pero ya en el
evangelio, desde la practica de la vida de las dificultades que Vivian los
propios judíos, aparece la debilidad en la consecución de tan hermoso ideal. Ya
Moisés en determinadas circunstancias, por vuestra terquedad les dice Jesús, ha
permitido la separación de quienes no podían vivir en aquella unión.
Son las dificultades que se siguen viviendo hoy con muchas y
diferentes circunstancias a lo que contribuye no pocas veces la superficialidad
con que vivimos la vida sin tomarnos bien en serio las cosas. Personas, por
otra parte, con muy buena voluntad y para quienes esa ruptura muchas veces
produce una ruptura interior acompañada de muchos dramas interiores, que no
siempre se ven.
No es que nos acostumbremos a esas cosas pero sin perder lo que es
nuestro ideal de vida cristiana también en el matrimonio tendríamos que ser muy
comprensivos y actuar con mucho respeto con los sufrimientos y dramas que viven
en este aspecto muchas personas a nuestro lado. ¿Lo habremos hecho siempre así?
¿Se habrá manifestado esa misericordia de la Iglesia con tantas personas que
sufren en estos aspectos y circunstancias?
Creo que nos hace falta una buena dosis de misericordia en nuestros
corazones que nos lleven a esa comprensión y a ese respeto, para saber caminar
al lado de quienes sufren tales dramas. No es buscar soluciones fáciles, pero
sí es saber caminar a su lado ofreciendo el brazo y corazón de nuestro apoyo,
para hacerles presente siempre a todos esa bondad y esa misericordia del Señor.
No somos perfectos, pero eso no nos tiene que alejar de la presencia del Señor
porque es cuando más lo necesitamos.
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