Aprendamos a descubrir el designio de amor que Dios tiene sobre nosotros para saber dar en la vida una respuesta de amor
Ezequiel 37,
21-28; Sal.: Jr 31, 10. 11-12ab. 13; Juan 11,45-57
‘¿Qué hacemos? Este
hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán
los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación’. Las autoridades judías, los principales
del pueblo, los miembros del Sanedrín, los fariseos andaban nerviosos. Les parecía
que el tema se les escapaba de las manos y ya no sabían qué hacer con Jesús
porque o se les escabullía cuando trataban de prenderle, o en su dialéctica se
veían derrotados por la palabra de Jesús. No es solo el peligro de lo que pueda
suceder en referencia a los romanos que dominaban en aquel territorio. Es algo
mas y distinto. Malo es verse acorralado como una fiera asustada.
El Sumo Sacerdote les da a
entender que no se enteran de nada. Hay que quitar a Jesús de en medio. Es
mejor que muera uno por todo el pueblo. Allí están ellos con sus maquinaciones
que tratan de llevar adelante. Pero si el Sumo Sacerdote les decía que no
entendían nada, ni el mismo Sumo Sacerdote se enteraba de verdad de qué iba
aquello. Porque no eran sus decisiones. Ya Jesús lo había anunciado y había
subido libremente a Jerusalén por aquella Pascua. Detrás de todo está el
designio de Dios.
¡Qué difícil nos resulta
muchas veces primero descubrir y luego aceptar el designio de Dios! La voluntad
y el designio de Dios están por encima de nuestras decisiones humanas. Y
algunas veces parece que nos complica las cosas pero siempre el designio de
Dios es un designio de amor y lo que Dios quiere es lo mejor para el hombre.
Ahí está la gloria de Dios.
Nos sucede tantas veces en
la vida. Vamos tomando decisiones, nos encontramos quizá envueltos en un mar de
dudas, muchos interrogantes se nos pueden plantear en la vida, reflexionamos y
queremos buscar lo mejor, tomar la mejor decisión, pero ¿contamos con
Dios? Pareciera muchas veces en nuestra manera de actuar que no somos
creyentes, que no ponemos nuestra confianza en Dios, que no creemos en la
inspiración del Espíritu que se nos revela en el corazón. Tenemos que aprender
a despertar nuestra fe, abrirnos a la trascendencia de Dios.
Volviendo al texto del
evangelio que estamos comentando en las vísperas como estamos de entrar en la
Semana que nos conduce a la celebración del misterio pascual. El Sumo Sacerdote
ha tomado una decisión, que es cierto llevará a la muerte a Jesús. Pero ya el
evangelista nos da una pista para nuestra reflexión. Estaba realizando un acto profético.
Todo lo que va a suceder no es sino una consecuencia de aquello que ya se nos
había dicho en este mismo evangelio de san Juan. ‘Tanto amó Dios al mundo
que no paró hasta entregarnos a su Hijo único’. Aquí no se está manifestando
otra cosa que el amor infinito de Dios que nos entrega a su Hijo, que quiere
nuestra salvación, que va a ofrecer su sangre, su vida por nosotros y por todos
los hombres para el perdón de nuestros pecados.
Es lo que tenemos que tener
muy claro en nuestra mente y en nuestro corazón, siempre en toda nuestra vida,
pero de una manera especial en estos días especiales que vamos a vivir y en que
vamos a celebrar la muerte de Jesús. Es la ofrenda del amor. Es la señal del
amor más grande. Es lo que de verdad debe conmover nuestro espíritu y
despertarnos a una vida nueva. Es lo que tiene que conducirnos a la Pascua para
con Cristo morir y con Cristo resucitar a nueva vida. Dispongámonos a vivir con
intensidad estos días.
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