Lo gloria del Señor se va a manifestar cuando Jesús sea levantado en lo alto porque la gloria verdadera está en el amor y la cruz es la prueba más sublime del amor
Jeremías 31, 31-34; Sal 50; Hebreos 55 7-9; Juan 12, 20-33
El grano de trigo no es para conservarlo permanentemente sin sacar
ninguna utilidad de él; seria un grano infecundo que ni produciría una planta
germinadora de nuevos frutos sin podríamos hacer de él blanca harina con la que
confeccionaríamos sabroso pan que nos serviría de alimento. El trigo o lo
plantamos en la tierra para que germinando, es cierto, desaparezca pero que
hará surgir una nueva planta en la que se multiplicarían los granos en
abundante cosecha, o lo trituramos en el molino para hacer la harina con la que
confeccionar el pan de nuestro alimento.
Y hoy Jesús nos dice que El es ese grano de trigo que se tritura, que
se entierra en lo hondo de la tierra, que es una manera de morir, para ser
verdadero germen de vida que de fruto en nosotros. Es la prueba y es el signo
del amor. Porque quien ama se entrega, se gasta y se desgasta por aquellos a
los que ama. Porque amar no es buscar satisfacciones egoístas sino es volcarse
por el amado. Y ya nos dirá Jesús que no hay amor más grande que el de aquel
que es capaz de morir por el amado. No es el heroísmo casual de un momento,
sino es el heroísmo del amar día a día dándose totalmente por los demás.
Y hoy Jesús nos dice que esa es su gloria. Llega la hora en que será
glorificado el Hijo del hombre. Cuando escuchamos palabras así en nuestras
interpretaciones humanas pensamos en la gloria de los triunfos, de las
riquezas, de los honores o del poder. Pero la gloria del Señor se manifestará
en todo su esplendor en lo que para los ojos del mundo pudiera parecer una
contradicción o una paradoja. Lo gloria del Señor se va a manifestar cuando sea
levantado en lo alto, y está anunciando y refiriéndose a la cruz. Porque la
gloria verdadera está en el amor, y la cruz es la prueba más sublime del amor.
No se oculta, sin embargo, que son momentos duros y difíciles. Lo que
nos expresa aquí el evangelio de Juan tiene su paralelismo en lo que nos narran
los sinópticos que fue la agonía de Getsemaní. ‘Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de
esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu
nombre’. También aquí
sentirá Jesús el consuelo del Padre en la voz que se escucha desde el cielo. ‘Lo
he glorificado y volveré a glorificarlo’. Como el ángel de Getsemaní.
Momentos tensos pero
momentos de gloria. Igual que nos narran los otros evangelistas la gloria del
Tabor en la que se escucha desde el cielo la voz que le señala como el Hijo
amado de Dios, ahora en las vísperas de la pasión, cuando ya estamos a punto de
entrar en la semana de la pasión escuchamos nosotros también esta Palabra que
nos hace mirar a lo alto para que también contemplemos la gloria del Señor.
Necesitamos no olvidar que a quien vamos
a contemplar subir hasta lo alto de la cruz en el Calvario es nuestro Salvador
y nuestro Redentor. Que acogiendo nosotros esa salvación que nos ofrece Jesús
veremos en verdad la gloria del Señor.
Son las buenas actitudes
con las que hemos de disponernos a vivir estos días que nos conducen a la
Pascua. No podemos ser unos meros espectadores como muchos en las calles de Jerusalén
que vieron pasar aquel cortejo y acaso simplemente les surgió una lágrima de
compasión por aquellos condenados que iban al cadalso. Es algo más y alto
distinto lo que nosotros tenemos que sentir porque tenemos que meternos de
lleno en la Pascua de Jesús viviéndola en nosotros. Es la apertura a la gracia,
es la disponibilidad de nuestro corazón a convertirnos de verdad al Señor, es
el compromiso del amor para aprender a vivir un amor como el de Jesús, es el
deseo de sentirnos transformados en esta Pascua para renacer con nueva vida con
Cristo resucitado en la mañana de Pascua.
Pero yo diría que hay algo
más. Es que tenemos que ser unos testigos de esa salvación, de esa vida nueva
que en Jesús encontramos para también comunicarlo, llevarlo a los demás, o
llevar a los demás al encuentro con Jesús. Hay un detalle hoy en el evangelio
que no hemos dejar pasar desapercibido.
Ha comenzado el relato del
evangelio de hoy diciéndonos que unos griegos fueron a decirle a Felipe que querían
conocer a Jesús. Felipe cuenta con Andrés y ambos llevan a aquellos hombres
hasta Jesús. En el mundo que nos rodea, y es ese mundo de nuestros familiares,
nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, habrá muchos
que quizá están también con ese deseo de conocer a Jesús pero no hay nadie que
los lleve hasta Jesús, nadie que les hable de Jesús.
Y ahí está nuestra tarea y
nuestro compromiso, ahí está el testimonio que nosotros también hemos de dar.
¿Nuestra vida es realmente un signo que les hable a los demás de Jesús? Nos
quejamos tantas veces que la gente ha perdido la fe, que ya la gente no es tan
religiosa como antes, que muchos se han apartado de la Iglesia, de la religión,
de la fe. Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Qué signos somos para los demás? ¿Cómo les
hablamos de Jesús o como hablamos a Jesús de ellos intercediendo para que a
ellos llegue también la gracia del Señor? Puede ser un interrogante fuerte que
se nos plantee en nuestra conciencia.
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