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domingo, 18 de marzo de 2018

Lo gloria del Señor se va a manifestar cuando Jesús sea levantado en lo alto porque la gloria verdadera está en el amor, y la cruz es la prueba más sublime del amor



Lo gloria del Señor se va a manifestar cuando Jesús sea levantado en lo alto porque la gloria verdadera está en el amor y la cruz es la prueba más sublime del amor

Jeremías 31, 31-34; Sal 50; Hebreos 55 7-9; Juan 12, 20-33

El grano de trigo no es para conservarlo permanentemente sin sacar ninguna utilidad de él; seria un grano infecundo que ni produciría una planta germinadora de nuevos frutos sin podríamos hacer de él blanca harina con la que confeccionaríamos sabroso pan que nos serviría de alimento. El trigo o lo plantamos en la tierra para que germinando, es cierto, desaparezca pero que hará surgir una nueva planta en la que se multiplicarían los granos en abundante cosecha, o lo trituramos en el molino para hacer la harina con la que confeccionar el pan de nuestro alimento.
Y hoy Jesús nos dice que El es ese grano de trigo que se tritura, que se entierra en lo hondo de la tierra, que es una manera de morir, para ser verdadero germen de vida que de fruto en nosotros. Es la prueba y es el signo del amor. Porque quien ama se entrega, se gasta y se desgasta por aquellos a los que ama. Porque amar no es buscar satisfacciones egoístas sino es volcarse por el amado. Y ya nos dirá Jesús que no hay amor más grande que el de aquel que es capaz de morir por el amado. No es el heroísmo casual de un momento, sino es el heroísmo del amar día a día dándose totalmente por los demás.
Y hoy Jesús nos dice que esa es su gloria. Llega la hora en que será glorificado el Hijo del hombre. Cuando escuchamos palabras así en nuestras interpretaciones humanas pensamos en la gloria de los triunfos, de las riquezas, de los honores o del poder. Pero la gloria del Señor se manifestará en todo su esplendor en lo que para los ojos del mundo pudiera parecer una contradicción o una paradoja. Lo gloria del Señor se va a manifestar cuando sea levantado en lo alto, y está anunciando y refiriéndose a la cruz. Porque la gloria verdadera está en el amor, y la cruz es la prueba más sublime del amor.
No se oculta, sin embargo, que son momentos duros y difíciles. Lo que nos expresa aquí el evangelio de Juan tiene su paralelismo en lo que nos narran los sinópticos que fue la agonía de Getsemaní. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre’. También aquí sentirá Jesús el consuelo del Padre en la voz que se escucha desde el cielo. ‘Lo he glorificado y volveré a glorificarlo’. Como el ángel de Getsemaní.
Momentos tensos pero momentos de gloria. Igual que nos narran los otros evangelistas la gloria del Tabor en la que se escucha desde el cielo la voz que le señala como el Hijo amado de Dios, ahora en las vísperas de la pasión, cuando ya estamos a punto de entrar en la semana de la pasión escuchamos nosotros también esta Palabra que nos hace mirar a lo alto para que también contemplemos la gloria del Señor. Necesitamos  no olvidar que a quien vamos a contemplar subir hasta lo alto de la cruz en el Calvario es nuestro Salvador y nuestro Redentor. Que acogiendo nosotros esa salvación que nos ofrece Jesús veremos en verdad la gloria del Señor.
Son las buenas actitudes con las que hemos de disponernos a vivir estos días que nos conducen a la Pascua. No podemos ser unos meros espectadores como muchos en las calles de Jerusalén que vieron pasar aquel cortejo y acaso simplemente les surgió una lágrima de compasión por aquellos condenados que iban al cadalso. Es algo más y alto distinto lo que nosotros tenemos que sentir porque tenemos que meternos de lleno en la Pascua de Jesús viviéndola en nosotros. Es la apertura a la gracia, es la disponibilidad de nuestro corazón a convertirnos de verdad al Señor, es el compromiso del amor para aprender a vivir un amor como el de Jesús, es el deseo de sentirnos transformados en esta Pascua para renacer con nueva vida con Cristo resucitado en la mañana de Pascua.
Pero yo diría que hay algo más. Es que tenemos que ser unos testigos de esa salvación, de esa vida nueva que en Jesús encontramos para también comunicarlo, llevarlo a los demás, o llevar a los demás al encuentro con Jesús. Hay un detalle hoy en el evangelio que no hemos dejar pasar desapercibido.
Ha comenzado el relato del evangelio de hoy diciéndonos que unos griegos fueron a decirle a Felipe que querían conocer a Jesús. Felipe cuenta con Andrés y ambos llevan a aquellos hombres hasta Jesús. En el mundo que nos rodea, y es ese mundo de nuestros familiares, nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, habrá muchos que quizá están también con ese deseo de conocer a Jesús pero no hay nadie que los lleve hasta Jesús, nadie que les hable de Jesús.
Y ahí está nuestra tarea y nuestro compromiso, ahí está el testimonio que nosotros también hemos de dar. ¿Nuestra vida es realmente un signo que les hable a los demás de Jesús? Nos quejamos tantas veces que la gente ha perdido la fe, que ya la gente no es tan religiosa como antes, que muchos se han apartado de la Iglesia, de la religión, de la fe. Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Qué signos somos para los demás? ¿Cómo les hablamos de Jesús o como hablamos a Jesús de ellos intercediendo para que a ellos llegue también la gracia del Señor? Puede ser un interrogante fuerte que se nos plantee en nuestra conciencia.



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