Seamos
positivos en la vida y aprovechemos todo lo bueno para siempre construir, hacer
un mundo mejor
Jeremías 20,10-13; Sal 17; Juan 10,31-42
Si mal se siente uno cuando hace algo bueno y no hay nadie que se lo
agradezca ni lo valore por aquello del amor propio que todos tenemos y que nos
surge de forma violenta muchas veces dentro de nosotros, cuando más si encima
somos perseguidos o maltratados por
aquello bueno que hemos hecho y por aquellos mismos que han sido beneficiarios
de nuestra bondad.
Un torbellino se nos forma en nuestro interior con tentación de muchas
reacciones no siempre muy buenas; una reacción fácil sería tirar la toalla, es
decir, no seguir comportándonos de esa manera buena haciendo el bien a los que
nos rodean, además de otras muchas reacciones que nos pudieran surgir de
rechazo, de malquerencia, de resentimiento y hasta de odio.
Casi lo veríamos natural el que reaccionáramos así, pero según la
madurez y seguridad que tengamos en la vida también podemos tener otras
reacciones. Si hay unos principios en nuestra vida que nos impulsan a hacer
siempre el bien sin mirar a quien, como suele decirse, si lo que queremos es
sembrar la semilla del amor para hacer que nuestro mundo sea mejor, seguiremos
sembrando la buena semilla con la esperanza de que poco a poco todo se pueda ir
transformando, o al menos en algunos corazones.
Si tenemos claras nuestras metas y lo que queremos hacer en la
vida, no nos importarán esos desplantes,
desprecios o el que ignoren lo bueno que nosotros vayamos haciendo. Nos
sentiremos seguros de nosotros mismos para seguir haciendo el bien. Creo que
sería una cosa buena que tenemos que aprender a hacer, teniendo ese dominio
de nosotros mismos para no dejarnos
influir por lo negativo que veamos a nuestro alrededor.
Me surge esta reflexión que así en lo humano tendría mucho de positivo
en nuestra vida pero desde la reacción que contemplamos en el evangelio de los judíos
en contra de Jesús – en varias ocasiones vemos que quieren prenderle, tirarle
piedras, o tirarlo por un barranco incluso en su propio pueblo – y la queja por
así decirlo que hoy Jesús manifiesta ante ese trato de sus gentes.
‘Os he hecho ver muchas
obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?’, les dice Jesús. Lo tratan de blasfemo
porque dice que hace las obras de Dios y porque se manifiesta como Hijo del
Padre. Ellos no lo entienden, pero es que sus ojos están cegados para no
reconocer las obras de Jesús.
Cuidado nos pase a nosotros
algo así en nuestra relación con Dios, la religión o el ser cristiano. Cuidado
que sea esa una reacción que tengamos algunas veces contra la Iglesia a la que
pertenecemos. No sabemos descubrir las obras de Dios, no sabemos reconocer la
obra de gracia que Dios realiza en nosotros y que nos llega a través de la
Iglesia, o también a través de los demás que nos hacen cosas buenas. Somos fáciles
para juzgar y para condenar porque muchas veces nuestros ojos están tan turbios
que todo lo ven negro o solo saben ver y valorar las cosas negativas, que como
humanos, podamos tener en la vida.
Igual que nos gustaría que
nos valoraran lo bueno que nosotros hacemos, sabiendo también que somos
imperfectos muy humanos y muy dados al error porque todos podemos tener
debilidades y fallos, aprendamos a valorar lo bueno que hay en los demás, o, en
este caso que estamos refiriéndonos también, en la Iglesia. Seamos positivos en
la vida y aprovechemos todo lo bueno para siempre construir, hacer un mundo
mejor. Y sepamos también ser agradecidos.
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