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sábado, 4 de noviembre de 2017

No hagamos de la vida una lucha con la que pretendemos quedar por delante o por encima de los demás sino un camino que hacemos juntos y nos hace mutuamente más felices


No hagamos de la vida una lucha con la que pretendemos quedar por delante o por encima de los demás sino un camino que hacemos juntos y nos hace mutuamente más felices

Romanos 11,1-2a.11-12.25-29; Sal 93; Lucas 14,1.7-11

Qué bonito que en la vida fuéramos con la sencillez de los amigos y la humildad de los que se sienten hermanos y saben quererse de verdad. Sería un trato fraterno donde nos sentimos iguales aunque cada uno con sus valores y cualidades y la sencillez y la cercanía fuera nuestra manera de ser y de estar. Sabríamos caminar juntos en la vida sin hacer distinciones ni estaríamos apeteciendo el ponernos por delante y por encima porque pensamos que así destacamos más.
No brillan más los que pretenden imponerse y sobresalir sino quienes saben poner autenticidad en su vida y saben estar siempre a la misma altura de los demás. Quienes falsamente se quieren poner por delante para sobresalir pronto se va a descubrir la falsedad de su vida y hay el peligro de que queden aislados en sus torres de apariencia que lo que hacen es separarles de los demás.
Jesús a quien había invitado a comer un personaje principal entre los judíos se encuentra con los empujones y los codazos de los que quieren resplandecer en los primeros puestos. Esas ambiciones por destacar por encima de los demás podríamos decir que es tan viejo como el mundo y seguiremos encontrándonos esas mismas posturas y ambiciones. Seguimos hoy dándonos empujones y codazos; seguimos encontrando quiere quitar de en medio a quien le pueda hacer sombra; seguimos viendo a los demás como a unos contrincantes contra los que tenemos que luchar.
Y Jesús quiere hacernos pensar para que nos demos cuenta qué es lo verdaderamente importante para la persona. Nos encandilamos, es cierto, con los reconocimientos humanos y dice le gente que a quien no le halaga un dulce. Pero esas apetencias que podamos sentir dentro de nosotros tenemos que saber transformarlas para saber encontrar lo que hace verdaderamente importante a la persona.
Hemos convertido demasiado la vida en una lucha en que nos enfrentamos unos otros, yo diría innecesariamente. Tenemos que aprender a hacer los caminos juntos para poder saber llegar a la meta, encontrar ese camino que nos ayude a todos. Es cierto que no todos somos iguales porque no todos tenemos las mismas cualidades y valores, pero tenemos que saber poner juntos nuestros granos de arena que unidos a los de los demos harán ese mundo mejor, ese mundo más hermoso. Así no estaremos quitándonos ya sea el lugar o la riqueza que pueda tener el otro, sino que nos enriqueceremos mutuamente porque todos nos sentiremos beneficiados de lo bueno que son, tienen o hacen los demás.
Por eso Jesús nos enseña un camino de sencillez y de humildad, que es un camino de servicio y de darnos por los demás, que será lo que verdaderamente nos hace grandes. La importancia de nuestra vida se medirá por la humildad de nuestro servicio realizado con mucho amor con que hacemos más feliz al que está a nuestro lado.

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