Crecer y multiplicarnos es la señal de la vitalidad que hay en nosotros y esos tienen que ser los signos que den nuestras comunidades cristianas
Romanos
8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21
La vida es un continuo crecimiento y renovación. Las células del organismo
se multiplican y se renuevan y eso es señal de que hay vida; cuando las células
no se renuevan es señal de que el organismo comienza a morir, se entra en un
estado que podríamos llamar de vejez, de agotamiento que hace incapaz esa
renovación y la vida va decayendo poco a poco. No sé si me aclaro lo
suficiente, pero los biólogos o a quien corresponda esa parte de la ciencia,
nos lo pueden explicar mejor pero en mi torpeza para expresarme creo que no
estoy lejos de lo que es el vivir y ya no me quedo en lo que sea la vida
corporal sino la vida en si misma.
Nos sucede en nuestra sociedad, en nuestras comunidades, en lo que es
el vivir de cada día de nuestro mundo. Vemos una comunidad que se queda
estancada, que se queda siempre en lo mismo, en la que no aparece la savia
nueva y joven de nuevos componentes, que va perdiendo iniciativas y es incapaz
de renovarse, cualquiera puede augurarle que es una comunidad sin vida y que
puede tener a desaparecer. Nos sucede en asociaciones, en clubes sociales, en
organismos culturales, en equipos que se pueden crear en el mundo deportivo, en
distintos ámbitos de la sociedad.
Es importante que sepamos darles vida, que sus miembros tengan nuevas
ilusiones que hagan surgir nuevas iniciativas, que se sea capaz de atraer a nuevas
personas a formar parte de esa comunidad o sociedad, que se vaya haciendo una
renovación constante, que no significa cambiar lo que son las metas o los
ideales con los que se formó, pero a lo que hay que dar siempre una nueva
vitalidad. Algo tiene que haber en nuestro interior que nos impulse y nos llene
de vitalidad, un espíritu renovador tenemos que sentir allá en lo más hondo.
Al hilo de esta reflexión que no venimos haciendo quizá tengamos que
preguntarnos que hay o puede haber de todo esto en nuestras comunidades
cristianas. Muchas veces los cristianos damos señales de esa falta de vitalidad
que hace languidecer a nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias en
concreto, nuestra iglesia. Nos avejentamos y no solo porque muchas veces quienes
participan en la vida de la comunidad, sobre todo en las celebraciones somos
cada vez más mayores, sino porque tenemos el peligro y la tentación de caer en
un letargo que no nos motiva a una renovación y a un rejuvenecimiento de las
parroquias, por ejemplo.
Jesús en el evangelio para hablarnos del Reino de Dios muchas veces
emplea la imagen de la semilla. La semilla siempre será algo pequeño,
insignificante en ocasiones, pero de la que al germinar surgirá una planta
vigorosa que crece y crece hasta madurar y darnos fruto. Hoy Jesús en el
evangelio nos habla de una semilla bien insignificante, la mostaza, pero que
sin embargo, como nos dice Jesús, nos dará una planta, un arbusto que puede
hacerse frondoso de manera que hasta puedan anidar las aves en él. No podemos
menospreciar lo que nos parece pequeño, porque de ahí puede surgir una hermosa
planta.
Así nos compara Jesús hoy al Reino de Dios. Seremos pequeños pero no
nos podemos anular. Surge como una pequeña semilla pero hemos de saberle dar a
la iglesia esa vitalidad de esa planta nueva capaz de acoger a todos, de
multiplicarse y de extenderse. Esa planta que crece y llega a producir frutos,
hará que de ella surjan nuevas semillas que multipliquen esas plantas que así
vayan extendiéndose por doquier. ¿No hemos visto quizá como la semilla de una
nueva especie se ha introducido en un lugar en donde no era endémica y pronto
vemos como a su alrededor van surgiendo nuevas y nuevas plantas de esa especie
que antes quizá era extraña en aquellos sitios?
Es la fuerza misionera que tendría que haber en el corazón de nuestras
comunidades. No nos podemos contentar con ya nosotros tenemos esa fe y tratamos
de vivirla de una forma o de otra. Si esa fe es vida en nosotros, nos llenará
de esa vitalidad para propagarnos, para comunicarnos, para contagiar a los
demás, para despertar en tantos otros esa misma fe que nosotros profesamos.
¿Nos multiplicamos y crecemos, ampliamos nuestro campo queriendo llegar a los
demás? Es el signo de nuestra vitalidad. Es el signo de que en verdad queremos
vivir de manera sincera el Reino de Dios.
Con la imagen de la otra parábola que nos propone hoy Jesús en el
evangelio, la levadura, pensemos cómo con lo que nosotros vivimos y queremos
vivir intensamente queremos contagiar a nuestro mundo, queremos hacer fermentar
ese mundo en los valores nuevos del Reino de Dios. No podemos ser comunidades
muertas y sin vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario