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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Al celebrar a todos los santos sentimos el estimulo de sus vidas para vivir nosotros también esa santidad y elevamos nuestro espíritu con la esperanza de la vida eterna en la plenitud de Dios

Al celebrar a todos los santos sentimos el estimulo de sus vidas para vivir nosotros también esa santidad y elevamos nuestro espíritu con la esperanza de la vida eterna en la plenitud de Dios

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

Aunque en el común del pensamiento de la gente hablar de la fiesta de todos los santos les hace pensar sobre todo en sus difuntos, en aquellos seres queridos que han muerto, realmente esa conmemoración corresponde más al día dos de noviembre que a este día primero del mes. Es como decíamos la fiesta de Todos los Santos, así sencillamente pero también con un hondo significado.
Hablamos de los santos y pensamos sobre todo en aquellos a los que la Iglesia ha reconocido su santidad y están incluidos sus nombres en ese catálogo, llamémoslo así, teniendo su fiesta o memoria en unos días determinados a lo largo del año. Sin embargo lo que la Iglesia quiere conmemorar y celebrar en este día son todos los santos, estén o no incluidos en ese catálogo oficial, porque ya gozan de la visión y la gloria de Dios en el cielo.
Claro que al hablar de santos podemos pensar también en los que aún caminan sobre la tierra, y que resplandecen por la santidad de sus vidas y contemplamos su entrega y su amor, la rectitud con que viven y su fe inquebrantable en Dios. Más aún no podemos dejar de pensar en aquello que mencionaba el apóstol cuando al dirigir sus cartas a las diferentes comunidades eclesiales se refería a los santos de aquella comunidad; y es que no podemos olvidar que en virtud de la consagración de nuestro bautismo todos estamos llamados a la santidad y si tratamos en verdad de ser fieles así podría y tendría que llamársenos a todos los que estamos bautizados.
Estamos, pues, viendo un sentido de esta solemnidad que hoy estamos celebrando que se convierte así en el ejemplo de los santos en un estímulo y acicate para el camino de nuestra vida cristiana. La propia palabra de Dios que en esta celebración se nos proclama nos señala también cuales han de ser esos caminos que nos conduzcan a esa dicha y felicidad que nos promete Jesús. Una buena reflexión tendríamos que hacernos en las bienaventuranzas que nos propone Jesús desde el sermón del monte en el Evangelio y que pueden marcar la pauta de lo que ha de ser nuestro camino.
Pero hay un aspecto en el que yo quisiera fijarme ahora. Algunas veces tenemos la tentación de caminar por esta vida como si ésta vida terrenal es lo único que pudiéramos vivir. Todo se reduce y se acaba a los días que vivamos acá sobre la tierra y entonces intentamos vivir con la mayor rectitud posible, buscando siempre el bien y la justicia, es cierto, queriendo lograr un mundo mejor donde todos seamos más felices y nadie tenga que sufrir por ningún motivo. Buscamos ser solidarios los unos con los otros, ser justos en lo que hacemos, evitando todo tipo de sufrimiento como si quisiéramos solo conseguir un paraíso sobre esta tierra.
Perdemos así una referencia muy importante, la trascendencia que le queremos dar a nuestra vida y nuestros actos que tiene que ir más allá que lo que ahora y aquí podamos conseguir; perdemos la trascendencia y la esperanza de la vida eterna y en lo menos que pensamos mientras vivimos los afanes de esta vida, aun queriendo vivir en la mayor rectitud, es en esa vida futura, en esa vida eterna de la que tanto nos habla Jesús en el evangelio.
Cortamos, de alguna manera, las alas de plenitud que todos llevamos en nuestro interior y que bien sabemos que solo en la realidad de esta vida no podemos llegar a conseguir en su totalidad. Si no tenemos la esperanza de esa plenitud total yo diría que nuestra vida se ve mermada, se ve limitada, porque cuando llegue la hora de la muerte, de terminar este camino aquí en la tierra se nos acaba todo y pareciera que caemos en un pozo oscuro y sin fondo.
Son parte de nuestra fe en la tenemos el peligro de no pensar. Vivimos como si solo existiera la realidad de este mundo. Perdemos el sentido de Dios en quien ansiamos encontrarnos para poder llegar a vivir esa plenitud total que solo en Dios podemos alcanzar. Si perdemos de vista todo lo que sea esa referencia a la vida eterna, a la vida del mundo futuro, aunque digamos que somos creyentes, nuestra fe en Dios se queda muy titubeante, muy debilitada. Y muchos que incluso nos llamamos cristianos vivimos sin esa esperanza, sin esa referencia a la plenitud de la vida eterna.
Quería fijarme en este aspecto precisamente hoy cuando estamos celebrando la fiesta de todos los santos. No queremos solamente recordar a unos hombres y mujeres que hicieron su camino antes que nosotros y trataron de vivir en la mayor rectitud y con el más profundo amor, sino que estamos celebrando a quienes viven y viven en la plenitud de Dios porque han alcanzado esa vida eterna de dicha y de felicidad.
Viven ya la felicidad y la plenitud del Reino de Dios que como nos dicen las bienaventuranzas poseerán los pobres, tendrán como recompensa los que se han mantenido fieles al camino del evangelio, los que gozan de la plena visión de Dios porque apartaron de sus vidas la malicia, los que ven saciados plenamente sus deseos y su hambre de justicia y de paz, y los que ahora gozan del consuelo de Dios tras los sufrimientos y tribulaciones que hayan podido vivir en esta vida terrena. Ahora gozan de la plenitud de Dios, ahora viven esa felicidad eterna que solo en Dios se puede alcanzar.
Es la esperanza de la vida eterna que anima nuestra vida y que nos hace sortear esos caminos muchas veces tan llenos de tribulaciones, lo que nos mantiene firmes en nuestras luchas y nos hace saber desprendernos de nosotros mismos por el amor que inflama nuestros corazones. Hoy miramos a lo alto, contemplamos esa multitud innumerable de la que nos habla el libro del Apocalipsis, y nuestro espíritu se eleva al contemplar a los santos, y nuestros corazones se llenan de esperanza, y ansiamos de verdad que un día podamos disfrutar de esa vida eterna en la plenitud de Dios.

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