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domingo, 5 de noviembre de 2017

No nos dejemos tentar por la vanidad o la búsqueda de reconocimientos sino con humildad hagamos el bien para que todos puedan reconocer la gloria del Señor

No nos dejemos tentar por la vanidad o la búsqueda de reconocimientos sino con humildad hagamos el bien para que todos puedan reconocer la gloria del Señor

Malaquías 1, 14b-2, 2b. 8-10; Sal 130; 1Tesalonicenses 2, 7b-9. 13; Mateo 23, 1-12

Mala cosa sería que quien tiene la misión de enseñar, su vida marchara por otros derroteros de las cosas que enseña. Sería una incongruencia y el contra testimonio que daría con lo que hace de su vida anularía por completo la autoridad de su enseñanza. Las mejores lecciones no las damos con nuestras palabras sino con el testimonio de nuestra vida. Muchas cosas podríamos decir en consecuencia para el testimonio que todo cristiano que ha de dar con su vida de la fe que profesa.
Es lo que Jesús denuncia hoy en los maestros de la ley de Israel que podían enseñar cosas muy ciertas, pero que luego ellos no eran capaces de poner en práctica en su vida. ‘Haced lo que os digan pero no hagáis lo que ellos hacen’ previene Jesús a las gentes que lo escuchan.
Y Jesús nos habla del camino de rectitud y honradez en el que hemos de vivir siendo en verdad congruentes con nuestra vida. Pero además nos enseña caminos de humildad y de sencillez. Si en todo cristiano ha de resplandecer el amor y como consecuencia el espíritu de servicio, de qué manera ha de brillar ese amor y ese espíritu de servicio en aquellos que tienen la misión de servir a la comunidad desde el ministerio, nos viene a decir.
Denuncia Jesús a los que quieren manifestar su autoridad no por la rectitud de sus vidas y el espíritu de servicio, sino desde la ostentación y la vanidad. Cuanto nos tienta continuamente la vanidad, la búsqueda de reconocimientos, las alabanzas y que nos digan lo bueno que somos. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros’. No es ese el estilo del que sigue el camino de Jesús.
Ya nos dirá en otra ocasión que busquemos los últimos puestos, que aprendamos a pasar desapercibidos, que vivamos con espíritu de humildad y de servicio.  Nos dirá en otro momento del evangelio que nosotros no podemos manifestar en el espíritu del mundo, de los que quieren aparecer como poderosos y se imponen a los demás. Hoy nos dirá incluso que no nos dejemos llamar maestros, ni padre, ni consejero como una manifestación de autoridad. Nuestro maestro es el Señor, nuestro Padre es Dios y es el Espíritu de Dios el que nos inspira en el corazón lo mejor.
Si tenemos que prestar un servicio porque tenemos que ayudar a los demás desde nuestros conocimientos lo tenemos que hacer siempre desde ese espíritu de servicio, de quien se pone a disposición de los demás, comparte lo que es su vida y camina al lado del hermano para hacer juntos el camino ayudándonos mutuamente. Caminando así podrán reconocer, sí, lo bueno que hagamos pero no para darnos gloria a nosotros sino para cantar la gloria del Señor.
Por eso concluirá diciéndonos hoy Jesús: ‘El primero entre vosotros será vuestro servidor’. Cuántas veces nos lo repite Jesús en el Evangelio. A los discípulos les costaba entenderlo. A nosotros nos cuesta entenderlo y realizarlo. Los discípulos lo hemos visto en otros momentos del evangelio discutían entre ellos quien iba a ser el primero y el más importante; recordemos cuando Jesús les pone un niño en medio de ellos para enseñarnos a acoger y a servir. Nosotros andamos también muchas veces encandilándonos con nuestras vanidades, y lo peor es cuando hasta en el seno de nuestras comunidades cristianas vemos luchas de intereses, manipulaciones, carrerismos, ganas de influir en los demás, cosas que se realizan de manera incongruente y poco sincera por miedo quizá a perder poder o influencia…
Mucho  nos dice el evangelio y muchas cosas tenemos que revisarnos en nuestro interior y en la vida de nuestras comunidades. Lejos de nosotros esas ostentaciones y esos brillos de poder. Es el espíritu humilde el que nos engrandece de verdad. Por eso nos dice Jesús ‘el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
Recordemos como lo canta María en el Magnificat – ‘derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos’ -, pero cómo era el espíritu de servicio de María la que se llamaba a si misma ‘la esclava del Señor’ aunque reconociera que el Señor se fijó en su pequeñez realizando en ella obras maravillosas.

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