Vistas de página en total

lunes, 6 de noviembre de 2017

Dejémonos sorprender por las palabras de Jesús para que aprendamos a tener una mirada nueva hacia los demás y se despierte nuestra más auténtica solidaridad

Dejémonos sorprender por las palabras de Jesús para que aprendamos a tener una mirada nueva hacia los demás y se despierte nuestra más auténtica solidaridad

Romanos 11,29-36; Sal 68; Lucas 14,12-14

Nos hemos ido creando una serie de conveniencias en nuestra vida social que aunque las hacemos y quedamos bien con ello sin embargo pudiera sucedernos que son como normas que nos atan y nos esclavizan y aunque las realicemos no siempre allá en lo más hondo de nosotros mismos somos todo lo sincero que deberíamos. Es más, pudiera sucedernos que en nuestras relaciones sociales estemos en algo así como una compraventa de nuestras generosidades y buenos gestos.
Tu me invitas a mi y no me siento obligado a tener que invitarte a ti y no ser menos en mi generosidad sino que no solo he de quedar bien sino que incluso querré quedar por encima del otro con mi generosidad. Claro que si alguien nunca me invita a mi o corresponde a mis invitaciones poco menos que lo borraré de la lista y en la próxima ocasión ya me lo pensaré mucho en lo que voy a hacer en mi iniciativa. Normas y conveniencias sociales que nos hemos creado, que nos hacen poner buena cara siempre, pero que no siempre realizamos con total sinceridad y generosidad.
Jesús hoy en el evangelio viene a romper moldes. Resultarían chocantes e inquietantes las palabras de Jesús en aquella ocasión. Jesús también era uno de los invitados. Pero allí estaba la gente principal de la ciudad y los amigos y personas más cercanas del personaje que daba el banquete. Y resuenan de una manera especial produciendo quizá inquietudes en el corazón de algunos aunque otros vete a ver cómo se las tomaron. Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado’, les dice Jesús. Pero añade: ‘Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos’.
Seguro que se produjo un silencio desconcertante. Aquellas palabras no las esperaban. Quizá nosotros nos hayamos acostumbrado a oírlas, como nos sucede en general todo el evangelio. La costumbre nos hace entrar en rutina, dejar de ver la intensidad de las cosas, dejamos de sorprendernos y ya no son buena nueva para nosotros. Es lo que tenemos que cuidar cuando escuchamos el evangelio, decirnos que eso ya me lo sé.
Dejémonos sorprender para aprender a abrir los ojos y mirar con mirada nueva. Vamos por la vida tan entretenidos en nuestros pensamientos de siempre, en nuestros sueños o ambiciones persales, en esos pequeños problemillas que nos pueden ir apareciendo en la rutina de cada día que no somos capaces de ver las personas con las que nos cruzamos, o tenemos una mirada tan superficial que no nos damos cuenta de sus problemas, de su angustias, de sus sueños o de sus carencias y necesidades. Si abriéramos bien los ojos y fijáramos la mirada en esas personas con las que nos cruzamos seguro que las veríamos de otra manera y nuestro corazón se sensibilizaría de forma distinta.
Escuchemos esta palabra de Jesús con el corazón bien abierto para que se nos abran los ojos de la vida y comencemos a actuar más con el espíritu del evangelio, de una manera nueva. Se despertará nuestra solidaridad, comenzaremos a ser más justos con los demás, sentiremos la mayor satisfacción en el corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario