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jueves, 9 de noviembre de 2017

Por nuestra unión con Cristo, verdadero Templo de Dios, somos una cosa con El y en Cristo nos convertimos también en templo de Dios

Por nuestra unión con Cristo, verdadero Templo de Dios, somos una cosa con El y en Cristo nos convertimos también en templo de Dios

Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1Corintios 3,9c-11.16-17; Juan 2,13-22
La liturgia de la Iglesia de Roma celebra hoy la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán, que es la catedral del Roma y en consecuencia la sede del Obispo de Roma, es decir, del Papa. Es una fiesta litúrgica que está extendida a toda la Iglesia Católica, porque se considera la Iglesia madre de todas las Iglesias. Es importante para todo católico porque así se manifiesta nuestra comunión con el Obispo de Roma, que es el Vicario de Cristo para toda la Iglesia.
La Dedicación significa la consagración, es decir, el hacer que aquel templo se convierta para nosotros en un lugar sagrado que nos hace presente al Señor, porque en él nos reunimos los cristianos para la escucha de la Palabra y la celebración de nuestra fe en todos y cada uno de los sacramentos. Pero la celebración de esta consagración del templo nos quiere recordar mucho más.
El verdadero templo de Dios en medio de nosotros es Cristo. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que se hizo hombre para ser nuestro salvador. Cristo es el templo, el altar y el sacrificio, podemos decir, porque por su entrega se ofreció al Padre, en el cumplimiento de su voluntad, para ser la salvación para toda la humanidad. Es en Cristo donde encontramos certeramente a Dios, porque ‘el que me ve a mi ve al Padre, el que me conoce, conoce al Padre’, que diría en la ultima cena a los discípulos; es Cristo el camino que nos lleva al Padre, como El mismo nos dice en el evangelio, porque ‘yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’.
Pero todo esto nos lleva a dar un paso más en nuestra consideración. Por nuestra unión con Cristo, somos una cosa con El, y en Cristo nos convertimos también nosotros en templo de Dios. ‘El que guarda mis mandamiento el Padre lo ama, y vendremos a El y haremos morada en El’, nos dice en el Evangelio. Por eso recordamos como en nuestra consagración bautismal – volvemos a la imagen del principio de la consagración del templo – hemos sido convertidos en morada de Dios y en templos del Espíritu Santo, como bien se expresa en la celebración del Bautismo.
Somos ese sagrario de Dios, ese templo del Espíritu, porque Dios mora en nosotros por la gracia. Por eso podemos ofrecer nuestros cuerpos y nuestra vida toda como ofrenda espiritual y agradable al Padre cuando hacemos su voluntad. Es por donde tiene que resplandecer la santidad de nuestra vida. Si fuéramos conscientes de esa presencia de Dios en nosotros seguro que con fuerza nos alejaríamos del pecado venciendo toda tentación. El Espíritu divino está en nosotros para ser nuestra fuerza. No olvidemos esa presencia de Dios que mora en nuestros corazones.
Recuerdo siempre la imagen de la que escuché hablar un día, de un hombre que cada mañana iba junto a la cuna de su hijo recién nacido y que ya había sido bautizado y se ponía de rodillas ante él; decía que estaba a adorando a Dios, porque tenia la certeza de la presencia de Dios en el alma pura de aquel niño recién bautizado en el que no podía haber nada de pecado. Así hemos de mantenernos purificados de todo pecado para sentir y gozar de esa presencia maravillosa de lo infinito, esa presencia de Dios en nuestro corazón.
Cuidamos nuestros templos, queremos tenerlos limpios y adornados, los rodeamos de bellas obras de arte y queremos poner lo mejor en ellos, porque decimos que todo eso es para Dios, cuya presencia recordamos en medio de aquellas paredes. ¿No tendríamos que hacer lo mismo en ese templo de Dios que somos nosotros y adornar y embellecer nuestra vida con nuestra santidad, con nuestras virtudes, con nuestro amor más exquisito?
Pero algo más, pensemos en el templo de Dios que son los hermanos que nos rodean, ¿no nos tendría que hacer pensar en el respeto con que hemos de tratar a toda persona y como todo lo mejor que le hagamos a esa persona es como si se lo estuviéramos haciendo a Dios? Ellos también son templo de Dios.
‘Todo lo que hicisteis con uno de estos hermanos conmigo lo hicisteis’, nos dice Jesús.


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