Por nuestra unión con Cristo, verdadero Templo de Dios, somos una cosa con El y en Cristo nos convertimos también en templo de Dios
Ezequiel
47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1Corintios 3,9c-11.16-17; Juan 2,13-22
La liturgia de la Iglesia de Roma celebra hoy la Dedicación de la
Basílica de san Juan de Letrán, que es la catedral del Roma y en consecuencia
la sede del Obispo de Roma, es decir, del Papa. Es una fiesta litúrgica que
está extendida a toda la Iglesia Católica, porque se considera la Iglesia madre
de todas las Iglesias. Es importante para todo católico porque así se
manifiesta nuestra comunión con el Obispo de Roma, que es el Vicario de Cristo
para toda la Iglesia.
La Dedicación significa la consagración, es decir, el hacer que aquel
templo se convierta para nosotros en un lugar sagrado que nos hace presente al
Señor, porque en él nos reunimos los cristianos para la escucha de la Palabra y
la celebración de nuestra fe en todos y cada uno de los sacramentos. Pero la
celebración de esta consagración del templo nos quiere recordar mucho más.
El verdadero templo de Dios en medio de nosotros es Cristo. Es el
Emmanuel, el Dios con nosotros, que se hizo hombre para ser nuestro salvador.
Cristo es el templo, el altar y el sacrificio, podemos decir, porque por su
entrega se ofreció al Padre, en el cumplimiento de su voluntad, para ser la salvación
para toda la humanidad. Es en Cristo donde encontramos certeramente a Dios,
porque ‘el que me ve a mi ve al Padre, el que me conoce, conoce al Padre’,
que diría en la ultima cena a los discípulos; es Cristo el camino que nos lleva
al Padre, como El mismo nos dice en el evangelio, porque ‘yo soy el Camino,
y la Verdad, y la Vida’.
Pero todo esto nos lleva a dar un paso más en nuestra consideración.
Por nuestra unión con Cristo, somos una cosa con El, y en Cristo nos
convertimos también nosotros en templo de Dios. ‘El que guarda mis
mandamiento el Padre lo ama, y vendremos a El y haremos morada en El’, nos
dice en el Evangelio. Por eso recordamos como en nuestra consagración bautismal
– volvemos a la imagen del principio de la consagración del templo – hemos sido
convertidos en morada de Dios y en templos del Espíritu Santo, como bien se
expresa en la celebración del Bautismo.
Somos ese sagrario de Dios, ese templo del Espíritu, porque Dios mora
en nosotros por la gracia. Por eso podemos ofrecer nuestros cuerpos y nuestra
vida toda como ofrenda espiritual y agradable al Padre cuando hacemos su
voluntad. Es por donde tiene que resplandecer la santidad de nuestra vida. Si fuéramos
conscientes de esa presencia de Dios en nosotros seguro que con fuerza nos alejaríamos
del pecado venciendo toda tentación. El Espíritu divino está en nosotros para
ser nuestra fuerza. No olvidemos esa presencia de Dios que mora en nuestros
corazones.
Recuerdo siempre la imagen de la que escuché hablar un día, de un
hombre que cada mañana iba junto a la cuna de su hijo recién nacido y que ya había
sido bautizado y se ponía de rodillas ante él; decía que estaba a adorando a
Dios, porque tenia la certeza de la presencia de Dios en el alma pura de aquel
niño recién bautizado en el que no podía haber nada de pecado. Así hemos de
mantenernos purificados de todo pecado para sentir y gozar de esa presencia
maravillosa de lo infinito, esa presencia de Dios en nuestro corazón.
Cuidamos nuestros templos, queremos tenerlos limpios y adornados, los
rodeamos de bellas obras de arte y queremos poner lo mejor en ellos, porque
decimos que todo eso es para Dios, cuya presencia recordamos en medio de
aquellas paredes. ¿No tendríamos que hacer lo mismo en ese templo de Dios que
somos nosotros y adornar y embellecer nuestra vida con nuestra santidad, con
nuestras virtudes, con nuestro amor más exquisito?
Pero algo más, pensemos en el templo de Dios que son los hermanos que
nos rodean, ¿no nos tendría que hacer pensar en el respeto con que hemos de
tratar a toda persona y como todo lo mejor que le hagamos a esa persona es como
si se lo estuviéramos haciendo a Dios? Ellos también son templo de Dios.
‘Todo lo que hicisteis con uno de estos hermanos conmigo lo
hicisteis’, nos dice Jesús.
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