El encuentro en torno a una mesa de amigos nos llena de alegría, nos hace revivir momentos vividos o soñar en un camino que se quiere seguir haciendo y es un signo del Reino de Dios que Jesús nos anuncia
Romanos 12, 5-16ª; Sal 130; Lucas 14, 15-24
La experiencia que se suele de tener de una participación en una
comida suele ser buena. Y no es porque simplemente busquemos ricos manjares,
sino por el ambiente de cordialidad, de cercanía, de amistad que se suele vivir
en esas ocasiones.
Ya sea una comida familiar donde se reúnen los hijos con los padres,
se encuentran de nuevo los hermanos, participan también las nuevas generaciones
que van surgiendo en los nietos y en todos los que van formando parte de la
familia; ya sea en un encuentro de amigos y compañeros bien sea que
habitualmente se vean y relacionen, o sea un motivo que se busca para reunirse
de nuevo quienes por las circunstancias de la vida se encuentran mas alejados
pero que vuelven a reencontrarse; ya sea entre compañeros de trabajo que en
ocasiones especiales se reúnen desde la camarería que se vive en el lugar de
trabajo, o ya sea por alguna efemérides especial de cualquiera de los
participantes, cumpleaños, algún aniversario especial.
Es la alegría del encuentro, es el recuerdo de momentos vividos, es el
sueño de un camino que se quiere seguir haciendo, es el cariño y la amistad
compartida que no se apaga; se echan de menos los que faltan, los que no han
podido participar, o se recuerda con cierta añoranza quizás a los que no han
querido participar. Son momentos que nos llenan de vida, que nos dan fuerzas
para seguir adelante, que nos hacen ver los pasos recorridos en la vida; son
muchas las sensaciones hermosas que se pueden sentir.
Por eso quizá en el evangelio veremos que con frecuencia Jesús para
hablarnos del Reino de Dios nos presenta la imagen de un banquete, en la forma
que sea, una boda, el reencuentro del hijo perdido, la alegría por el encuentro
con Jesús, las invitaciones de los que aprecian a Jesús y lo acogen en sus
casas, la gratitud por las maravillas que ven realizar a Jesús, son algunos de
los momentos que vemos reflejados en el evangelio.
Y Jesús nos propondrá parábolas en las que nos indicará como todos
estamos invitados a ese banquete, a ser capaces de dar en la vida de esas señales
del Reino de Dios que se nos manifiestan en los valores que apreciamos en un
banquete. Pero en las parábolas de Jesús, como la que hoy se nos propone con el
evangelio de san Lucas también nos refleja la actitud y la respuesta negativa
que nosotros manifestamos o damos en ocasiones.
Sabían bien lo que podía significar aquel banquete que el rey ofrecía
con motivo de la boda de su hijo, pero vemos como muchos invitados rehúsan de
alguna manera a participar en dicha comida. Se van a sus cosas, pretenden pensar
que en otras cosas y lugares podrían pasarlo mejor, no quieren aceptar la
generosidad de quien les ofrece la oportunidad de vivir momentos buenos y
agradables. Se van a sus cosas, ofrecen disculpas carentes de sentido y de
valor.
Nos está retratando. Sabemos bien de toda la bondad que significa
vivir en los valores que nos ofrece Jesús en el Reino de Dios. Muchas veces, en
muchas ocasiones hemos saboreado en la vida todas esas cosas buenas de la
amistad, de la cordialidad, de la cercanía de los demás, del camino de
felicidad por el que nos lleva Jesús cuando en verdad queremos escucharle y
poner en práctica su palabra. Pero preferimos nuestros caminos, nuestra manera
de hacer las cosas, nuestras ambiciones personales que nos absorben el sentido
para no hacernos ver lo que verdaderamente es bello y bueno, nuestros egoísmos
y endiosamientos para no bajarnos de nuestros pedestales, o porque no queremos
compartir con los demás lo bueno que puede haber en nuestra vida.
Pero de una cosa estamos seguros, el Señor sigue llamándonos, sigue buscándonos
por todos los caminos y por todas las plazas de la vida donde nos hayamos
dispersado, el Señor sigue con las puertas abiertas para que entremos a su
banquete, para que formemos parte de ese Reino de Dios. Y nos dice también ‘dichoso
el que coma en el banquete del Reino de Dios’.
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