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martes, 7 de noviembre de 2017

El encuentro en torno a una mesa de amigos nos llena de alegría, nos hace revivir momentos vividos o soñar en un camino que se quiere seguir haciendo y es un signo del Reino de Dios que Jesús nos anuncia

El encuentro en torno a una mesa de amigos nos llena de alegría, nos hace revivir momentos vividos o soñar en un camino que se quiere seguir haciendo y es un signo del Reino de Dios que Jesús nos anuncia

Romanos 12, 5-16ª; Sal 130; Lucas 14, 15-24

La experiencia que se suele de tener de una participación en una comida suele ser buena. Y no es porque simplemente busquemos ricos manjares, sino por el ambiente de cordialidad, de cercanía, de amistad que se suele vivir en esas ocasiones.
Ya sea una comida familiar donde se reúnen los hijos con los padres, se encuentran de nuevo los hermanos, participan también las nuevas generaciones que van surgiendo en los nietos y en todos los que van formando parte de la familia; ya sea en un encuentro de amigos y compañeros bien sea que habitualmente se vean y relacionen, o sea un motivo que se busca para reunirse de nuevo quienes por las circunstancias de la vida se encuentran mas alejados pero que vuelven a reencontrarse; ya sea entre compañeros de trabajo que en ocasiones especiales se reúnen desde la camarería que se vive en el lugar de trabajo, o ya sea por alguna efemérides especial de cualquiera de los participantes, cumpleaños, algún aniversario especial.
Es la alegría del encuentro, es el recuerdo de momentos vividos, es el sueño de un camino que se quiere seguir haciendo, es el cariño y la amistad compartida que no se apaga; se echan de menos los que faltan, los que no han podido participar, o se recuerda con cierta añoranza quizás a los que no han querido participar. Son momentos que nos llenan de vida, que nos dan fuerzas para seguir adelante, que nos hacen ver los pasos recorridos en la vida; son muchas las sensaciones hermosas que se pueden sentir.
Por eso quizá en el evangelio veremos que con frecuencia Jesús para hablarnos del Reino de Dios nos presenta la imagen de un banquete, en la forma que sea, una boda, el reencuentro del hijo perdido, la alegría por el encuentro con Jesús, las invitaciones de los que aprecian a Jesús y lo acogen en sus casas, la gratitud por las maravillas que ven realizar a Jesús, son algunos de los momentos que vemos reflejados en el evangelio.
Y Jesús nos propondrá parábolas en las que nos indicará como todos estamos invitados a ese banquete, a ser capaces de dar en la vida de esas señales del Reino de Dios que se nos manifiestan en los valores que apreciamos en un banquete. Pero en las parábolas de Jesús, como la que hoy se nos propone con el evangelio de san Lucas también nos refleja la actitud y la respuesta negativa que nosotros manifestamos o damos en ocasiones.
Sabían bien lo que podía significar aquel banquete que el rey ofrecía con motivo de la boda de su hijo, pero vemos como muchos invitados rehúsan de alguna manera a participar en dicha comida. Se van a sus cosas, pretenden pensar que en otras cosas y lugares podrían pasarlo mejor, no quieren aceptar la generosidad de quien les ofrece la oportunidad de vivir momentos buenos y agradables. Se van a sus cosas, ofrecen disculpas carentes de sentido y de valor.
Nos está retratando. Sabemos bien de toda la bondad que significa vivir en los valores que nos ofrece Jesús en el Reino de Dios. Muchas veces, en muchas ocasiones hemos saboreado en la vida todas esas cosas buenas de la amistad, de la cordialidad, de la cercanía de los demás, del camino de felicidad por el que nos lleva Jesús cuando en verdad queremos escucharle y poner en práctica su palabra. Pero preferimos nuestros caminos, nuestra manera de hacer las cosas, nuestras ambiciones personales que nos absorben el sentido para no hacernos ver lo que verdaderamente es bello y bueno, nuestros egoísmos y endiosamientos para no bajarnos de nuestros pedestales, o porque no queremos compartir con los demás lo bueno que puede haber en nuestra vida.
Pero de una cosa estamos seguros, el Señor sigue llamándonos, sigue buscándonos por todos los caminos y por todas las plazas de la vida donde nos hayamos dispersado, el Señor sigue con las puertas abiertas para que entremos a su banquete, para que formemos parte de ese Reino de Dios. Y nos dice también ‘dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios’.

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